El País Martes,
29.07.03
COLUMNA
Quien lamente que Jorge Videla, Emilio Massera y Alfredo
Astiz rindan cuentas por sus crímenes -por supuesto supuestos- en Buenos Aires,
La Haya, Madrid, Vladivostok o Sotogrande, tiene un serio problema para
rendirse cuentas a sí mismo. De ahí que el fiscal de la Audiencia Nacional de
España, Eduardo Fungariño, debiera reflexionar algo y, si le gusta evitar
ridículos, no meterse en evidencias. Hay miserias que no se curan con el
tiempo. Por el contrario, crecen hacia dentro en las sociedades e individuos si
no hay catarsis de justicia. El presidente argentino, Néstor Kirchner, tiene
una vocación populista considerablemente tosca. Pero si siendo así rompe con la
cruel impunidad de los verdugos impuesta a las víctimas y sus familiares, no
sólo crea realidades bienvenidas, sino que manifiesta asimismo transformaciones
en la sociedad argentina dignas de aplauso. Algo se mueve allí al margen de los
pánicos y entusiasmos efímeros. Sin aceptación popular, políticos como Kirchner
no se meten en semejantes jardines. La talla no es suya, sino del momento, pero
supone una buena noticia desde aquel país tan maltratado, más por sus
políticos, pero también por su ciudadanía.
Lejos del barrio bonaerense de Palermo, por el que algunos
torturadores paseaban sus perros afganos hasta hace pocos días, en La Haya,
Biljana Plavsic, una muy culta profesora de Universidad, adalid de la matanza
de musulmanes bosnios junto al poeta Radovan Karadzic, éste aún huido, era
condenada a 10 años de cárcel. Era especialista en despertar los peores
instintos de la gente seguidora serbia a la que despreciaba casi tanto como a
sus enemigos musulmanes o católicos. Nadie piense que Plavsic era una persona
desequilibrada como Karadzic, el rencoroso marginado y ninguneado eterno en la
escena intelectual de Sarajevo. No era un chetnik de los montes, sino
una mujer llamémosla pulida. Pero como tantos otros en la historia del crimen
político gozaba de una perfecta permeabilidad entre su vida formal tan
civilizada como obsequiosa y su vertiente maníaca y destructora. Como su
cómplice Nicola Koljevic, gran experto en Shakespeare, entusiasta del crimen
masivo hasta que, como un personaje más de sus dramas tan queridos, se quitó la
vida. Recordemos la ternura de Joseph Goebbels con sus niños a los que se llevó
a la muerte en abril de 1945 sin consultarlos, las conmovedoras escenas de
Stalin ñoñeando con su hija Svetlana o aquella inolvidable caricia de Nicolae
Ceaucescu a su mujer y cómplice, Elena, momentos antes de ser ejecutados.
Deberíamos recordar a diario que esa permeabilidad en esta dualidad abismal no
es patrimonio de los grandes monstruos políticos surgidos del fértil regazo
europeo del siglo XX.
Este mes de julio ha sido publicado en una revista alemana
de historia un texto inédito hasta ahora de Ernst Jünger, un monstruo también,
de las letras, de la guerra y la lucha de los hombres y los insectos. Un año
antes de morir, Jünger contaba en una cena en El Escorial sus esfuerzos
denodados por conseguir ciertos escarabajos que aún no tenía en su colección.
Había cumplido ya los 102 años. El texto ahora revelado es un informe de Jünger
sobre la selección y ejecución de 50 prisioneros franceses en el otoño de 1941
en represalia por un atentado contra un teniente coronel de los ocupantes
alemanes en París. Jünger utiliza su glorioso dominio del alemán para hacer una
descripción de las medidas tomadas que hiela la sangre. Es un Mefistófeles de
Goethe diseccionando la vida y el destino con el bisturí de un funcionario
poeta.
Nadie le hará el favor a Ibarretxe de compararle, ni a él ni
a su prosa ahora conocida en su "octavo borrador", con un ser tan
excepcional -en el bien y en el mal, tan cercanos- como Jünger. Pero algo
recuerda también al Jünger ocupante y relatante, salvando las distancias, ese
texto de huida hacia adelante del gran gurú del consuelo lacio al
muerto y apoyo comprensivo a la pistola humeante que parece ser la tierna
solución de Ajuria Enea a eso que llaman "el problema vasco". ¡Qué
sobriedad de tono se puede adoptar al proponer la opción más enajenada y el
disparate más absoluto! ¡Qué tono de civilidad, urbanidad y educación se puede
desplegar para lanzar una proposición salvaje y preñada de desconfianza y desprecio
inmisericorde hacia los muertos, de sangre y odio, con coquetería leguleya!
Plavsic ha sido condenada en La Haya, Milosevic lo será, Koljevic se pegó un
tiro. Es siempre difícil saber qué opción tomará Mefistófeles cuando vea que
todo el mal que su ambición e irresponsabilidad producen es sólo eso, un mal
sin sentido, una miseria insensata lejana del consuelo que era la prosa de
Jünger.
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