El País Martes,
04.05.04
COLUMNA
En este mundo convulso, desorientado y desordenado de la
Europa occidental, angustiada y cómoda a un tiempo, quizás no hayan sido legión
los que se han emocionado con la celebración de la integración en la UE de
tantos hermanos e hijos secuestrados y torturados durante décadas. Habrá muchos
que crean que lo sucedido es una tediosa gestión administrativa. Habrá todavía
ciertas voces de la irredenta procacidad que manifiesten nostalgia por los
tiempos en los que ellos paseaban con impunidad y rentabilidad editorial su
firme deseo de que polacos, húngaros, checos, eslovacos y bálticos
permanecieran postrados, humillados y menesterosos en aquel régimen comunista
que todavía aplauden en Cuba.
No perdonan que el Raúl Rivero checo que fue Václav Havel se
convirtiera en referencia ética europea y sea hoy un símbolo de esta unidad en
libertad conseguida con tanto esfuerzo y riesgo lealmente asumido por todos. Y
les molesta que nos acordemos, en este momento de triunfo europeo de las
libertades, de los cadáveres y las fosas de las víctimas del régimen comunista
como de la industria de exterminio del holocausto del nazismo, tan fiel aliado
del poder soviético cuando quiso. En este momento de emoción de Europa por su
unidad cada vez más culminada y por las decenas de millones de europeos que se
liberaron de la máquina de opresión y tortura en 1989, todos debemos un
recuerdo a Raúl Rivero y a los cubanos que luchan por emular esta gesta.
Pero han sido también millones en Europa los que el día 30
de abril a medianoche, cuando el castillo del Hradshin en Praga, el puente de
las Cadenas en Budapest, las plazas de Bratislava y los puentes sobre el río
Odra entre Alemania y Polonia se iluminaban bajo los fuegos artificiales,
Liubiana en Eslovenia lucía el castillo nunca más bello de su historia y
Vilnius, Riga y Tallín, en ese Báltico tan remoto como nuestro -tan gótico como
Burgos o León, tan experimentado en el dolor y la dictadura como nuestros
padres, madres y abuelos-, resplandecían, lloraban a lágrima viva o luchaban
por no quebrarse bajo la emoción evocadora de tanta historia y recuerdo. Eran
todos y cada uno concertistas de la memoria, por una vez consoladora y
reconfortante, sin olvidar traiciones y miserias, heroísmos, gestas y apologías
de la belleza de la vida.
Supervivientes de campos de concentración o tortura -nazis o
comunistas-, sus familiares o quienes los conocieron, y quienes han intentado
entender el siglo XX del horror en Europa, de sus guerras fratricidas, no son
-salvo infinito cinismo y depravación- capaces de hacer política de imagen y
faldicortismo a la hora de luchar contra el nuevo terror que se expande hoy en
paradójica tragedia en este continente del bienestar. Un enemigo del
pueblo, obra grande y aterradora del torturado noruego que era Henrik
Ibsen, no es aquel que le cuenta a su gente las trágicas consecuencias de sus
actos sino, todo lo contrario, aquel que utiliza los estados emocionales -las
levitaciones emocionales- del pueblo para beneficio propio en contra de la
seguridad y del bienestar de los ciudadanos a más largo plazo sin reparar en
víctimas futuras. Estamos pasando tiempos duros en los que deberíamos leer o
releer, aquí en España y en toda nuestra nueva y gran Europa reencontrada, a
este autor noruego triste y lúcido que sabía tanto sobre la psicología humana y
social.
Este fin de semana del 1 de mayo de 2004 entrará, nadie lo
dude, en los libros de historia si algunas administraciones educativas tan
aficionadas al mito y a la mentira no lo impiden. Nuestras nuevas fronteras de
la UE, como todo nuestro territorio, están cuajadas de sangre, crimen y horror.
Que hayamos sido capaces, después de lo habido, de realizar la gran empresa de
la ampliación sólo demuestra que algunos no han olvidado ni las tragedias ni a
los grandes hombres que iniciaron el proyecto para evitar otras nuevas. Pero
que nadie baje la guardia porque los intentos de estigmatizar al prójimo siguen
y seguirán siendo un recurso tristemente humano muy presente. Quien no se
acuerde ya del fascismo y del nazismo debiera leer, con urgencia, ese relato de
una pequeña aldea que es Un enemigo del pueblo de Ibsen. Mejora el
talante.
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