El País Martes,
22.02.05
BUSH EN EUROPA
Ya está aquí. Ya tenemos entre nosotros al gran rufián del
nuevo siglo, George W. Bush, al que en Madrid unos equiparan a Hitler, y en
París, otros al camboyano Pol Pot, el gran villano responsable directo de que
los terroristas islamistas asesinen a la población en Irak, de los muertos de
hambre en Sudán, de que no se alertara a tiempo del tsunami en
Indonesia y de la malaria africana, de robar a los pobres para enriquecer a los
ricos. Ha llegado, al iniciar su segundo mandato como gran jefe del Imperio del
Mal, con la peor de sus sonrisas porque esta vez no viene a amenazarnos como
otras veces, sino -algo mucho más perverso aún- a intentar embaucarnos. Pero aquí,
en una Europa cada vez más convencida y autosatisfecha con su papel como Reino
exquisito del Bien y exportador neto de bienaventuranzas al mundo entero no nos
vamos a dejar engañar. Sabemos que, lejos de haberse caído del caballo, de
confesar y expiar sus pecados, errores y perversiones, Bush está aún lejos de
aceptar el hecho incontrovertible de que nuestro gran eje de la bonhomía ha
tenido y tiene siempre razón cuando se opone frontalmente a él y a su política.
Adalides de la franqueza y el talante y el diálogo hasta con los enemigos
declarados de la democracia, los europeos sabemos que Bush, igual que
Condoleezza Rice -traidora ha de ser siendo negra y mujer en la siniestra corte
de allende el Atlántico-, viene a lograr los mismos fines monstruosos con
diferentes argucias. Y además no han pedido perdón.
Estos vienen a ser -y perdón por la burda caricatura en la
que nada he inventado yo- los trazos gruesos de argumentación que se han
prodigado en la prensa europea estos días con motivo de la gira europea del
presidente de los EE UU. Los políticos europeos por su parte -nobleza obliga-
destacan en público como éxito propio el nuevo tono del presidente
norteamericano hacia la Unión Europea, pero con igual énfasis dejan claro quién
ha de cambiar su política de forma radical para recibir la bendición de esta
gran Tabla Redonda del humanismo que se consideran.
Nadie defiende aquí a la Administración de Bush de unas
acusaciones más que fundadas de indigencia política, de sus aberraciones
retóricas, de los graves desastres de su gestión en el Irak de posguerra, ni
sus reformas fiscales tan ajenas al llamado "conservadurismo
compasivo" -detestable término- que en su día propugnó. Muchas serían las
rectificaciones justificadas y bienvenidas por todos los que creen que un buen
funcionamiento de la alianza transatlántica es vital para la seguridad de EE UU
y la UE, y más para la de esta segunda. Pero no deja de tener gracia la
autosuficiencia con que responden algunos de los grandes adalides del mundo
multipolar a los intentos de la nueva Administración norteamericana de cerrar
heridas.
Quienes durante más de dos años han celebrado con mayor o
menor disimulo las dificultades de EE UU en Irak y apenas han ayudado
simbólicamente a poner fin a una situación que amenaza la seguridad de Europa
más aun que a la de EE UU, ahora adoptan una pose de superioridad moral que
fácilmente puede volverse contra todos y la imprescindible cooperación en
Oriente Medio, ahora que surgen esperanzas tanto en Irak -gracias a los
esfuerzos y muertos iraquíes y norteamericanos- como en Palestina, en gran
parte gracias a la muerte de aquel adoptado favorito de la Europa biempensante.
Los errores, exquisitos humanistas, no son sólo del villano tejano.
Y mientras aquí se da lecciones a Bush, Washington y Tokio
han firmado un importante pacto de defensa para hacer frente a amenazas comunes
en el Pacífico, probable nuevo centro geoestratégico del mundo, e Iberoamérica
mira a China. Está claro que nuestro villano se equivocó cuando se creyó poder
reorganizar por su cuenta el mundo. Nosotros nos seguimos equivocando cuando
nos creemos su ombligo.
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