El País Martes,
31.05.05
COLUMNA
Hasta aquí hemos llegado y quien ahora no vea y no oiga las
señales de alarma en Europa debe de estar muerto y si no, merece estarlo
políticamente. El electorado francés ha rechazado por 54,68% en contra y el
45,32 a favor el Tratado constitucional de la Unión Europea. El pasado 25 de
febrero, el Congreso de Francia, la unión de las dos cámaras, había votado a
favor del texto con 730 votos a favor y tan solo 66 en contra. Las cifras
hablan alto y claro sobre la ruptura total de sintonía entre los ciudadanos y
sus representantes. En Alemania, el 12 de mayo, el Bundestag aprobó la Constitución por
abrumadores 569 votos a favor con solo 23 en contra. ¿Alguien cree que los
ciudadanos habrían respondido de forma similar? Afortunadamente para los
partidarios del proyecto que ahora se estanca, en Alemania la Constitución,
redactada cuando aun estaba viva la memoria de un populismo de consecuencias
criminales terroríficas, impide estas consultas dadas a la manipulación de
miedos y pasiones. No es difícil imaginar una victoria del no en
Alemania.
Chirac convocó el referéndum para mayor gloria propia,
seguro de la victoria, mecido por su nada escasa autoestima, convencido de
poder movilizar tanta gente en favor del Tratado como en contra de la política
del presidente George Bush. A Zapatero le salió bien porque la oposición,
arrastrando los pies, eso sí, pero sin otra opción razonable, le apoyó en la
campaña por el sí. Esto contrarrestó el voto al no de las
fuerzas antisistema, por lo demás aliadas del Gobierno. En Francia por el
contrario y por diferentes motivos, amplios sectores de los partidos
establecidos se unieron al movimiento antisistema, manipulador del miedo, del
odio y del egoísmo nacionalista de izquierdas y derechas. De nada ha valido la
unanimidad de los medios ni las plegarias de los partidarios del sí ni
su sistemática y arrogante descalificación del discrepante. Holanda vota
mañana. Ganará el no con mayor rotundidad.
Cuando las fuerzas antisistema consiguen mayorías o las
dominan, hay que plantearse la validez y capacidad de supervivencia del sistema
mismo. Es ya evidente que con las elites políticas marcadas por la tragedia de
la II Guerra Mundial desapareció en las dos pasadas décadas la alerta de los
políticos contra cualquier tipo de populismo. Es más, cada vez se ha utilizado
más desde dentro del sistema democrático como arma supuestamente legítima,
potenciada exponencialmente por la revolución mediática.
Un diario madrileño hablaba ayer de Francia como "el
enfermo de Europa". No es Francia. Europa parece un lazareto. Francia y
Alemania necesitan urgentemente una operación a corazón abierto y los pacientes
se niegan. Nadie sabe aun quien puede hacerla en Francia y se verá si la recién
nombrada candidata democristiana a la cancillería Angela Merkel puede realizar
esta ingente tarea tras su probable victoria en septiembre. Para sacar a
Alemania de su propia agonía podría pensarse en una Gran Coalición entre CDU y
SPD. Pero un Gobierno sin alternativa parlamentaria corre el riesgo de crear
una oposición no al Gobierno sino a la democracia. El populismo no es ya una
amenaza latente. Está aquí. Lleva ya una década corroyendo las democracias
europeas desde dentro. Berlusconi y Haider fueron pioneros. Le Pen o los
antiglobalizadores tienen sus propias formas. Pero tampoco Chirac, Schröder y
Zapatero han dudado en utilizarlo. Todos tienen el común denominador de
alimentar apetitos emocionales fáciles de colmar -véase el antiamericanismo o
la turcofobia- para ganar popularidad sin afrontar las necesidades reales y los
miedos de la ciudadanía. La vieja Europa está enferma y los galenos solo
parecen preocupados por su propia supervivencia. Carecemos de dirigentes con
sentido de la historia y con convicciones. Nuestros supuestos estadistas son
meros profesionales del poder, hijos del relativismo, aprendices de brujo que
pactan entre sí o con el diablo según la coyuntura. Su arma una vez legitimada
se ha vuelto contra ellos. El populismo, galopando sobre miedo y hartazgo, ha
tirado del freno de emergencia. Hasta aquí hemos llegado. Ahora reflexionen,
propongan y actúen. Con urgencia. Las revueltas en las urnas son un sobresalto
pero más lo son las callejeras.
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