El País Martes,
05.07.05
COLUMNA
¿Se puede saber que hacían de nuevo el aún canciller federal
alemán, Gerhard Schröder, y el aún no dimisionario presidente francés, Jacques
Chirac, erigiéndose en representantes de la Unión Europea en una cumbre con
el presidente Vladímir Putin para arreglar el mundo? Los dos grandes líderes
del fracaso del núcleo europeo han pasado un conmovedor fin de semana
en Kaliningrado celebrando con Putin el 750º aniversario de la fundación de
Königsberg, la antigua capital de Prusia Oriental, que desde su destrucción
hace 60 años se llama Kaliningrado. Han acudido diligentes a un festejo
preparado por el Kremlin como afrenta a otros miembros de la UE, al excluir de la
invitación, cursada a más de 40 países, a Polonia y Lituania, precisamente los
Estados vecinos de ese enclave ruso en territorio europeo.
La falta de sensibilidad histórica del canciller alemán es
tan conocida como el arrogante desprecio que despliega Chirac hacia unos países
centroeuropeos y bálticos que recuerdan tan bien los asaltos alemanes y rusos a
sus territorios como la indiferencia francesa cuando sucedían. En dichos países
se toma nota, con estupefacción, del enésimo desplante franco-alemán. Aunque a
nadie debiera extrañar que estos dos no se acuerden de tragedias ajenas en el
siglo XX, sí parecen haber olvidado su propia situación actual.
La cumbre ruso-franco-alemana, celebrada en el
antiguo balneario prusiano de Rauschen, hoy Sowjetlogorsk, no podía tener otro
resultado inmediato que la generación de más desconfianza entre miembros de la
UE, resultado sin duda apetecido por Putin. Éste ya había tenido gran éxito en
ello cuando logró casi plena asistencia a los actos de exaltación soviética en el
60º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Los hoy socios de la
UE, que vivieron el mayo de 1945 como mero relevo de una bárbara ocupación
extranjera por otra, no oyeron en Moscú ni una palabra de pesar o
reconocimiento a su sufrimiento de medio siglo que siguió a la llamada liberación.
El encuentro trilateral de Sowjetlogorsk ha estado revestido
de toda esa simbología multipolar que gusta al eje antiestadounidense que se
fraguó antes de la intervención norteamericana en Irak, cuya doctrina suprema
es el antiatlantismo. Putin disfruta dándoles cancha a los dos prejubilados,
aunque sabe que ambos van a la cita del G-8 en Gleneagles (Escocia) con poco
más que su presencia física. Simbolismos aparte, esta semana sí que tendrá
Putin una cita realmente importante. El jefe del Estado de China, Hu Jintao,
inicia el jueves una visita a Rusia para intensificar las -éstas sí- excelentes
relaciones bilaterales. Las reticencias europeas -que no de Schröder y Chirac-
a poner fin al embargo de armas a China otorgan especial relieve a la reforzada
cooperación militar ruso-china, que vuelve a los niveles óptimos de antes de la
ruptura de Mao Zedong con la URSS en 1956.
Aquí está de nuevo ese fantasmal eje de ocasión,
París-Berlín-Moscú-Pekín, eso sí, con las dos capitales occidentales como
parientes débiles, y las orientales, conscientes de su poder y decididos a
poner coto a molestos movimientos democráticos en casa y entre el Cáucaso y la
frontera china. Objetivo de estas dos es dinamitar la Organización para la
Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). Este organismo, el único que desde el
atlantismo promueve los derechos humanos y la democratización en zonas de
crisis, ha sido decisivo en los reveses a los intereses antidemocráticos de
Moscú y Pekín. Putin y Hu Jintao hablarán de ello, y el encuentro de Königsberg
les será útil porque aumenta los recelos entre democracias europeas. Moscú no
quiere más revoluciones democráticas como las de Georgia o Ucrania. La reciente
matanza de centenares de manifestantes contra la satrapía del presidente
Karímov en Uzbekistán ha sido aplaudida por Putin. Schröder y Chirac han
callado, como ya hicieron cuando el Kremlin quiso revivir como imperio con su
estafa en Kiev. Es humano que estas dos tristes figuras busquen consuelo en
Königsberg, donde les tratan con respeto y se le ríen los chistes
antibritánicos a Chirac. Pero es patético que presten servicios a las maniobras
antiatlánticas de Putin. Hay formas más dignas de decir adiós al cargo. Incluso
desde la irrelevancia se puede ser algo leal.
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