El País Martes,
27.07.04
COLUMNA
No es lo peor que los pobres se rebelen en lugares donde la
vida se antoja sencillamente imposible y siempre humillante. Bastante sufren
quienes nada tienen salvo ofensas en el agravio y en el trato, aunque eso no
justifique nunca el crimen como tantos creen en cómodos puestos acá, en nuestra
Europa tan exquisitamente moral y formidablemente generosa con todos,
asalariados en estas democracias y capitalismos tan detestables y dignas de
oprobio diario por fundamentalmente malas y culpables hasta del último vástago
que muere allí en nuestras lejanías andinas o en las montañas de Afganistán.
Quien dude de que somos culpables es fascista. Y eso sí que es decreto firme, difícil
de discutir e imposible de replicar. Quien no se sienta culpable con entusiasmo
en Europa por toda tragedia externa es un personaje despreciable sólo
comparable a Hitler o a Mussolini, a Pinochet o a Videla, nunca a Stalin, a Pol
Pot o a Fidel. Así es la vida y casi parece ser hoy más que antes. Porque las
modas son como son. Agárrese los machos quien no piense igual.
Pero ni estas bondadosas multitudes que así piensen y a las
que se recomienda así pensar pueden negar que están pasando cosas graves allá
por los altiplanos en Bolivia o en los barrios miserables y despreciados de
Lima, en una Venezuela que parecía joya afortunada del continente y se ha
convertido en el ejemplo negativo -sólo superada por la despreciable dictadura
de Cuba que algunos parlamentarios españoles aún defienden, sin acordarse de
Raúl Rivero-, una Colombia permanentemente traumatizada o un Ecuador que ya se
erige como sus vecinos en Estado fracasado que no sabe adónde enviar a los
seres humanos que son sus hijos y esperanza. Francesc Relea, corresponsal de
este diario, lo relataba ayer con conmovedora exactitud. Ahora, de repente
casi, después de más de una década de esperanza de democracia, ilustración y
raciocinio, claman no se sabe qué justicia histórica los rebeldes, delincuentes,
insurrectos y los indigenistas favoritos de tanto izquierdista europeo -siempre
bien duchado él porque aquí al fin y al cabo tenemos agua y luz eléctrica
gobierne quien gobierne-. Gentecilla que ha pasado toda su vida haciendo media
hora de confidente de dictaduras y otra media de resistente antifascista se
entusiasma hoy con otra gentecilla que quiere movilizar los peores instintos de
gentes primitivas para lanzarlas de nuevo al medievo y confirmar sobre el
sufrimiento del prójimo sus propias teorías de la miseria personal y el fracaso
del progreso y la dignidad.
La democratización de Latinoamérica -quizás sea el signo de
los tiempos- parece hoy tan desacreditada que no hay listo progresista europeo
que no se apunte al correo electrónico con algún otro listo allende el
atlántico ducho en informática como el llamado subcomandante Marcos,
ese interlocutor favorito de las grandes cabezas de la izquierda europea. Todos
parecen creerse Émile Zola. Pero no son sino destripadores intelectuales.
Cuando en Latinoamérica, después de trágicos decenios de dictaduras criminales,
habíamos vislumbrado esa oportunidad de construir sociedades abiertas, los
enemigos peores de toda civilización democrática que son los susodichos cómodos
intelectuales europeos -aquellos que querían pactos "pacifistas" con
Hitler, aquellos que siempre han repetido esa repugnante consigna de
"Besser rot als tod" (Más vale rojo que muerto)- vuelven a intentar
convencer a las sociedades latinoamericanas de que su enemigo es el progreso,
la cooperación y una globalización que, como la ley de la gravedad, existe y se
impondrá. Quienes sean convencidos de lo contrario, simplemente se caerán. Como
la manzana. Si lograsen que la manzana volara, Latinoamérica volvería a sumirse
en el caos y la miseria. Allá ellos, dirá alguno. Pero los demás no saldríamos
jamás indemnes. Ahora, señores, tengan seguro que todos vamos en el mismo
barco. Nadie dejará de pagar o sufrir pecados y errores ajenos. Quien no
entienda esto no entiende nada.
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