El País Martes,
14.12.04
COLUMNA
En febrero nos quieren convertir a los españoles en los
europeos ejemplares por enseñar a los demás que somos los más fervientes
partidarios de algo que no conocemos, es decir, la Constitución europea. Vaya
por delante que somos bastantes los que ya hemos decidido ir a votar en favor
de esta Constitución que, como no podía ser de otra forma, no nos parece ni la
ideal ni la mejor posible. Sí nos parece la mejor opción que se nos ofrece tras
hundirse las últimas resistencias a ciertos desequilibrios que países como el
nuestro pueden lamentar en el futuro si resulta que el amor que nos profesan
algunos socios mayores no es tan firme ni perenne como aseguran nuestros
gobernantes. Pero ya no importa si no se pudo o no se quiso intentar preservar
posiciones más cautelosas porque se ha impuesto la certeza de la existencia del
bien y la generosidad absolutos y que ambos son oriundos de Berlín y París.
Habrá que votar con un sí a la constitución, con entusiasmo
o sin él. Aunque solo fuera porque la alternativa sería un desastre. No una
tragedia, pero sí un desastre. Y hay que animar a todo el mundo a votar
-afirmativamente- porque el desastre es posible y lo es por la ocurrencia de
someter la ratificación de la Constitución a referéndum, cuando tenemos un
Parlamento recién estrenado al que nadie puede seriamente negar legitimidad y
potestad para confirmar el compromiso español con la Carta Magna europea. Como
no hay jardín en el que no entremos últimamente, quedan diez semanas para
movilizar al electorado y convencerle, no ya para la imposible empresa de
leerse y valorar la Constitución, sino de que se levante otro domingo para
volver al colegio electoral. No debe extrañar que en esta situación surjan
ideas peregrinas como la del Gran Hermano o la conversión a la militancia
europeísta de "personalidades de la cultura" que hace quince años
insultaban a los polacos, a Vaclav Havel y a los alemanes orientales por
quererse unir a la "globalización salvaje" y aun hoy son tiernos
compadres de Castro y Chávez.
Quizás no baste con este despliegue de imaginación. Tal como
anda el patio político y el prestigio que parecen haber obtenido las sectas en
los dos grandes partidos, no es improbable -quizás necio, pero no improbable-
que parte de los votantes del PP opten por la abstención o el no para
no ayudar a un éxito del referéndum que el Gobierno pudiera atribuirse. Tampoco
parece probable que el Gobierno arrastre a las masas a las urnas a no ser que
realmente presente la consulta como un plebiscito, lo que no parece muy
conveniente. El PP tendrá que convencer a sus electores argumentando que la
Constitución europea, un Tratado entre Estados, hace inviables los experimentos
secesionistas en marcha en Cataluña y el País Vasco. No será fácil cuando todos
son testigos de que una Constitución mucho más explícita en la defensa de la
unidad nacional, fuerte y ratificada por una inmensa mayoría, la Española de
1978, sufre contínuos embates, cuestionamientos y planes de voladura más o
menos controlada. El Partido Socialista habrá de convencer a los suyos de que
es buena una Constitución que rechazan todos sus socios en Barcelona y Madrid.
En fin, que con el ambientazo de estos últimos meses, habría sido todo más
fácil de resolver entre parlamentarios que entre radioyentes.
El pasado sábado, en el Recinto Ferial de Madrid, no lejos
de donde delegados de Izquierda Unida limaban asperezas en su búsqueda del
cuadro ideal para la lucha final, cientos de ciudadanos de toda España
aplaudían al ministro del Interior, Antonio Alonso, y al dirigente del PP en
Estrasburgo, Jaime Mayor Oreja, por reafirmar lo que debiera ser obvio, la
necesidad de que los dos grandes partidos actúen juntos en la lucha de todas
las "cuestiones de Estado". Entre las primeras figuraría la
preservación del Estado mismo. Estos ciudadanos exigían a PSOE y PP
responsabilidad y fin a la orgía de sectarismo, el sí a la
Constitución europea y también, y ante todo, a la española. Alex Vidal Cuadras
y Josep Borrell clausuraron el acto y por lo que dijeron estaban de acuerdo.
¡Ojalá vivieran más cerca!
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