El País Sábado,
19.03.05
NECROLÓGICA
Ha muerto a la venerable edad de 101 años George Kennan, uno
de los hombres que mejor supo explicar los problemas del terrible siglo XX y
más criterio tuvo a la hora de proponer fórmulas de resolverlos.
Probablemente le debamos en Occidente los conceptos más
exactos de la percepción correcta de la conducta de un magnífico enemigo, la
Unión Soviética, y las formas de combatirlo sin llegar a la guerra que habría
supuesto la destrucción del planeta.
Con su profunda comprensión de las debilidades de ese
enemigo de las libertades, pero sobre todo gran agente del damero maldito en la
guerra fría entre dos visiones en la organización de la sociedad y la historia,
Kennan marcó durante más de medio siglo la política norteamericana frente a la
URSS y tuvo el lujo de vida que le permitió ver tanto el auge como el
hundimiento del proyecto bolchevique, con una inverosímil lucidez y perspicacia.
Cuando George Kennan nació, en 1904, en la remota Milwaukee,
Trieste era aún el gran puerto de mar del Imperio Austro-húngaro y la vecina y
también adriática Fiume (hoy Rijeka) era el dique de guerra de aquella potencia
europea a punto de sucumbir. Su padre se llamaba Kossuth en recuerdo al
revolucionario húngaro del XIX, aunque sus ancestros fueran en realidad
escoceses e irlandeses.
Su vida fue la de un patricio norteamericano con total
vocación épica europea, perfectamente volcado en la comprensión de los
entresijos del Viejo Continente y, de forma especial, del alma de los rusos y
sus efectos sobre la política de la gran potencia que fue la URSS. Aprendió
alemán a los ocho años y después era un lujo verle expresarse durante casi un
siglo en ruso, polaco, checo, francés, portugués. En 1925 entró en el Servicio
Diplomático. Eran años de convulsión tremenda, en los que, entre la falsa Paz
de Versalles y la llegada del nazismo a Alemania, toda Europa temblaba ante el
vigor de las grandes utopías del comunismo y fascismo y las fragilidades e
indefensiones de las democracias. Kennan estuvo en aquellos años clave para su
vida en Ginebra, Hamburgo y Berlín. En 1933, año de la llegada de Hitler al
poder, se vuelca en el estudio del ruso y Rusia en la capital alemana. Llegaría
a ser embajador en Moscú poco antes de la muerte de Stalin.
Desde entonces, Kennan ha sido la voz más autorizada,
siempre escuchada, no siempre entendida en Estados Unidos sobre asuntos
soviéticos. Lo fue definitivamente cuando fraguó, en un artículo no firmado ya
después de la Guerra Mundial, el concepto de la "contención" que
establecía que la única forma de tratar a un régimen como el de la URSS era el
contrario del apaciguamiento y, por tanto, el de permanente presencia de la
presión y la ostentación de fuerza. Fue una revolución conceptual en la
política de Washington hacia su antiguo aliado en Moscú.
No fue otra la revolución que, bajo Ronald Reagan y con la
ayuda decisiva de un papa Juan Pablo II procedente de uno de los países bajo la
órbita soviética, Polonia, acabaría finalmente con la dictadura en el Este de
Europa. Fueron los conceptos de Kennan, que eran absolutamente contrarios a
cualquier conflicto bélico directo con la URSS, muy de moda en los años
cincuenta y sesenta en Estados Unidos, los que llevaron a la URSS a sucumbir.
Mucho antes de que Churchill hablara del telón de acero en
1948, Kennan, un gran norteamericano europeo, dejó claro que, al igual que al
nazismo, al comunismo sólo podía contenérsele con la presión de la amenaza y la
firmeza creíble, y nunca con la negociación de los principios.
Kennan fue el artífice de la guerra política norteamericana
y europea contra el enemigo, la URSS, que se creía seguro vencedor en la
historia. Negociar las realidades desde posturas de seguridad y de fuerza y
nunca hacer concesiones que pudieran hacer creer al adversario que tenía al
alcance sus objetivos eran la máxima. Desde esa convicción se realizó el
despliegue de los misiles Cruise y Pershing en Europa en
contra de las masivas protestas en Alemania occidental. Y allí empezó el ocaso
de la mayor dictadura habida jamás en la historia, Kennan ha enterrado a todos
los interlocutores que tuvo en su fascinante vida y también al régimen que supo
auscultar como nadie. Sus compatriotas, pero ante todo, los europeos tienen con él una insaldable deuda de gratitud.
George
Kennan. ASSOCIATED PRESS
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