El País Miércoles,
16.06.04
LA EUROPA DE LOS VEINTICINCO | LOS TEMAS PENDIENTES
Hay muchas formas de votar. Conviene recordarlo ahora que
tantos millones de europeos a los que nos impidieron votar durante décadas,
decidieron no votar por pereza, abulia o desinterés. Muchos votos en la vida de
la Europa con sufragio han sido causa de vida o muerte. Piensen en quienes
votaban cuando opciones políticas te aseguraban la llegada a Buchenwald, cerca
de Weimar, un lugar desaconsejable. Nunca te aseguraban la salida. Y son muchos
los rincones del mundo en los que el voto, la voluntad política, se pagan con
prisión, represalia diversa o muerte segura.
Casos extremos son ahogarse, con padres, madres, hijos y
nietos, para demostrar el desprecio hacia el infierno, fascista o comunista,
del que se huye y en el ya toda vida parece haber dejado de ser medianamente
compatible con la dignidad. Todos los comisarios y cómplices de Fidel Castro en
Cuba -un gran abrazo a Raúl Rivero pese a todos ellos- pero también aquí en
España donde gozan de tanta comprensión sus secuaces, abogan por entender el
voto como acto de sumisión a las órdenes del comandante supremo, portador de
esa verdad común que genera un estigma definitivo en quien disiente, siendo
éste siempre un Rivero preso potencial. El obediente es siempre el correcto.
Luego no serlo supone ser balsero incluso en países sin costa.
Pero también puede votarse, cuando no es posible de otra
manera, con los pies, sencillamente emigrando. Alemanes orientales y checos
consiguieron hacer de tal manifestación un voto tan inmenso e intenso que acabó
con el régimen del cual huían y cambiaron el mundo en aquel año milagroso de
1989 en el que quienes realmente querían votar nadaban o se ahogaban en las
brutales corrientes del Danubio, entre riberas que son todas hoy nuestra
Europa, la que debía haber votado masivamente en estas elecciones que acabamos
de recontar. Es difícil ser más contundente y explícito en la desaprobación del
poder que con la decisión de huir de casa y romper el propio pasado deseando su
inexistencia y no ya por pobreza y hambre sino por pura náusea hacia el poder y
los miserables que lo ostentan.
Curiosas paradojas las que nos llevan a matar y morir por
votar y cuando podemos hacerlo nos parece una ridiculez salvable el acudir a
optar -esa gran palabra que es optar- sobre soluciones de calidad de vida de
hijos y nietos con aquellos ciudadanos que no han olvidado, en Praga o en
Madrid, en Varsovia o Lisboa, las ganas de votar que tuvimos algún día en aquel
pasado en el que creíamos en la política y en la emoción compartida como gran
ceremonia para mejorar las cosas, la vida.
No dan pena quienes desprecian derecho y deber de apoyar o
no a aquellos políticos que nos proponen reglas de vida común en el mayor
proyecto social y político jamás habido, esta Unión Europea, ilustrada y
compasiva, efectiva y próspera como ninguna organización supranacional desde
que tenemos memoria. Dan más pena los honestos comerciantes de esta idea de
construcción extraordinaria que no consiguen tener el menor eco entre sus
conciudadanos y han de recurrir, en mediana vileza y siempre mecanismo
calculador, a los recursos protonacionales en los que reafirmación prepotente y
revancha chata suelen ser motores principales. Es un milagro que hayamos
llegado tan lejos en nuestra civilización, única ella por su éxito rotundo y su
belleza de propósitos. Y es increíble que tan pocos de los beneficiarios de
esta gran historia de la generosidad y sabiduría que es Europa sean lo
suficientemente benévolos ante la historia para entenderse a sí mismos.
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