El País Martes,
23.11.04
COLUMNA
Las imágenes que ayer emitían las televisiones desde Kiev
-decenas de miles de personas enarbolando banderas y exigiendo democracia-
evocaban aquellos tiempos tan prometedores de 1989 cuando millones de
centroeuropeos se movilizaron para demostrar a los dirigentes comunistas que su
reino de miedo y mentira se hundía por momentos. En Leipzig y en Berlín, en
Praga y en Bucarest, la población sometida por los regímenes más reaccionarios
y represivos del agonizante imperio soviético exigía democracia y ciudadanía.
Por aquel entonces el mundo parecía cabalgar sobre la certeza de que la
democracia, el sistema más justo y humano jamás habido, estaba a punto de
lograr una victoria global y definitiva sobre todas las demás formas de
gobierno. Con la transición y la Constitución española de 1978 había comenzado,
tan sólo 11 años antes, una carrera triunfal de la democracia ante la que ya se
habían plegado dictaduras latinoamericanas y despotismos asiáticos. Centenares
de miles de estudiantes desafiaban en Pekín al régimen comunista y las grietas
en el telón de acero eran cada vez mayores, primero en Hungría, después en
Checoslovaquia, finalmente en Berlín. Nunca había gozado la democracia de tanto
prestigio. Salvo los dictadores, sus lacayos y trovadores a ambos lados del
muro, nadie ponía en duda su superioridad moral.
Tres lustros después son muchos los motivos para sonreír
cansinamente cuando se evocan aquellos entusiasmos y la aceptación universal de
un determinismo histórico tan falso como el cultivado por el "socialismo
real". Los ucranios que se manifiestan desde ayer contra el burdo pucherazo electoral
del mafia-sozialismus del presidente Leonid Kuchma y su alevín y sucesor
Víktor Yanukóvich quieren sin duda una democracia. Pero su desesperación ante
la farsa electoral se debe menos a lo que esperan de la democracia que a la
impresión general de que las posibilidades de conseguirla se diluyen con el
paso del tiempo. Como sucedió hace unos meses en el fraudulento referéndum para
la proclamación de la omnipotencia de Lukashenko en Bielorrusia -hoy una
dictadura ya sin complejos-, los ucranios ilustrados protestan bajo el síndrome
del "ahora o nunca". Saben bien lo que pasó en Bielorrusia y lo que
sucede en Rusia, donde Vladímir Putin se ha apañado un despotismo más o menos
ilustrado a su medida contando con la comprensión cuando no el aplauso de
Occidente.
Putin ya ha felicitado a los ladrones de votos sin dejarse
conmover por las denuncias de la OSCE, de la UE y de Washington. No pasa nada.
Las sólidas amistades aguantan de todo. En su cita en Santiago de Chile, Putin
y Bush habrán dedicado tanto tiempo a hablar de la democracia en Ucrania o
Rusia como a los presos de Guantánamo. Además, el otro gran amigo presente, el
presidente chino Hu Jintao, no habría entendido nada. Hu Jintao ha sido la
estrella de la Cumbre Asia-Pacífico, como bien contaba el enviado de este
periódico, Fernando Gualdoni. Porque en Santiago sí se ha hablado de cosas
serias, no en Costa Rica. Lula y Lagos lo sabían. ¿Quién va a provocar con
discursos sobre trabajo forzoso, esclavitud, ejecuciones o democracia al gran
timonel de la mayor dictadura del mundo cuando llega como inversor? ¿Cuántos
insultaron en las calles de Santiago al jefe de la dictadura china y cuántos al
presidente de la mayor democracia del mundo?
Estos avatares no deben preocuparnos a nosotros que ya
gozamos del aplauso de nada menos que Hugo Chávez. Cierto que viendo los países
que visita en su gira -España, Libia, Irán, Rusia y Qatar- algún aprensivo
lamentará que nos incluyera en el lote. Pero eso son temores a que se nos ponga
cara de "no alineados". Y nosotros no tememos a nada en nuestra
juvenil impaciencia por lograr un orden internacional más justo y fraternal
entre las civilizaciones. Tiemblen la Casa Blanca, el FMI y el Banco Mundial de
Rodrigo Rato. La paciencia se la recetamos a los cubanos. Esperen soluciones
imaginativas. Ante este "baile mortuorio de los valores" -decía Arnold
Schönberg-, no debería sorprender que los ucranios estén inquietos. La
democracia no cotiza al alza.
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