El
País Martes, 20.01.04
COLUMNA
El señor Paul Bremer está de gira por diversos despachos en
Estados Unidos, de consultas con la Administración de Bush y ayer con Kofi
Annan en Nueva York, para pedir apoyos a un plan de transición en Irak que
tiene tantas posibilidades de salir adelante como el plan Ibarretxe de
ser aplaudido públicamente por José María Aznar. Hace muchos años -ni Bremer ni
Bush sabrán cuántos-, en 1076, Enrique IV, sacro emperador romano de la nación
germánica, tuvo que ir en penitencia a Canossa para humillarse ante la
autoridad del papa Gregorio VII al que había desafiado y despreciado antes. El
conocimiento de la historia hace humilde a los estadistas e incluso a los
políticos. Pero no puede esperarse mucho efecto semejante en la clase política
norteamericana, en la que un ilustrado es James Baker, secretario de Estado con
Reagan, que algún día, dicen malas lenguas, confesó a un colega europeo que
siempre estuvo convencido de que Alejandro Magno y Carlomagno eran familia.
Seguramente no es cierto, pero no deja de ser revelador que sea verosímil.
Ahora la Administración norteamericana acude a su peculiar
Canossa en Nueva York para pedir a la ONU que la ayude a salir de un profundo
atolladero en Irak, donde el plan Bremer de transición con una
asamblea constituyente amenaza con empeorar aún más toda la situación lo que, a
nadie quepa duda, es perfectamente posible. El ayatolá Alí Sistani, un hombre
mucho más poderoso que Bremer aunque carezca de ejércitos y helicópteros, ha
dicho que no al plan y pide elecciones antes del traspaso de poderes a
autoridades iraquíes previsto, en principio, para junio próximo. Ayer, volvió a
demostrar su poder con una nueva concentración de decenas de miles de ciudadanos
de Bagdad que exigían "elecciones ya". Ya lo hicieron el jueves. Y
Sistani puede sacar a la población chií todos los días.
No les falta razón a Bremer y al propio Kofi Annan -en esto
ahora de acuerdo- en que es imposible celebrar unas elecciones mínimamente
correctas de aquí a tres meses, dada la actual situación de inseguridad. Pero
habrán de convencer al chiísmo de ello, abandonar su plan Bremer y
lograr que la ONU entre de nuevo con autoridad en el país, no con el papel del
chico de los recados que se le había asignado inicialmente. El Consejo de
Gobierno designado por las fuerzas de ocupación no tiene ya ninguna posibilidad
de adquirir legitimidad ante la población iraquí, lo que no es sino una
consecuencia más de las chapucerías de los grandes genios de planificación de
Washington, con su vicepresidente Dick Cheney a la cabeza. Y si ante las
elecciones norteamericanas quizás Bush podría aguantar una guerra terrorista de
relativa baja intensidad -500 bolsas de cadáveres repatriados no son tantas cuando
se asume la empresa de cambiar el mundo- no sobreviviría al intento de reprimir
una hostilidad movilizada de la totalidad de la población chií. Aquí sí que
surge el fantasma del baño de sangre real.
Ninguno de los candidatos demócratas que acudieron ayer
al caucus del Partido Demócrata en Iowa, que abre en la práctica la
carrera electoral, parece en principio un rival imbatible para Bush. Salvo
catástrofe como la que rápidamente se perfilaría si no se encuentra una base de
legitimidad internacional muy amplia en Irak que fortalezca la seguridad al
tiempo que fomenta la cooperación de todos los pueblos y confesiones. Seguirá
habiendo terrorismo en Irak y fuera de allí. Durante mucho tiempo y en todo
caso. Pero con la oposición activa de la población chií, de decenas de miles de
hombres, mujeres y niños asediando a diario los cuarteles de la fuerza
internacional no existe más que un pronóstico que es la tragedia mayúscula. Una
tragedia que nos afectaría por cierto a todos, no sólo a las expectativas de
Bush a la reelección. La dirección religiosa y política chií ha demostrado en
los pasados meses mucha cordura. Esperemos que logren transmitirla a quienes
ahora tomarán decisiones en Washington, en la ONU, en la OTAN, entre los
líderes europeos y demás actores. Nos va mucho en ello.
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