El País Martes,
07.06.05
COLUMNA
No era un cortometraje de Peter Handke. Seis jóvenes, en
camisetas mojadas de sudor y sangre son obligados a bajar de un camión con las
manos atadas a la espalda. Unos hombres con uniformes serbios y la boina roja
de la banda paramilitar de los Escorpiones, les ordenan que se tumben
en la cuneta. Unos y otros son identificables en las imágenes. Los prisioneros
han sido torturados. Sangran por la cabeza y el cuello. Cuando están tumbados,
uno de los militares enfocados por la cámara apunta hacia ellos y dispara. Se
oyen otras de armas que no se ven en la grabación. Los cadáveres quedan allí y
los ejecutores se alejan hacia el camión. ¿Fin del cortometraje? No; hay más.
Hay más grabaciones en posesión del Tribunal Penal Internacional para la
antigua Yugoslavia, en La Haya, y de las autoridades serbias. La emitida
muestra tan solo la ejecución de seis de los 8.000 bosnios asesinados por las
fuerzas serbias tras la caída de Srebrenica en julio de 1995.
Un escalofrío sacudió a la sociedad serbia cuando la
televisión pública emitió las imágenes. Todos pudieron ver y muchos reconocer a
los protagonistas: algunas madres musulmanas, a sus hijos desaparecidos;
algunos vecinos, al oficial al mando, al que cosía a tiros a los aterrados
jóvenes; algún hijo reconoció a su padre como verdugo. Todos han visto ahora lo
que muchos sabían, otros intuían, pero tantos se negaban a reconocer. Por
primera vez los líderes y la prensa de Serbia no se lamentan de montajes
de enemigos de la patria ni conspiraciones antiserbias. De repente parecen
haber olvidado el victimismo tras el que escondían su obstinación por negar lo
evidente. El primer ministro, Borís Tadic, dijo querer "arrodillarse ante
las víctimas para honrarlas" y pidió excusas por los crímenes cometidos en
el nombre de Serbia. La prensa y la televisión han hablado de "vergüenza
nacional".
Hay más. Hay escenas de las torturas a jóvenes musulmanes,
por mero sadismo. Hay imágenes de un Pope ortodoxo bendiciendo a los asesinos
mientras matan y pidiendo a Dios que los ayude a exterminar al enemigo. Por
supuesto que no está registrado todo el horror de la mayor matanza desde la II
Guerra Mundial, en la que en menos de 72 horas fueron ejecutados los 8.000
varones de Srebrenica. Pero las que hay las irán viendo poco a poco los
ciudadanos serbios en una cura de desnazificación para los más
recalcitrantes y en una catarsis nacional que tanto se ha hecho esperar.
Belgrado intenta crear un ambiente propicio para la entrega a La Haya del
responsable directo de estas muertes, el general Ratko Mladic, y de su jefe
político e ideológico, Radovan Karadzic. Las autoridades serbias saben que si
no entregan a estos criminales nunca darán el paso definitivo a la comunidad de
naciones. Ya se han producido las primeras detenciones de los asesinos
identificados en el vídeo. La fiscal de La Haya, Carla del Ponte, elogia por
primera vez a las autoridades serbias que ponen fin a la insufrible negación
mentirosa de aquel crimen en masa. Quizás, debieran seguir este ejemplo todos
aquellos que negaron la matanza de Srebrenica, a su cabeza el escritor
austriaco Peter Handke, que dedicó todo un libro exculpatorio a los asesinos.
Los serbios saben ya que no eran héroes los asesinos y que Srebrenica no es un
mito antiserbio. Gran momento para que rectifique el alma sensible austriaca y
lamente los homenajes con que le gratificó el verdugo de Srebrenica.
Pero también los croatas saben que ahora, dada la convulsión
profunda que padece la UE y la movilización en contra de la ampliación, hay que
ser un candidato más que perfecto para no ver la puerta de la integración
cerrada para mucho tiempo. Si Mladic está en La Haya para el aniversario de la
matanza de Srebrenica, el 11 del mes próximo, Zagreb estará bajo una presión
insoportable para entregar a La Haya a Ante Gotovina. Pero si Serbia y todos
los países balcánicos tienen que hacer esfuerzos para enfrentarse con su
pasado, la UE no puede cerrar las puertas a una región que necesita soñar con
un futuro mejor para que aquello no se repita. Si la falta de incentivos
democratizadores se extiende, nadie excluya nuevos vídeos de horror. En Zagreb,
el presidente croata convocó a líderes balcánicos de todas las etnias y Estados
para advertir todos a la UE que no puede olvidar, entre tanto problema suyo, el
potencial de conflicto existente. El mensaje es claro: la ampliación a los
Balcanes de la UE, por larga y dificultosa que sea, nunca costará tanto como el
negársela.
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