El País Martes,
08.06.04
COLUMNA
En el monasterio benedictino de Göttweig se han podido
escuchar estos pasados días muchas palabras de gratitud que se echan en falta
por otros lares. Göttweig es como el muy cercano monasterio de Melk, un foco de
sabiduría y reflexión desde hace casi mil años cuyos monjes y escritos llegaban
e influían tanto en los fuertes de los Caballeros teutónicos en el Báltico, hoy
capitales de Estados miembros de la UE, como en Santiago de Compostela o Santo
Domingo de Silos.
Decenas de políticos e intelectuales de toda Europa, entre
ellos los presidentes de Gobierno de Grecia, Konstantinos Karamanlis, y el de
Austria, Wolfgang Schüssel, los ministros de Asuntos Exteriores croata, esloveno
y austriaco, se reunieron en tan espléndido marco para hablar de la larga e
insólita experiencia del viejo continente, de sus nuevos retos y sus cuitas. Se
habló de la nueva Constitución de una Europa que tras cientos de años de luchas
fratricidas y un siglo XX anegado en sangre por las dos grandes ideologías
redentoras del nazismo y el comunismo vuelve a acercarse a la unidad que
sobreentendían los monjes de Göttweig como los de Silos o Marienburg.
Pero ante todo -quizás sea la influencia del entorno que
induce tanto a la memoria- se ha hablado mucho de gratitud. La cumbre de Mitteleuropa que
es la reunión danubiana, con representantes de todos los países que desde el 1
de mayo ya son miembros de la UE y los candidatos de los Balcanes, incluida
Turquía, saben muy bien lo que es la precariedad de la libertad y la seguridad
y son conscientes de que estos bienes no son un derecho adquirido como algunos
piensan en las sociedades más afortunadas de Europa Occidental.
El Montecassino austriaco ha evocado Normandía como
un inmenso acto de generosidad en el que un presidente norteamericano decide
mandar al sacrificio a decenas de miles de sus ciudadanos para salvar a Europa
de su peor tormento cuando se batía en una guerra propia contra Japón. Sólo el
Reino Unido había demostrado tal gallardía al entrar en una guerra contra el
nazismo en 1939 cuando su aliada Polonia fue atacada. Cierto que la URSS
combatió a Alemania con más víctimas que EE UU. Pero sólo lo hizo después de su
plena colaboración y complicidad con el nazismo durante dos largos años
trágicos en los que nazismo y comunismo se aliaron para matar al alimón y sólo
se enfrentó a Hitler en autodefensa cuando fue atacada en 1941. Otros aliados
miraron allá en 1939 hacia otra parte cuando Polonia fue arrasada por los dos
grandes asesinos, creyendo que así estarían más seguros y evitarían bajas
propias. Un año más tarde tuvieron que ver humillados que los pactos por
separado con los enemigos de la libertad no generan más que desprecio. Quienes
consideran que pueden apaciguar al matón sacrificando a otros siempre acabarán
comprobando que la cobardía ha sido en vano.
Ha sido esta semana buena para rememorar e intentar que lo
hagan quienes viven con tanta energía las pugnas del presente que no parecen
tener tiempo o capacidad para forjar los anclajes con el pasado que evitarían
mucha irresponsabilidad al despreciar los peligros del presente. Y para
combatir esa pose de superioridad moral tan arraigada en Europa, el continente
que más debiera reflexionar sobre sus actitudes porque ningun otro ha generado
crueldades y miserias semejantes a las suyas.
En Göttweig también se recordó a Ronald Reagan, que casi
parece que eligió el 60º aniversario del Día D para morir a los 93 años.
Resuenan aún los insultos al "ex actor idiota" de Reagan que se oían
en Europa durante sus ocho años de mandato. Como suenan aún los comentarios
despectivos al papa Juan Pablo II por su "anticomunismo cerril". Los
ciudadanos libres reunidos junto al Danubio eran plenamente conscientes de la
deuda de gratitud hacia esos dos hombres que los sacaron, en Tallin, Riga,
Vilnius, Bucarest, Varsovia, Budapest o Praga, de una vida sin esperanza y que
les abrieron el camino a esa reunificación europea y a la libertad que sólo
infravaloran quienes desprecian lo que tienen y por ello lo ponen en peligro.
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