El País Martes,
25.01.05
COLUMNA
No crean que somos los únicos que se pelean con fantasmas
del pasado, muchos de ellos cada día más presentes. Ni que somos sólo nosotros
los que volvemos a traficar con mezquindades para disputarnos ventajas de saldo
en el pulso político en el que todos hablan de víctimas, la mayoría sufre al
ver que su buen sentimiento de compasión genuina no es tan común como piensa y
algunos sólo especulan sobre cómo utilizar la foto de un muerto como pescante a
un mejor coche oficial. Antes de cumplirse mañana el 60º aniversario de la
liberación del campo de exterminio de Auschwitz y 10 años redondos después de
ser asesinado Gregorio Ordóñez, es evidente la vigencia de la máxima de
Alexander Mitscherlich, que sólo en el luto veía posible la auténtica
regeneración del individuo y de la sociedad. Él hablaba de la alemana. Nosotros
bien podemos hacerla por la española y en especial por su parte vasca que,
emponzoñada por su incapacidad de luto (Die Unfähigkeit zu trauern), está
envenenando a todos y cediendo el discurso a quienes han hecho del culto a la
diferencia, de la secta, del odio y de la deshumanización del adversario
político, su máxima vital y arma de poder.
Alemania amanece esta semana consternada ante el sabotaje a
un minuto de silencio, respeto, memoria y dignidad a las víctimas del
Holocausto que había pedido el presidente del Parlamento de Sajonia. El grupo
parlamentario del Partido Nacional Democrático de Alemania (NPD) abandonó el
hemiciclo en aquel instante para utilizar después la tribuna para despreciar la
iniciativa. Estos canallas se erigieron en representantes de las víctimas bajo
el "holocausto aliado" que habría sido el bombardeo de Dresde. Sin
ánimo de polemizar sobre la siniestra gratuidad de un bombardeo como aquél; sin
la mínima intención de dar pie al desvergonzado intento de equiparar cualquier
crimen con la planificación sofisticada del exterminio de una raza humana, que
simboliza Auschwitz; sin tentación alguna de culpar más que a los asesinos y
sus cómplices necesarios del infinito rastro de víctimas inocentes que las
sociedades desarrolladas hemos dejado atrás; sólo puedo constatar que, como el
Holocausto demostró, la autocomplacencia y la incapacidad para sentir el dolor
ajeno nos hacen tan semejantes a los asesinos que debiéramos despertarnos todas
las noches bañados en sudor.
Está claro que la sociedad alemana -y todas las del mundo
desarrollado- serían hoy una mayor amenaza para las demás y para sí mismas sin
una cultura de Auschwitz cuyo desarrollo, profundización y cultivo es tarea de
todo individuo que se considere humanista. Por desgracia también lo está que la
España democrática ha fallado, salvo en momentos puntuales como en los días de
agonía de Miguel Ángel Blanco y las horas -sólo horas- después de los atentados
de Atocha, en responder de forma colectiva y efectiva a un desafío ético como
es el cultivo de ese trinomio de la excelencia humana de "memoria,
dignidad y justicia" que algunos arrastraron por el fango el sábado en
Madrid. Tan valiente, desprendida y decidida como puede ser esta sociedad en
los momentos más trágicos, nuestra cotidianeidad nos demuestra que la mayor
parte de los españoles -y en esto, como en tantas otras cosas, los más
españoles son los vascos y los catalanes- no parecen capaces de sufrir sino con
los muertos que consideran propios.
Aquí no hablamos de nazis, de parlamentarios a los que el
electorado de Sajonia dio en su día el poder para insultar a millones de muertos
y a la humanidad misma. En la Gran Vía el sábado, como en el mismo escenario
durante los dos años anteriores, gente "normal" ha llamado asesinos a
otros conciudadanos por odio acumulado, unos hacia un presidente de Gobierno
supuestamente feliz de ir a la guerra, otros contra un Gobierno supuestamente
feliz de hacer pactos con asesinos o compañeros de viaje de asesinos. Han sido
impotentes para reflexionar sobre los motivos de cada uno y para descubrir
alguna nobleza en los propósitos de sus dirigentes. No han comprendido que en
toda víctima -muerto, padre, madre o hija- hemos de reconocernos todos. Sin esa
capacidad de luto y compasión aún puede volver a sonar -escuchen a Pavel
Kohout- la hora estelar de los verdugos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario