El País Miércoles,
25.08.04
NECROLÓGICA
Un tocayo de este gran hombre que ha muerto -el tocayo es el
escritor Ota Filip- escribió en su novela Café Slavia con belleza
inusitada sobre el absurdo de los encuentros en la historia y los disparates
que genera el ser humano cuando cree que la está cambiando. Ota Sik, que ha
fallecido en Suiza, en su casa de Sankt Gallen, a los 84 años de edad, no
novelaba, pero es uno de los pocos economistas de la historia cuya vida sería
novelable sin cesar. Otra vez, tantas en tiempo reciente, es ley de vida, nos
abandona uno de los grandes testigos de la historia centroeuropea del siglo XX.
Es, sin duda, uno de los afortunados que llegó a edad
patriarcal y no fue víctima de la vorágine que los europeos -nosotros tan
pacifistas, sensibles y elegantes- tuvimos a bien realizar entre 1914 y 1989. Y
un poco más allá por nuestras periferias balcánicas, por ejemplo, hasta hoy.
Sik tenía todas las probabilidades de no pasar de la cuarentena dada la osadía
que desplegaba con la proclamación de sus ideas de hombre libre. Reconforta que
haya muerto viejo y con el reconocimiento a su audacia.
Porque cuando todos los cuadros comunistas reptaban en
corrección política, fue Ota Sik quien declaró a los todopoderosos estalinistas
en el Pacto de Varsovia pero en Checoslovaquia en particular -y lo dijo como
alguien que creía en el socialismo entonces-, que su política económica era un
disparate y una basura intelectual que sólo podía arrastrar a la miseria y a la
apatía a esos pueblos, y en especial a sus queridos checos, que llevaban un
siglo con los ingleses siendo vanguardia industrial y de desarrollo social.
Sik tuvo el santo coraje de decírselo nada menos que al
omnipotente presidente estalinista Antonin Novotny, un mediocre aparatchik que
sólo sabía sobrevivir neutralizando con terror el desprecio que una sociedad
culta como la checoslovaca tenía hacia él. Hablamos de 1957 y, sólo poco antes,
los restos de las víctimas de uno de los más abyectos juicios farsa del
postestalinismo habían sido mezclados con el hormigón de la autovía entre Praga
y su aeropuerto. Slansky aún estaba en la mente -en las pesadillas- de todos
los checoslovacos cuando Sik tuvo el coraje de hablar. Después tuvo su gran oportunidad
-falsa- cuando Alexandr Dubcek hace germinar la Primavera de Praga. Fue
viceprimer ministro y ministro de Economía e intentó acabar con todo el
disparate colectivista que hundía a su país, una de las naciones más
desarrolladas e industrializadas de Europa, en una caricatura de las miserias
de la estepa siberiana.
Como todo el mundo sabe, en agosto de 1968 se acabó el sueño
y Ota Sik sólo fue afortunado -que no fue poco- en el sentido de que los
acontecimientos le pillaron en aquellas infortunadas fechas lejos de Praga.
Mientras clamaba contra la invasión su compañero de Gobierno, el inolvidable
caballero de la justicia y la libertad que fue el por entonces ministro de
Asuntos Exteriores Jiri Hayek -y uno de los adalides de Charta 77 con el después
presidente tan inverosímil como maravilloso en su humanidad que fue Václav
Havel-, Ota Sik, aún socialista, casi titoísta, calificación que había costado
la cabeza a sus colegas Laszlo Rajk en Hungría y a Slansky en Praga, siguió
pregonando a favor de una Checoslovaquia libre en lo político y en lo
económico, sin las miserias que los ideólogos de lo fracasado siguen
defendiendo. Se nos ha vuelto a morir un testigo. Y además un testigo honrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario