El País Martes,
28.09.04
VIOLENCIA EN IRAK
Resulta evidente que los nuevos intentos de la
Administración de George W. Bush de organizar una cumbre sobre Irak con la
participación del G-8 y numerosos países islámicos antes de las elecciones
presidenciales norteamericanas tienen como objetivo influir en éstas. Tan
evidente que viene a ser casi infantil el denunciarlo como treta. Todos los
Gobiernos cuya permanencia en el poder depende del voto de sus respectivas
poblaciones se lanzan a inaugurar autopistas, aeropuertos, hospitales y parques
infantiles durante las campañas electorales. Se suele criticar como
electoralismo desvergonzado -que lo es- pero se acepta como uno de los vicios
menores de las democracias y muchos lo agradecen porque en este afán por
agradar y captar votos, los gobiernos se esmeran más en cubrir necesidades y
cumplir viejas promesas olvidadas durante toda la legislatura.
Por eso es difícil de comprender la sagrada ira que esta
iniciativa ha despertado en tanta gente a ambos lados del Atlántico. ¿No
beneficiaría a todo el mundo que EE UU, la UE, China, Rusia, Turquía, Egipto,
Siria, Jordania, Arabia Saudí, Kuwait e Irán se sentaran en una mesa para
discutir la actual situación en Irak y buscaran juntos una salida a la misma?
En realidad sería la mejor expresión del inicio del diálogo siempre necesario
antes de ese pacto entre civilizaciones que propuso el presidente del Gobierno
español, José Luis Rodríguez Zapatero, ante la Asamblea de la ONU. Si no acabar
-porque han pasado demasiadas cosas en este bienio-, sí podría paliar la imagen
unilateralista y diabólica de EE UU en los países árabes y en algunos sectores
europeos. ¿Hay que desechar una oportunidad, por remota que sea, de frenar la
carnicería en Irak por cuestiones de calendario electoral norteamericano? ¿Hay
que postergarla y dejar para siempre al mundo con la duda sobre la probabilidad
de que tal adelantamiento oportunista habría salvado muchas vidas?
Las posibilidades de que tal cumbre se lleve a cabo son en
todo caso ínfimas. La inagotable capacidad del presidente Bush de movilizar a
sus viejos enemigos y generar muchos nuevos casi garantiza la negativa de la
mayoría de los convocados. Unos se negarán porque quieren ayudar al candidato
demócrata, John Kerry, del que se esperan no se sabe qué política de
filantropía cosmopolita, y otros porque no pueden arriesgarse a ser acusados de
ayudar a Bush en esta iniciativa que, de cuajar, aunque su resultado tan sólo
fuera la fotografía común, sin duda sería un revés catastrófico para el
candidato demócrata.
Pero la airada reacción al anuncio por parte del secretario
de Estado, Colin Powell, del mero intento de convocatoria de dicha cumbre, que
se antoja de todas formas imposible, tiene algo de freudiana y viene a
ratificar la impresión de que muchos medios de comunicación y políticos en
Europa y en los países árabes pero también gobiernos tienden a ver el
agravamiento de la situación en Irak como un elemento bienvenido para impedir
que Bush sea reelecto. A los iraquíes, mientras tanto, no a los que ponen las
bombas -que se las seguirían poniendo a Kerry-, sino a los jóvenes que pese al
peligro que corren de saltar hechos pedazos hacen cola ante las oficinas de
reclutamiento para el Ejército regular, el calendario electoral norteamericano
les trae -tengan la seguridad- al pairo. Hay mil motivos para detestar a Bush y
desear que pierda las elecciones. Pero ese "cuanto peor la situación en
Irak hasta noviembre mejor, porque es peor para Bush" es un sentimiento
que, viendo lo que sucede en Irak, es el peor "pacto de
civilizaciones" imaginable. Porque Bush puede perder estas elecciones,
pero Al Zarqaui no puede ganar esta guerra.
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