El País Sábado,
14.08.04
COLUMNA
El Gobierno provisional de Irak ha decidido que no puede
permitirse ya la continua provocación y el desafío de un grupo de delincuentes
que, con pretextos del pietismo o fanatismo religioso, se han adueñado de la
ciudad santa chií de Nayaf y convertido su cementerio en su particular base
militar y santuario. Ahora amplían sus acciones hacia Basora para dar la
impresión de una insurrección general. El clérigo Múqtada al Sáder ha
conseguido crear un pequeño ejército propio gracias al prestigio de su difunto
padre, a la ignorancia y demostrada impericia de las fuerzas de ocupación
norteamericanas y pese a su desprestigio como rufián intruso en el honorable
clero chií. Su objetivo es mantener indefinidamente secuestrada a la sociedad
iraquí, que lo desprecia pero también lo teme cada vez más.
Las autoridades iraquíes e internacionales tienen el deber
de acabar con una situación en la que unas bandas de este cura Santacruz
versión mesopotámica impiden la normalización de la vida, la reconstrucción y
la mejora de la seguridad y el bienestar de los iraquíes de la región. Hundir
la exportación de petróleo no es sino un acto consecuente más en este intento
de sumir a Irak en la miseria y el odio. Quien no coopere en la lucha contra
semejante estrategia traiciona a los intereses de la sociedad abierta en Irak y
de todo el mundo. Cierto es que todo podía haber sido diferente si la ocupación
se hubiera producido en términos lógicos, con una presencia militar exterior
masiva y aplastante, leyes marciales y una lucha contrainsurgente razonable que
premiase y fomentase lealtades y no tolerase conatos de resistencia, ni en
mezquitas, cementerios, madrazas ni tiendas de escapularios.
Gentes como Al Sáder no habrían podido erigirse en
reyezuelos del bandidaje porque habrían sido detenidos. Con razón no dejaron
los ocupantes en Alemania en 1945 que los Gauleiter de las SS anduvieran libres
organizando manifestaciones de adeptos, exigiendo salarios, extorsionando a
compatriotas que no se unieran a su causa y urdiendo atentados y secuestros
para desestabilizar el país. El primer ministro iraquí acudió a Nayaf a
explicárselo a Al Sáder, pero éste ya se cree capaz de robar mucho más pastel
de poder. Ahora toca demostrarle lo contrario. A él y a la opinión pública
iraquí. Pese a la ayuda exterior fanática del islamismo que reciben estos
facinerosos, Irak y sus aliados han de imponerse. Quienes se rasgan las
vestiduras por la reinstauración parcial de la pena de muerte en Irak olvidan
que Al Sáder la tiene bien impuesta y que en las guerras existe por definición.
Las víctimas de este clérigo son los iraquíes que quieren
trabajo para vivir en un país en paz y con futuro. Es momento de acabar con las
tibiezas de una ocupación anormal. Seguirá habiendo, en países islámicos y en
nuestros lares occidentales, gentes que se alegren de los crímenes de los resistentes de
Al Sáder, pero el mundo civilizado se juega demasiado en esta gran apuesta como
para seguir escuchando a quienes son capaces de poner en peligro la sociedad
abierta de que disfrutan con tal de infligir derrotas a esos enemigos que
ideológicamente se han construido a este lado de la trinchera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario