El País Martes,
08.02.05
COLUMNA
Mucha gente indeseable en un título, cierto. Pero conviene
recordarlos de vez en cuando para que algunos otros, no tan marcados por la
ignominia y en principio valedores de intereses legítimos, no tengan el éxito
que pretenden en hacernos creer que aquéllos ya no tienen importancia para
nuestras vidas y las de nuestros hijos. Porque estamos asistiendo en Europa,
precisamente ahora que aún resuenan los ecos del Kaddish (canto
fúnebre) por las víctimas de Auschwitz, sesenta años después, a unos esfuerzos
tan obscenos como intensos de hacernos creer que la impunidad de estos
indeseables irredentos nos es conveniente a todos para no tener disgustos de
cara a reordenar nuestro futuro sin mayores estridencias. Molestan las
víctimas.
Por supuesto que los indeseables y criminales también tienen
intereses muy concretos en reescribir la historia, ejercicio que vuelve a
adquirir tremenda popularidad después de que dos décadas, los ochenta y los
noventa, tanto hicieran por combatir la desmemoria y el fraude. Así, hoy somos
testigos de un fenómeno editorial, por ejemplo, en Serbia, que supera en mucho
la desvergüenza de aquellas famosas biografías autojustificatorias que comenzaron
en Alemania con la publicación de las memorias de Albert Speer en los años
sesenta. Salvando, por supuesto, las distancias, intelectuales que no morales,
porque Speer, el arquitecto y ministro ideal de Hitler, era un hombre de gran
cultura y, por tanto, con muchas más capacidades tramposas que los verdugos a
pie de obra, de fosa u horno.
Aquellos libros de los "incomprendidos" cómplices
de la Endlösung (solución final) llevaron más pronto que tarde a las
perfectas teorías banalizadoras del nazismo de algunos historiadores, algunos
tan sólo revisionistas, honestos o no, como Ernst Nolte, y otros perfectos
apologetas crecidos del nazismo como David Irving. Ahora en Serbia los títulos
ideales para regalarle a un adolescente para que vaya formando carácter son las
obras de Biljana Plavsic, aquella catedrática de literatura que dirigía los
bombardeos sobre Sarajevo y hoy cumple condena en La Haya por crímenes de
guerra; las de Radovan Karadzic, el poeta y trovador que soñaba en voz alta
con limpiar todos los Balcanes de musulmanes y cumplió en buena parte al
decidir con su general Ratko Mladic en Srebrenica la muerte de ocho mil hombres
entre los 14 y los 65 años, y las del asesino más temido de la guerra, Milorad
Ulemek, alias Legia, gran caudillo paramilitar ahora en prisión no
por los miles de crímenes cometidos entonces cuando hacía arder talleres y
garajes llenos de mujeres y niños, sino por matar al primer ministro serbio
Zoran Djindjic. La Serbia del presidente Kostunica se tendrá que preguntar seriamente
si ha emprendido el camino hacia la Europa civilizada cuando la labor de luto
más popular en el país es el entusiasmo por las apologías del crimen de sus más
famosos asesinos. ¿Qué es lo que se les cuenta a los jóvenes serbios en los
colegios sobre la guerra? Desde la célebre Juventud sin Dios, de Ödon
von Horváth, nuestro problema con el odio lo tenemos en los colegios.
Todos debiéramos ser conscientes de que la lucha entre las
mafias políticas no ha cesado en Serbia y que Karadzic, aún en libertad, y el
propio Legia, aunque esté en la cárcel, han impedido con éxito que en aquel
país se hablara de la desnazificación necesaria. Pero hay razones para
indignarse por el hecho de que en Croacia, donde la era pos-Tudjman despertó
ilusiones, la democracia se da por consolidada y para el 17 de marzo se espera
una decisión sobre la apertura de negociaciones para el ingreso en la UE, siga
gozando de libertad -como Mladic y Karadzic en Serbia- el general Gotovina. Sin
su entrega, Zagreb debiera saber que no habrá paso alguno hacia la UE para su
país. Gotovina aún no ha escrito una novela, pero si ha de hacerlo tiene que
ser en La Haya. Tampoco tenemos aún biografía de Josu Ternera. Aunque, eso sí,
manda misivas a instituciones democráticas españolas que le permiten codecidir
reformas constitucionales y estatutarias desde la clandestinidad. Quizás estén
juntos Mladic, Gotovina y Ternera. No estamos tan lejos de los Balcanes como
parece.
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