El País Martes,
16.11.04
COLUMNA
La diputada liberal holandesa Ayaan Iris Alí se ha visto
obligada a "pasar a la clandestinidad". Protegida las 24 horas del
día por la policía, recluida en un domicilio secreto, vive acosada por las
amenazas de muerte que recibe por haber colaborado con el director de cine Theo
van Gogh en el cortometraje Sumisión, considerado ofensivo por el
fanatismo islamista. Desde que Van Gogh fuera asesinado el pasado día 2 en
Amsterdam por un islamista marroquí -vinculado a células terroristas en España
y Marruecos-, parece claro que las amenazas no son una mala broma. Responden a
consignas impunes oídas en mezquitas holandesas que exigen castigo a los
"enemigos del islam", que son todos los que osen criticar prácticas
extendidas en las comunidades musulmanas y hostiles a la sociedad que les
otorgan hospitalidad, trabajo y, hasta ahora, tolerancia ilimitada.
Ayan Iris Alí tiene motivos para estar enfadada. Le han
matado a un amigo y quieren matarla a ella. Y sin embargo, dice sentirse
culpable por haber animado a Van Gogh a realizar la película. Condenada a vivir
en la Holanda libre poco menos que como Anna Frank durante la ocupación
alemana, la diputada se culpa de la suerte de Van Gogh y de la propia. Como los
judíos que buscaban desesperadamente en sí mismos o en su comunidad la causa
del odio antisemita nacionalsocialista. "¿Habremos herido con tanto exceso
la sensibilidad de nuestros enemigos como para inducirlos a matarnos?". La
respuesta es que obviamente sí. Pero hay otra pregunta: "¿Podemos evitar
herir la sensibilidad de nuestros enemigos -y así su molesto deseo de matarnos-
sin dejar de ser nosotros mismos?". Las próximas décadas lo dirán.
Europa occidental -Holanda y Alemania en especial- lleva al
menos veinte años haciendo todo lo posible por conseguir que la inmigración
islámica "no renuncie a su identidad y a su cultura". Cualquier
medida que pudiera empañar tan beatífica intención era condenada de inmediato
como racista y xenófoba. Así las cosas, los únicos que se atrevían a exigir un
esfuerzo de integración al inmigrante eran los auténticos racistas y xenófobos.
Los partidos democráticos ignoraban el problema. Los conflictos eran
"aislados" y generalizada la convivencia ejemplar. Las élites
europeas abogaban por la tolerancia. También hacia los intolerantes. Con el
tiempo, decían, se adaptarían a nuestros hábitos y valores. Traían consigo
pluralidad cultural, colorismo étnico y exotismo que harían más ricas a las
sociedades europeas.
Era, al parecer, necesario este otoño holandés para que se
nos hundiera esta gran mentira europea. Ayer volvió a arder una mezquita en
Holanda. Son ya veinte los atentados anti-islámicos allí desde la muerte de Van
Gogh. En Francia, jóvenes musulmanes son la punta de lanza del antisemitismo en
Europa. Esta semana, el poco sospechoso semanario Der Spiegel publica
un demoledor informe sobre maltrato, torturas, secuestros y esclavitud a que
son sometidas miles de mujeres por parte de sus familias en Alemania. Hay
barrios en países europeos en los que no rige de hecho la Constitución
nacional, sino la sharia (ley islámica). Y en infinidad de hogares. Y
nosotros, los tolerantes, engañados piadosos.
Sería cruel sugerir que los europeos nos merecemos todas
estas nefastas consecuencias de nuestro relativismo. Aunque nuestra culpa es
evidente y no está precisamente, como piensa la amenazada diputada holandesa,
en ejercer nuestros derechos, sino en no hacerlos respetar. Tantos años
diciendo que todas las ideas son buenas, mejores si no son las de nuestra
sociedad abierta, que hemos convencido a quienes tienen otros valores
-antagónicos a los nuestros- a los que recurrir. Y ellos saben matar y morir
por ellos. Si la mayoría de los medios europeos han jaleado, con mayor o menor
disimulo, a los enemigos de EE UU en Irak, por qué no se van a sentir
reforzados en la lucha sus hermanos que odian tanto la sociedad libre europea
como la americana. No se puede hoy concluir una reflexión semejante sin jurar
que la inmensa mayoría de los inmigrantes musulmanes son buena gente y entre
los cristianos hay mucho indeseable. Pero la tolerante policía holandesa estima
que el 5% del millón de musulmanes en Holanda son fanáticos dispuestos a la
violencia. Son 50.000. Para empezar no está mal. Difícil es hoy proponer
remedios. Quizás un poco más de autoestima de los Estados y sociedades
europeas, algo de sentido común, tolerancia tanta como firmeza, e inteligencia
para ver que nunca desde el nazismo estuvimos tan amenazados. En fin, instinto
de supervivencia.
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