El País Martes,
16.03.04
COLUMNA
España ha influido mucho en la suerte del mundo en su larga
historia como nación, a pesar de que cada vez sean más los niños españoles que
lo ignoran. Lo hizo en casi tres siglos de apogeo imperial, lo hizo de forma
trágica como escenario experimental de la Segunda Guerra Mundial y puede que lo
esté haciendo ahora sin que ni el más avezado de nuestros merlines lo
sepa. Algo ya está al parecer claro en la nueva política internacional que la
voluntad popular ha proclamado, y es que vamos a ser pioneros en retirarnos de
la fuerza internacional presente en Irak. El anuncio de esta medida por parte
del próximo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, era, ayer por
la mañana, inequívoco. Nadie puede reprochar al líder del triunfante PSOE que
proclame de inmediato el cumplimiento de una de sus principales promesas
electorales, la que a la postre le dio la victoria en las urnas. Si nos han
matado a 200 ciudadanos por estar presentes en Irak -pese a todo lo sucedido,
sigue pareciendo excesivo decir, como hacen algunos, que estaban allí para
matar a niños iraquíes-, lo lógico es que, yéndonos de territorio tan incómodo,
evitemos mayores quebrantos aquí en la madre patria. ¿O no?
La inmensa mayoría de los españoles, también de los europeos
y quizás dentro de poco también la mayoría de los norteamericanos creen al
parecer que la intervención militar en Irak fue no sólo un error capital, sino
una empresa criminal orquestada por una banda de extrema derecha radicada en
Washington. Y que los primeros ministros del Reino Unido y de España, Tony
Blair y José María Aznar, con vocación de "lacayos del imperio", se
prestaron como cómplices. El régimen de Irak era -según este pensamiento no el
único tan denostado, pero sí ya el único no tachado de belicista y fascista- un
mal menor. Como también ETA resulta ser un mal menor, incapaz de cometer
crímenes en trenes en Atocha, aunque los planeara en Nochebuena en Chamartín.
Sí, es cierto, quería anunciar la bomba con un magnetofón. Sin pilas. ¿Se
acuerdan? Al lehendakari Ibarretxe "se le cayó un peso de
encima" cuando supo que -lo de Atocha, no lo de Chamartín- no habían sido
los de casa.
Los soldados españoles regresan a casa, salvo cambios de
última hora. Atrás dejarán a miles de iraquíes que han colaborado con ellos en
mantener el orden, impedir saqueos y restablecer servicios. Atrás quedarán las
tropas de otros países europeos, latinoamericanos, asiáticos y norteamericanos
-votantes de Kerry frente a Bush en su mayoría, a nadie quepa duda- que se
enfrentarán a un enemigo envalentonado por los éxitos cosechados en Bagdad y El
Pozo del Tío Raimundo. Al Qaeda era hace dos años para muchos europeos un
ridículo fantasma agitado por Washington para justificar sus planes imperiales.
Hoy, tras las bombas sincronizadas en Europa -aquí-, es un enemigo tan colosal
que conviene hacerle caso.
Si queremos paz porque somos buenos, lo mejor realmente es
no meternos en líos y dejar que cada uno se arregle como pueda, no vayamos a
ofender a algún tercero porque, al fin y al cabo, todo es relativo y quienes
nos ponen bombas tienen motivos para estar ofendidos. Busquémoslos en la
descolonización, en el imperialismo o mañana mismo en algún desplante percibido
en algún Estado fracasado. Mientras exista un agraviado en el mundo, nadie
puede molestarse porque le vuelen la cabeza a su hija. Por desgracia, son éstos
muy malos tiempos no ya para la lírica, sino para las simples bondades
autocomplacientes, porque los vientos de la historia rugen ya otra vez como lo
hicieron en Europa entre el magnicidio de Sarajevo y la rendición del III
Reich. Fueron tres décadas de furia y sangre como la guerra de los Treinta Años
desatada en 1618. Esta nueva guerra del siglo XXI tiene muy lejos su Paz de
Westfalia, si acaso se produce algún día. Pero para tener una esperanza de que
se produzca -algunas generaciones no la veremos- hace falta más que buen
talante, simpatía y diálogo a raudales. Bien está entender al enemigo. Pero los
excesos de comprensión crean cuerpos sociales inermes. Y mueren de buenismo infinito,
real o imaginario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario