El País Martes,
13.01.04
COLUMNA
El presidente del Estado de Israel, Moshe Katsav, es un
hombre serio y honorable. Buen hombre que representa y defiende lo que cree.
Pero todo el afecto que se pueda desplegar hacia él no evita que su propuesta
al presidente de Siria, Bashar al Assad, para que éste se dé una vuelta por
Jerusalén -nada menos-, para confraternizar y hablar un poquito sobre la paz,
ahora que Ariel Sharon ha decidido permitir más afrentas en forma de
asentamientos, no ya en Cisjordania, donde la obscenidad política y moral roza
el delirio, sino también en los Altos del Golán, donde el mundo civilizado se
juega paz y seguridad, no puede tomarse en serio. El presidente sirio no puede
ir a Jerusalén. Si lo hace no vuelve a Damasco.
Los enfados de los colonos israelíes, que el domingo se
manifestaron contra sugerencias de Sharon sobre desmantelamientos mínimos para
agilizar la rapiña territorial, no son sino gansadas del fanatismo. Otra vez nada
serio. Sin liquidación de asentamientos y acuerdo con Siria no habrá paz. Sin
olvidarse del plan de convertir, con el muro-valla y los asentamientos, a todos
los palestinos en cautivos en cien estanques de gansos perdidos e inanes. Pero
los peores se enfadan siempre. Si algo fuera bien, se enfadarían más. Un paso
racional es causa de revuelta.
Sharon ha agredido a muchos vivos y a otros muchos muertos
en su disparatada huida hacia ninguna parte. Pero difícilmente nos podemos
dejar volver a insultar las sociedades libres y el sentido común por este
primer ministro que es una desgracia para Israel, con sus propuestas tan vacías
de concepto y soluciones como contraproducentes para una sociedad a la que juró
en su día proteger.
Sentimientos y sensibilidades, y no precisamente en el
elegante Reino Unido -Jane Austen dixit-. Esto no es The Mall junto
a St. James Park, donde, escaleras arriba, divagaba en su club Gladstone. Es
Oriente Próximo, un pozo de miserias en Palestina, en desiertos y ciudades
infectas, donde hoy se ruge en el odio y el hambre ante una política que mata a
los jóvenes y excluye un futuro. Allí, los sentimientos y sensibilidades hacen
fluir la sangre. El arrebato rapta todo sentido común y capacidad de
conciliación. La muerte con venganza se convierte obsesión. La esperanza y la
ilusión son sentimientos ignotos.
Siria es un país sabio, por mucho que la satrapía haya sido
norma en el Gobierno desde mucho antes de que la potencia otomana fuera
expulsada de allí. Damasco es una ciudad eterna en la que se sabe lo que se
juegan los seres humanos con sus caprichos de vanidad y omnipotencia, conocen
la profundidad del tiempo y se calcula con rigor matemático la vigencia de los
actos humanos y sus proyectos de poder. Nadie puede jugar con Damasco como si
de un sumidero se tratara. Sharon cree que Europa no entiende la lógica de
Oriente Próximo. Tiene razón en parte. Muchos insensatos europeos han jugado
con la política y la seguridad de todos los habitantes de aquella región con
esa odiosa superioridad moral tan elegantemente desplegada. Pero han olvidado
que un diálogo entre Siria e Israel no tiene nada que ver con los debates entre
Luxemburgo y Liechtenstein sobre peajes para bienes de equipo. Unos se juegan
el dinero negro del prójimo. Otros se juegan la vida y la existencia del Estado
que permitió a supervivientes del holocausto defenderse después sabiendo ya que
Europa no evitó que sus familias no tuvieran tanta suerte. Otros ponen su vida
y su futuro en la balanza. El presidente Assad, por ejemplo.
Ha llegado el momento de exigir a Sharon que no nos insulte,
ni a Washington ni a Europa. Ha llegado el momento de buscar una seguridad
común en Oriente Próximo, que tantos muertos está costando a Occidente, que no
sea saboteada a diario. El sentido, más que el sentimiento, es fiscalizable. Si
Washington no lo entiende pronto, la ocasión perdida puede tardar tragedias en
repetirse.
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