El País Martes,
04.01.05
CATÁSTROFE EN ASIA | TESTIMONIOS
No es difícil vaticinar que el año que empieza lo tenemos ya
marcado por los terribles estertores del que acaba de concluir. Una catástrofe
inverosímil acaba de dejar en terrible evidencia nuestra vulnerabilidad como
especie. Nos ha dejado muy claro que la nave en la que cruzamos el tiempo de
nuestra existencia con mayores o menores sinsabores, tragedias y alegrías, nos
puede parecer una mísera barca remendada de Sri Lanka o los salones de primera
clase del Titanic, pero siempre lleva el naufragio en el plan de singladura.
Vivimos tan de espaldas a la muerte en las sociedades desarrolladas que su
irrupción masiva en nuestra vida nos provoca, horror aparte, un desequilibrio
abismal que hay que compensar con explicaciones para que no se altere en exceso
nuestro devenir. De ahí que ante tragedias grandes o del todo inconcebibles
como ésta, los espíritus sencillos se pongan a buscar y vender motivos y culpables.
Al margen de las tan manidas religiosas y milenaristas, ya han surgido
"explicaciones" que culpan -cómo no- a EE UU de hacer experimentos
secretos en la atmósfera y bajo la superficie terrestre, de negar información a
los afectados y de sabotear las ayudas de la ONU. Yanquis, ricos y militares,
una vez más, aliados para sembrar muerte y miseria entre los desheredados.
Mentiras ante el pozo negro.
Todas estas sandeces son inocuas comparadas con las
manifestaciones de algunos turistas que revelan el grado de encanallamiento que
se ha instalado en las sociedades ricas, que ignoran la muerte y por tanto las
limitaciones humanas. "He perdido todo: el pasaporte, el dinero y toda mi
ropa", decía un alemán, rodeado de cadáveres de indígenas y compatriotas.
"No entiendo la falta de previsión del tour operador", espetaba un
sueco. "Nadie se ocupa de nosotros", protestaba un padre pese a su
inmensa suerte de recuperar a mujer e hijos. "Me van a oír en el
ministerio. Así no se nos puede tratar", coreaban otros turistas. Miserias
en el pozo negro.
Cierto que frente a estos deplorables ejemplos están la
inmensa marea de solidaridad que bate todos los recórds, la movilización de
Estados grandes y pequeños, millones de actuaciones individuales y gestos
conmovedores. La solidaridad es sincera, aunque de corto recorrido. Son ahora
los vivos los que demandan consuelo y ayuda. Paliar el dolor y generar
esperanza son los máximos objetivos. Hay que volver a hacer posible la vida
allí para que al tsunami no siga un seísmo cultural y político que
convierta el sur de Asia en otro pozo negro. Ante los efectos de una catástrofe
de dimensiones bíblicas, casi resulta una obscenidad hablar de nuestras
inquietudes inmediatas. Y, sin embargo, este "año canino" también nos
tiene reservado a nosotros, los españoles, su tsunami político que
nos asoma al pozo negro. Amenaza a la vida y la hacienda de centenares de miles
de compatriotas en el País Vasco y con dinamitar nuestro modelo de convivencia.
Como ante la tragedia asiática, en esta crisis tan mezquina, la mayoría quiere
creer que, puesta una vela a las víctimas, retornaremos a la vida de siempre.
Tampoco aquí tiene razón. Nuestra catástrofe nacional, gestada sobre los
cadáveres de casi mil españoles por una alianza entre el terrorismo y el nacionalismo
de cuello blanco -ante la pasividad e indiferencia de tantos-, entró en fase de
consumación en Vitoria el 30 de diciembre. Como en la Alemania de los años
treinta, políticos formados en la democracia han decidido traicionarla para
unir fuerzas y compartir fines con asesinos. En condiciones semejantes no ha
lugar reforma alguna de la Constitución. Antes, los dos grandes partidos habrán
de defenderla de la agresión. En Europa siempre ha despertado perplejidad que
el éxito de España del último cuarto de siglo se viera continuamente
cuestionado por nacionalismos cada vez más agresivos. Hoy se ve con estupor
cómo sus instituciones violan las leyes y no pasa nada. Si ante este desafío la
democracia española no se defiende con éxito, el estupor pronto tornará en
desprecio. Nosotros chapotearemos en el pozo de la vergüenza y no pocos en el
de la ignominia.
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