El País Martes,
24.02.04
AUDIENCIA EN EL TRIBUNAL DE LA HAYA
Desde hace décadas no suele haber peor augurio para una
causa justa que la adhesión a la misma por parte de Noam Chomsky, ese gran gurú
de la izquierda pitecantrópica que lleva toda una larga vida equivocándose con
juvenil entusiasmo. A Chomsky la edad le cierra ya toda posibilidad de enmienda
y además no tiene de qué dimitir, todo lo contrario, por ejemplo -y esto es un
inciso-, que nuestro ministro de Defensa, Federico Trillo, otro hombre muy
inteligente y capaz, que sí tiene la magnífica oportunidad de recuperarse de
sus errores y desaguisados presentando una dimisión irrevocable en La Moncloa
antes de que comience la campaña electoral y de evitar así su metamorfosis en
caricatura, triste proceso ya consumado en Chomsky hace tiempo.
Por ello es noticia que Chomsky haya publicado en The
New York Times un artículo lleno de sentido común y totalmente exento de
sus habituales argumentos dogmáticos, visionarios y vitriólicos a un tiempo.
Dice el profesor de lingüística del MIT (Instituto de Tecnología de
Massachussets) que Israel tiene el derecho y el deber de protegerse ante las
oleadas asesinas que siembran el terror en sus ciudades. Y que si cree tener que
hacer para ello un muro, que lo haga. Pero en su territorio. Porque el muro que
se construye en territorios ocupados y cuya legalidad debate estos días el
Tribunal Internacional de La Haya no es un mero artificio de protección, sino
un instrumento de limpieza étnica en una parte de Cisjordania que hará además
inviable una vida digna en el resto.
Israel ha anunciado que no reconoce competencia al Tribunal.
Pero no ha podido despreciarlo con la displicencia con que ha tratado otras
amonestaciones internacionales. Ha enviado a la ciudad holandesa una amplia
representación nutrida de víctimas del terrorismo y de sus mejores
diplomáticos. Las víctimas, las israelíes y las palestinas, siempre tienen
razón porque llegan cargadas de mil trágicas razones. El cuerpo diplomático
israelí no lo tiene igual de fácil. Desde 1967, Israel ha violado todos los
principios a observar por un Estado en territorios por él ocupados. La política
de asentamientos, constante bajo todos los Gobiernos israelíes, era hasta ahora
la violación más obscena. El muro en construcción caprichosa por tierras
palestinas es más grave si cabe. Como los asentamientos, pero en dimensiones
mayúsculas, esta obra es un violento acto de latrocinio de territorio, de
viviendas, tierras agrícolas y agua a los palestinos, un inhumano impedimento
para el movimiento de la población y parte de una política de hechos consumados
cuyos resultados previsibles son la dinamitación preventiva de cualquier base
para un proceso de paz y la emigración hacia el este de Cisjordania de los
habitantes de la franja afectada. Tan previsible como los trágicos efectos de
esa pared de hormigón de diez metros de altura que el Gobierno israelí llama
"vallas" es que toda condena de La Haya a este monumento a la
inhumanidad será descalificada por Sharon como otra prueba del antisemitismo
europeo. Sabe que no es cierto, aunque los sacerdotes de esa miseria moral que
es el antisemitismo también se nutren de la rabia. Sharon es experto en
generarla. Y demuestra que además de cínico es un iluso. Aún cree que puede
basar la seguridad de Israel en la profundización de la tragedia palestina. A
base de crear bantustanes en Cisjordania, Israel puede acabar haciendo un
bantustán de sí mismo. Cuando ya no puede estar seguro de contar con un George
Bush en Washington que le consienta su política de tierra calcinada. En los
años treinta, un viejo rabino, viendo la agresividad de desfiles de judíos
bolcheviques y sionistas por las calles de Varsovia, le preguntaba a su hijo,
el escritor Isaac Bashevis Singer, que dónde había quedado la larga tradición
del culto judío a la compasión. ¿Dónde, Sharon?
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