El País Martes,
09.12.03
COLUMNA
"Llora, mi triste Rusia, llora, porque te hundes en la
oscuridad". Con esta cita del lamento de un anciano mushik, un
pobre campesino en la ópera Boris Godunov, termina el último
embajador francés Maurice Paléologue el magistral diario de su paso por San
Petersburgo durante el proceso revolucionario, la I Guerra Mundial y el ocaso
del zarismo. Paléologue tuvo un inmenso éxito con su libro en Francia y
Alemania. Es el suyo quizás el más ilustrado y menos ideológico de los
testimonios occidentales de aquellos años de lucha entre oscurantismos en Rusia
en la que la minoría ilustrada siempre tuvo que perder. Y el editor de
Paléologue en Alemania, Benno von Siebert, dice en la edición de 1925 que en
Occidente "muchos veremos los últimos acontecimientos con la tristeza de
lo que habremos de percibir como una ocasión perdida". La ocasión perdida
entonces a la que se refieren ambos era la de encontrar una vía hacia la civilización
de la tolerancia y la compasión en un inmenso imperio regido por el miedo, el
desprecio al individuo, la procacidad en el lucro, la corrupción y el
sistemático abuso del poder. Y mucho más en la ilusión de que Rusia pudiera
romper esa sumisión milenaria que ha hecho de la selección negativa un factor
de identidad nacional y ha llevado por sistema al poder e influencia a los
mayores desalmados y los más faltos de escrúpulos.
En las elecciones del domingo no hubo sorpresas porque la
lógica rusa se había impuesto mucho antes. Un tercio convencido, un tercio
comprado y un tercio aterrorizado es una aritmética propia de la cultura que se
ha vuelto a imponer en Rusia y ha hecho trizas las esperanzas de tener un gran
vecino de la Europa Unida que defendiera valores comunes y diera el salto
civilizatorio hacia lo que aquí llama Giovanni Sartori la buena sociedad. Todos
los que allí, en Moscú, en la lucha política y en las elecciones, han defendido
esa vía y la ruptura con lo peor que es esa "Rusia eterna" han
perdido. Los liberales no mafiosos se difuminan políticamente y los más
prooccidentales como Yablinski no tienen tampoco ya ni un escaño. El
nacionalismo autoritario ruso, con sus dos caras del partido Rusia Unida del
presidente Vladímir Putin y del fascistoide Partido Liberal Democrático
(obscenidad pura el nombre) de Vladímir Zhirinovski se ha hecho con la mayoría
absoluta en el Parlamento y tienen a los comunistas postrados porque nada
ofrecen ni proponen ni mandan. Putin, tan reverenciado en Occidente, ha pergeñado
unas elecciones en las que solo podía ganar él y en la que más que ideología se
ha dirimido una guerra entre oscuras mafias, unas mejor situadas al amparo del
Kremlin que otras. Putin gana y, como en las grandes pujas habidas durante
siglos en Moscú y San Petersburgo, quienes quieren que Rusia entre en la ruta
de la ilustración y se aleje de Rasputin, no sólo pierden, sino que quedan en
la perfecta irrelevancia. Putin no tiene ya porqué jugar al tierno estadista.
Tiene lo que quiere y en marzo del año próximo repetirá su éxito electoral en
las presidenciales como probablemente lo haga cuatro años más tarde.
Las esperanzas en ver una Rusia distinta a la que Isaiah
Berlín o Tomas Garrigue Masaryk nos han descrito como lugares de genio, miseria
y sobre todo pasión, en los seres humanos tanto como en su desgraciada
organización social, se ha vuelto a romper y pasarán muchos años antes de que
esa nueva oportunidad de la que hablaban Paléologue y Von Siebert en los años
veinte se nos presente a los vecinos de los rusos, pero ante todo a los rusos.
Lo triste es que nosotros -Occidente o los ilustrados- hemos ayudado al
pequeño alférez de la KGB, como se ayudó a otro pequeño alférez hace 70 años,
en aquella ocasión austriaco, a dominar todos los cables de mando en un gran
país. Es un hombre que es enemigo de todo lo que creemos quienes consideramos
que vivir es algo más que subsistir y que existe algo mejor que el poder por
ser temido y la sumisión por miedo a que te acorten una vida miserable. La
Rusia Eterna soñada por Tólstoi, del honor, de la dignidad y la lúcida
solvencia, vuelve a ser la Rusia de Dostoiesvki, del miedo, el vértigo y la
competencia mortal. Gracias a Putin, gracias a las trágicas circunstancias de
una inmensa sociedad postrada, pero también a todos nosotros. Enhorabuena.
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