El País Martes,
02.12.03
COLUMNA
Ahora que tan triste actualidad tiene el fenómeno en Europa
viene al caso. El líder socialista austriaco, Víctor Adler, solía decir que el
antisemitismo es el socialismo de los tontos. Quienes realmente creen en el
mito de que el pueblo judío no alberga tantos tontos como cualquier otro ya ha
demostrado a un tiempo su antisemitismo y su estulticia. Los odia porque los
cree superiores y los cree superiores porque es tonto. Las tonterías nunca
suelen ir solas cuando se juzga desde la ignorancia. Con los alemanes ha
sucedido algo de lo mismo durante mucho tiempo. Siglos de prejuicios externos
les habían otorgado características esenciales de raza donde lo que había era sólo
-eso sí, ni más ni menos- bienfuncionantes estructuras culturales que, en un
caso miles, en el otro mil años vigentes, se han hundido en doce años de III
Reich y medio siglo de democracia igualitarista en el mínimo denominador común.
Judíos y alemanes siempre han tenido un número similar de individuos tontos,
vagos e insolentes que otros países que llevan la fama, véase españoles,
italianos, rumanos u otros pueblos cargados de pícaros -que no héroes- en su
literatura. Judíos y alemanes destacaron por una adoración de la excelencia y
un culto a la formación que los hacía distintos, pero sólo en la medida en que
mejoraba actitudes y resultados, en ningún caso por cualidades del colectivo de
sus individuos.
Ya no es así, y si se nota en Israel, donde el culto a la
excelencia ha dado paso a la exaltación de la fuerza, no menos en Alemania,
donde el miedo y la falta de ánimo atenazan a toda una gran potencia y la han
sumido en su mayor crisis desde la creación esperanzadora y llena de éxito de
la República Federal tras la tragedia y la destrucción del efímero Imperio de
los Mil Años. Si uno hace ahora muros para proteger conquistas y asentamientos
que sólo generan guerra, los otros cavan trincheras para evitar cambios
imprescindibles para que no se extiendan, en general parálisis, la pobreza y la
desesperanza de tantos otros compatriotas.
Trece años después de la unificación, los congresos
concatenados del Partido Socialdemócrata (SPD), sus socios Los Verdes y la
Unión Democristiana (CDU) sólo demuestran la estrechez de miras de los
dirigentes y la agorafobia de militantes y por extensión de una población que
no saben sino inocularse miedo a perder unas seguridades ya inviables en el
futuro abierto y global. En el SPD, hundido en las encuestas, las reformas propuestas
por la comisión del ex presidente Roman Herzog se diluyen cual azucarillos; en
la derecha, el triunfante bávaro Stoiber se erige en defensor del
proteccionismo socialdemócrata de pro, eso sí, con más del 60% de su
electorado, cada vez más reaccionario, tan social como insolidario. Angela
Merkel se distrajo ayer con un discurso que a todos ha de gustar y nada supone.
Y a Los Verdes no se les ocurre sino una versión decimonónica del Robin Hood
con impuesto patrimonial omnipresente ante su impotencia de ofrecer alternativa
alguna. El Gobierno alemán, con el francés, entierra alegremente el Pacto de
Estabilidad y quieren compensar sus debilidades internas asumiendo en exclusiva
el puente de mando en la nueva Unión Europea. Israel no muestra inteligencia, Alemania
ignora lo que es competencia y Francia olvidó lo que es grandeza. Nadie puede
impedir que pueblos fuertes que se creen elegidos retocen en sus errores. Sí se
les puede advertir de que el resto de los damnificados lo percibimos. Y que no
intenten confundirnos al resto con su propia enorme confusión y sus tristes y
peligrosos espectáculos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario