Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
16.04.03
GUERRA EN IRAK | EL PAPEL DE SIRIA
La guerra en Irak ha terminado. Conviene que todos, dentro y
fuera de nuestras fronteras, vayan despertando a esta realidad para evitar más
sonambulismo político. Cierto, aún estamos ante muchos dramas. Construir la paz
y un Estado de derecho donde nunca ha habido realmente ni lo uno ni lo otro
será una tarea ingente, repleta de peligros y ocasiones para errores terribles.
Por eso no deberían precipitarse tanto aquellos que tratan de convencernos de
que la victoria de la coalición o incluso la desaparición del régimen de Sadam
Husein nos abocan directamente a la catástrofe global, a la última y definitiva
guerra mundial o al infierno. Realmente no parece proporcionado asustar tanto
al personal por unas concejalías. Aunque se comprende la tentación de hacerlo
con la impagable ayuda que prestan al alarmismo los siniestros intelectuales
del Pentágono y su retórica tabernaria del susto sistemático.
La situación mundial es muy difícil y peligrosa, cierto.
Pero ya no hay guerra y no la va a haber, tampoco en Siria, al menos en un
futuro previsible. No cabe duda de que en la actual Administración hay quienes
quisieran, ya puestos, acabar también por la fuerza con el régimen de Damasco.
Pero Bush no va a lanzarse a otra guerra antes de su campaña de reelección.
Aunque lo deseen algunos, en el Pentágono y entre los brigadistas vocacionales
españoles. En los próximos meses dedicará previsiblemente la mayor parte de su
tiempo a la maltrecha economía norteamericana y a la reconstrucción de Irak. Ya
lo anunció ayer en su discurso.
A Siria se le ha dicho desde Washington -con la retórica
desafortunada a la que nos tiene acostumbrados esta Administración- que
despierte y vea cómo ha cambiado la situación en Oriente Próximo. Damasco tiene
ahora la oportunidad de cooperar en la reconstrucción de Irak, como ya hizo en
la primera guerra del Golfo con su apoyo militar. Hoy existen más posibilidades
reales de crear un orden estable en la zona que nunca desde la creación del
Estado de Israel. Cierto, también existen muchas y variadas de incendiar toda
la región. Siria tendrá que optar entre cooperación en este capítulo tan
absolutamente nuevo en la historia de Oriente Próximo o su conversión en un
santuario de todo aquello que Sadam significaba. En el régimen hay partidarios
de ambas opciones. La segunda sería a todas luces suicida a medio plazo. La
comunidad internacional debiera por tanto apoyar a quienes abogan por la cooperación
y advertir sobre los efectos de una política de acogida y apoyo al aparato de
Sadam como la de estas pasadas semanas. La peor receta estaría en que frente a
las presiones de Washington y sus aliados, se movilizaran otra vez vetos
parisienses, buenismo ciudadano y los imperturbables enemigos
del Imperio del Mal norteamericano. Éstos darían alas a las fantasías
de los radicales de poder vencer en una guerra.
Siria tiene que despertar como también ha de hacerlo Israel.
El conflicto israelo-palestino determinará el éxito o el fracaso de la
operación Oriente Próximo lanzada por EE UU tras la tragedia de las Torres
Gemelas. Sharon no ha podido cometer en los territorios ocupados las
barbaridades que muchos temían hiciera durante la breve guerra. Israel ha de
abandonar sus asentamientos en Gaza y Cisjordania y aceptar la rápida creación
de un Estado palestino. Por primera vez, Sharon lo reconocía en una entrevista
hace un par de días. Pero Siria tiene que desmantelar a Hezbolá y a Hamás en
territorio libanés, donde han montado un Estado propio fronterizo con Israel. Y
no puede hacerlo Siria sin contar con Irán, otro país del que se hablará.
Todo muy difícil. Tanto que Washington no puede hacerlo
solo, ni la ONU, ni la UE. En todo caso, todos juntos. De ahí, el carácter
imprescindible de la cooperación transatlántica en este proyecto que cambiaría
el mundo para bien. De ahí que han de despertar quienes en estos meses sólo han
sabido hacer agitación contra Washington. Han de dedicarse a hacer política con
EE UU. Lo demás son sueños peligrosos. Chirac, al menos, puede irritar a EE UU
con sus poses de líder europeo aunque el daño se lo haga él mismo. Los
políticos españoles que consideran el vínculo trasatlántico su "última
prioridad" no irritan a nadie y no parecen tener a nadie que los
despierte.
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