Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
30.05.03
LA POSGUERRA DE IRAK
Sin duda hay todavía quien no se quiere enterar. Pero esta
realidad en rápida evolución no deja de ser terca. Hasta para el más tosco, el
menos lúcido y el peor intencionado lanzado al éter. Los lagrimosos que nos
auguraban el estallido de Oriente Próximo con la guerra de Irak están molestos.
Los agoreros llevan semanas comiéndose su propio equipaje de drama inventado.
Últimas grandes noticias sobre el fracaso del trío de las Azores son un muerto
americano, atracos, chiíes enfadados y el pillaje "generalizado".
Dicen muchos que la posguerra será "complicada". Roban a alguien en
un país en el que enterraban vivas a miles de personas en un día, y todo el
mundo tiene el deber de escandalizarse. Pero la catástrofe, la buena, no llega
por mucho entusiasmo que vuelquen nuestros celosos fiscalizadores del pormenor
iraquí en recordar a tan pocos muertos civiles de la contienda de tres semanas
que Sadam habría compensado con la menor de las fosas comunes que en horas
logró llenar a lo largo de su mandato. "The catastrophe simply did not take place. Sorry".
No viene y no pasa. Qué lata. Lo más bonito pero también
triste es identificar al irritado por tan espantosa evolución de los
acontecimientos. En España, curiosamente, son los mismos que nos anunciaban la
dinamitación del País Vasco por la inusual terquedad de las autoridades
políticas y judiciales de aplicar allí el Estado de derecho. La falta de
interés de los árabes y musulmanes por imponer propuestas asesinas globales y
masificadas compite casi en emoción con el bucolismo político que ha supuesto
borrar del mapa institucional al apologeta del crimen malcriado por la
subvención manirrota.
En Oriente Próximo, ¡vaya por Dios!, España no sólo es
protagonista del mayor órdago jamás diseñado en favor del Estado palestino
desde 1948. Y no sólo tiene las mejores relaciones bilaterales con todos y cada
uno de los Estados árabes y unas posibilidades insólitas de influir en el
talante y la modulación norteamericana de la Hoja de Ruta. Habla en Siria y en
Ramala. Telefonea con Irán y con Washington. Y es uno de los pocos
interlocutores de peso que pueden actuar libremente, sin complejos y traumas,
en Oriente Próximo.
Pese a todos los sabotajes y las miserias por ambas partes
en disputa, la situación no es tan mala. Muchos lo lamentarán. Hay quien se
horrorizará y quien desde atalayas mediáticas españolas nos anuncie la
catástrofe. Siempre es posible. Pero mientras tanto, Ariel Sharon, el gran
instigador del proceso de ocupación y parcelación de los territorios ocupados
por Israel en 1967, acaba de imponer en su partido, el derechista Likud, la
aceptación del término ocupación para la situación jurídica de Gaza y
Cisjordania. Y reconocen que los palestinos tienen derecho a un Estado propio.
El primer ministro israelí, gran jinete del miedo a la
aniquilación que marca siempre la conciencia judía, ha pronunciado una palabra
tan normal para los Estados vecinos y las democracias europeas como insólita
para su propia retórica. Es un punto de inflexión. Ya no hay vuelta atrás.
¿Quiénes han hecho posible este mayúsculo gesto político? Ante todo ese
denostado presidente Bush que ha logrado hacer comprender a Sharon que no tiene
alternativa y que el apoyo norteamericano a la política israelí tiene plazo
fijo. ¿Supone esto "una amenaza para la seguridad intocable de
Israel"? Por supuesto que sí. Estar en la punta de mira de los terroristas
siempre es un peligro. No estar en dicha lista es, por el contrario, un alarde
de miseria. Dan grima quienes quieren salirse de esas listas. Dan miedo quienes
quieren que se desarme Israel o liquidar los presupuestos militares y liquidar
las bases en su propio país europeo. Dan simple lástima quienes lloran a unos
muertos a los que jamás les otorgaron la posibilidad de que su inmensa dignidad
estuviera respaldada por sacrificios, también económicos, de un país que se
enorgullece por primera vez de sus muertos. La esperanza de paz en Palestina
aumenta y tiene mucho que ver con esos 62 ataúdes con esas banderas bicolores
que el Rey despidió el miércoles.
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