viernes, 2 de febrero de 2018

LA GRAN APUESTA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Viernes, 30.05.03

LA POSGUERRA DE IRAK

Sin duda hay todavía quien no se quiere enterar. Pero esta realidad en rápida evolución no deja de ser terca. Hasta para el más tosco, el menos lúcido y el peor intencionado lanzado al éter. Los lagrimosos que nos auguraban el estallido de Oriente Próximo con la guerra de Irak están molestos. Los agoreros llevan semanas comiéndose su propio equipaje de drama inventado. Últimas grandes noticias sobre el fracaso del trío de las Azores son un muerto americano, atracos, chiíes enfadados y el pillaje "generalizado". Dicen muchos que la posguerra será "complicada". Roban a alguien en un país en el que enterraban vivas a miles de personas en un día, y todo el mundo tiene el deber de escandalizarse. Pero la catástrofe, la buena, no llega por mucho entusiasmo que vuelquen nuestros celosos fiscalizadores del pormenor iraquí en recordar a tan pocos muertos civiles de la contienda de tres semanas que Sadam habría compensado con la menor de las fosas comunes que en horas logró llenar a lo largo de su mandato. "The catastrophe simply did not take place. Sorry".
No viene y no pasa. Qué lata. Lo más bonito pero también triste es identificar al irritado por tan espantosa evolución de los acontecimientos. En España, curiosamente, son los mismos que nos anunciaban la dinamitación del País Vasco por la inusual terquedad de las autoridades políticas y judiciales de aplicar allí el Estado de derecho. La falta de interés de los árabes y musulmanes por imponer propuestas asesinas globales y masificadas compite casi en emoción con el bucolismo político que ha supuesto borrar del mapa institucional al apologeta del crimen malcriado por la subvención manirrota.
En Oriente Próximo, ¡vaya por Dios!, España no sólo es protagonista del mayor órdago jamás diseñado en favor del Estado palestino desde 1948. Y no sólo tiene las mejores relaciones bilaterales con todos y cada uno de los Estados árabes y unas posibilidades insólitas de influir en el talante y la modulación norteamericana de la Hoja de Ruta. Habla en Siria y en Ramala. Telefonea con Irán y con Washington. Y es uno de los pocos interlocutores de peso que pueden actuar libremente, sin complejos y traumas, en Oriente Próximo.
Pese a todos los sabotajes y las miserias por ambas partes en disputa, la situación no es tan mala. Muchos lo lamentarán. Hay quien se horrorizará y quien desde atalayas mediáticas españolas nos anuncie la catástrofe. Siempre es posible. Pero mientras tanto, Ariel Sharon, el gran instigador del proceso de ocupación y parcelación de los territorios ocupados por Israel en 1967, acaba de imponer en su partido, el derechista Likud, la aceptación del término ocupación para la situación jurídica de Gaza y Cisjordania. Y reconocen que los palestinos tienen derecho a un Estado propio.

El primer ministro israelí, gran jinete del miedo a la aniquilación que marca siempre la conciencia judía, ha pronunciado una palabra tan normal para los Estados vecinos y las democracias europeas como insólita para su propia retórica. Es un punto de inflexión. Ya no hay vuelta atrás. ¿Quiénes han hecho posible este mayúsculo gesto político? Ante todo ese denostado presidente Bush que ha logrado hacer comprender a Sharon que no tiene alternativa y que el apoyo norteamericano a la política israelí tiene plazo fijo. ¿Supone esto "una amenaza para la seguridad intocable de Israel"? Por supuesto que sí. Estar en la punta de mira de los terroristas siempre es un peligro. No estar en dicha lista es, por el contrario, un alarde de miseria. Dan grima quienes quieren salirse de esas listas. Dan miedo quienes quieren que se desarme Israel o liquidar los presupuestos militares y liquidar las bases en su propio país europeo. Dan simple lástima quienes lloran a unos muertos a los que jamás les otorgaron la posibilidad de que su inmensa dignidad estuviera respaldada por sacrificios, también económicos, de un país que se enorgullece por primera vez de sus muertos. La esperanza de paz en Palestina aumenta y tiene mucho que ver con esos 62 ataúdes con esas banderas bicolores que el Rey despidió el miércoles.

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