Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
10.06.03
COLUMNA
A una edad mediana, cuando ya se sospecha que se ha dejado
más tiempo atrás que el que a uno le queda, conviene tener conciencia cierta de
que, al igual que los amigos -reales- siempre le definen a uno, hay cierto tipo
de enemigos que dignifican mucho. Si esta máxima tan razonable y obvia como
antigua siguiera vigente en nuestras sociedades desarrolladas, las confusiones
a la hora de abrir frentes de combate serían menores, tanto en la vida personal
de los ciudadanos del mundo moderno como en la vida política nacional y en la
internacional. Hay listas de objetivos a abatir en las que conviene estar por
respeto a uno mismo. Y como muy fuerte indicio de que alguna razón se tiene.
Hay que insistir en estar en ciertas listas. De lo contrario hay de que
avergonzarse.
Aunque se entre en ellas sólo por la fuerza como es el caso
del señor Ariel Sharon o por una mezcla de necesidad y virtud como le pasa a
Abu Mazen, el primer ministro de la Autoridad Palestina. Lo más digno por
supuesto es entrar en la nómina de enemigos de cierta gente por convicción y
talante. Como los constitucionalistas vascos, por ejemplo, amenazados de muerte
por unos, despreciados por los socios objetivos de aquéllos y vilipendiados por
quienes se irritan ante la dignidad terca.
Quienes constantemente se equivocan de enemigos corren el
riesgo de poner bajo seria sospecha sus criterios o, en el peor de los casos,
sus intenciones. Son muchos los que decidieron que sus enemigos durante el
conflicto iraquí estaban en Azores y que por combatirlos valía la pena
convertirse en escudo humano para el carnicerito y enterrador vocacional de
Bagdad. Aunque son legión más escasa de lo que creyeron, muchos insisten. Ahora
se han convertido en entusiastas pregoneros del fracaso del plan de paz en
Oriente Próximo. Es muy probable que, aunque se equivocaran en todo antes y
durante la guerra en Irak, ahora vayan a tener mucha gratificación. El
terrorismo ha vuelto a matar, en Israel y en Irak, y resuenan una vez más las
frases de comprensión hacia quienes ven en Abu Mazen un traidor y veneran a
Yasir Arafat como lejos de allí a Fidel Castro, ese hombre bueno que a veces se
pone algo ordinario con ejecuciones y encarcelamientos de por vida, claro que
por culpa de los norteamericanos, esos rufianes.
Arafat y Castro son ya el tándem de grandes timoneles en la
lucha contra el imperialismo de nuevo cuño dirigido por un idiota tejano
asesorado por unos judíos corruptos e insaciables que no piensan sino en
esclavizar al mundo para imponer sus películas y exterminar el cine francés
como en su día se acabó con la cultura azteca. Jacques Chirac, el nuevo adalid
del espíritu indómito europeo, se dio cuenta en su momento de que algo había
que inventar para hacer frente a los perversos manejos de ultramar. El
resultado de los entusiasmos por los dos líderes supremos y añejos y por el
rebelde con causa del Elíseo están hoy claros en lo que a Oriente Próximo se
refiere: hay un plan de paz en el que la UE no tiene nada que decir pese a los
denodados esfuerzos de dos españoles magníficos como son Solana y Moratinos; EE
UU multiplica poder como influencia y todavía no hay nadie que emigre del
pueblo más profundo de Dakota a México, China o Cuba. Ni siquiera Jürgen
Habermas y Jacques Derrida pueden hacer otra cosa que acariciar el lomo del
europeo autocomplaciente con sus cánticos de superioridad moral. La detestable
retórica y estética norteamericana ha dado nuevos bríos al angelismo europeo.
Tiene gracia que todos despachen a Bush como un new born, un renacido
a la fe carbonera en Dios y no perciban que Europa no es ya que crea en la
Virgen, es que se cree ser ella.
Habrá muchos más muertos en Israel y en los territorios
ocupados, habrá atentados en Irak y en muchas partes del mundo, incluido
nuestro país, habrá violencia y robos y una nueva era de incertidumbre. Y serán
muchos los que interpreten todo como la confirmación de la perversidad de su
enemigo favorito. Nada podrá convencerles de que en el mundo rigen otras leyes
que las que rigen en Estrasburgo y que hay ideas hostiles a las que hay que
combatir y vencer. Y que aunque nuestras diferencias con EE UU en la percepción
del mundo hayan aumentado vertiginosamente en un siglo, nuestros intereses en defender
valores comunes siguen siendo los mismos. Sobreviva o no el plan de paz en
Oriente Próximo. Al fin y al cabo aquella tragedia, como tantas habidas, es un
producto exclusivamente europeo.
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