Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
23.04.03
COLUMNA
Resulta muy difícil escribir unas líneas para rectificar una
información escrita y firmada por mí que -como todo lo que firmo en este
periódico que es el mío desde hace veinte años- se publicó bajo mi entera
responsabilidad el pasado día 11 de abril bajo el título de Periodistas en
guerra. Es la primera vez que me veo obligado a hacerlo para mantenerme fiel a
ciertos principios que he defendido en público e intentado respetar en mi
trabajo. Siempre he sentido pena por aquellos que no saben reconocer sus
errores, son incapaces de enmendarlos y suelen estar por ello condenados a
repetirlos. Incluso quienes medran con tal hábito y se encumbran en el poder y
la influencia infunden más temor que afecto o respeto. Este triste episodio lo
demuestra una vez más.
Un documento en poder de El Mundo confirma, según
la dirección de ese diario, que Julio Anguita Parrado "disponía de un
chaleco de protección SI IIIA" que había comprado la empresa editora en un
lote de seis. En mi artículo, pedía a los periodistas que habían hecho un
desplante a Aznar que se plantaran "ante quien obligó a Julio a comprarse
el chaleco antibalas con su dinero, lo que le impidió tener uno que le hubiera
permitido cumplir los requisitos de seguridad que se exigía para sumarse al
convoy que partía hacia Bagdad y abandonar el campamento donde murió".
Disponía de varias fuentes que así lo afirmaban, incluida alguna en el diario
de nuestro desafortunado compañero.
Todo parece indicar que me dieron un dato erróneo, no sé si
con buena o mala fe, pero esto no puede ni debe servirme de excusa. Es ahora
evidente que debería haber puesto más ahínco en confirmar el dato. Sin el cual,
por cierto, el artículo habría sido prácticamente el mismo. Por eso
probablemente me duele aún más este error. Varios colegas me recomendaron
someter a mayor escrutinio la famosa factura. Me he negado a ello y la doy por
válida e incontestada. No seré yo quien intente encubrir un desliz propio con supuestos
montajes ajenos. Pido por tanto disculpas por este error a quienes se sientan
afectados y en primer lugar a mi propio diario por haberle llevado a publicar
un dato que, desmentido por el documento que obra en poder de El Mundo, no
puedo reafirmar. La responsabilidad es mía. Eso sí, sólo ésa. Porque no soy
responsable de que la dirección de ese periódico se sintiera aludida cuando
hablaba de "periodistas a los que sus directores mandan a la guerra sin un
miserable seguro". Existen, no lo duden. Pero yo no citaba a Julio.
Dicho esto, y sin ánimo de agitar aún más las turbulentas
aguas del periodismo nacional, quiero compartir un par de reflexiones e
interrogantes a las que me ha inducido mi error, así como las valientes
declaraciones de Mercedes Gallego y las reacciones en general tras la muerte de
Julio Parrado y José Couso. ¿Cómo pudimos, yo y tantos otros, considerar tan
perfectamente verosímil la aberración que habría supuesto el hecho de que una
empresa obligara a un periodista a comprarse su propio chaleco para ir a
semejante guerra? ¿Cómo es posible que, pertrechado con tan excelente chaleco
SI IIIA, "homologado por el Ejército israelí", Julio no pudiera
sumarse al convoy hacia Bagdad?
¿Por qué el joven periodista no estalló en júbilo cuando el
director de su periódico -según éste afirma en carta publicada en EL PAÍS el 12
de abril- le comunicó su ingreso en plantilla "el próximo 1 de mayo",
máxime en un momento en el que se multiplican las bajas incentivadas? ¿Cómo
logró Julio reprimir su felicidad y mantener en absoluto secreto tamaña buena
nueva? Finalmente: ¿por qué me felicitaron tantos colegas -quizás más gente
de El Mundo que de otros medios y mi propio diario- por ese artículo,
a pesar de saber ya o comunicarles yo que contenía el imperdonable error de un
dato no suficientemente contrastado que se me podía refutar con autoridad? ¿Por
qué hay tanta gente allí y en todas partes que considera a Ramírez incapaz de
decir una verdad que no le beneficie?
En todo caso, y aunque plagado de dudas, doy por errónea mi
afirmación sobre el chaleco de Julio Anguita Parrado, reitero mi pésame a su
familia y a sus compañeros de redacción, como a los de José Couso, y por mi
parte doy por zanjado este triste episodio, dejando claro que sólo he
rectificado una frase de un artículo de más de dos folios que me parece más
actual hoy que cuando se publicó. Concluyo estas líneas expresando mi esperanza
-confieso que frágil- en que no tengamos que lamentar más muertes de colegas,
en que la obscena precariedad en la profesión sea un fenómeno pasajero, en que
directivos y empresas sientan vergüenza cuando mercadean con cuerpos y
tragedias y, finalmente, en que ciertas personas -recuperadas de tanto sollozo
y santa indignación- no vuelvan a tener la osadía de hablar de deontología
profesional. Porque ni un error ni mil merecen el castigo de la náusea
permanente.
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