Por HERMANN TERTSCH
El País, Viena, 27.01.84
En Hungría se asiste a una espectacular irrupción de la
iniciativa privada que cuenta con una productividad superior a la producción
estatal y que contrasta con la experiencia de otros países del bloque
socialista. El experimento húngaro, que conlleva también un relativo aperturismo
político, suscita recelos entre sus vecinos del Pacto de Varsovia y los
húngaros temen que el agravamiento de la tensión internacional pueda servir de
pretexto para que a Budapest se le exija una mayor ortodoxia.
Un enviado
especial de EL PAÍS ha visitado recientemente Hungría.
El régimen húngaro ha decidido fomentar, en el campo de la
agricultura, el pequeño cultivo ante la evidencia de su mayor productividad. La
mitad de la producción húngara de bienes de consumo, como patatas, carne
porcina o huevos, procede de la agricultura privada. Más de 1.600.000 familias
tienen así un ingreso suplementario y la totalidad de la población goza de un
suministro de alimentos que no conoce las estrecheces de otros países del
área. La productividad húngara en la agricultura es muy superior a la de otros
países de régimen político similar. La producción de cereales por habitante es
de 1,2 toneladas, frente a 0,7 toneladas en la URSS. Hungría produce 145 kilos
de carne por habitante; la URSS, tan sólo 57.
También en otros campos ha irrumpido la iniciativa privada
de forma espectacular. De las 78.000 viviendas que anualmente se construyen en
Hungría, 58.000 son ya obra del sector privado.
Existen voces críticas hacia este desarrollo. Son aquellos
que se quejan de que la apertura económica ha traído consigo un aumento de la
especulación, un caos de precios y una actitud negativa de muchos trabajadores,
que trabajan menos en la empresa y más en su tiempo libre, ya que les resulta
más rentable.
Por otra parte, la decisión gubernamental de acabar con la
práctica de precios ficticios, adecuándolos a las fluctuaciones de los mercados
internacionales, unida al "afán desmedido de algunos comerciantes por
conseguir grandes beneficios a corto plazo", como señalaba recientemente
un alto funcionario del partido comunista, ha hecho subir rápidamente los
precios. Los ciudadanos húngaros han sufrido una notable reducción de su
capacidad adquisitiva, y para los turistas de otros países socialistas Hungría
lleva el camino de convertirse en inasequible.
A pesar de ello, los observadores políticos coinciden en que
no hay actualmente nadie en la dirección del Gobierno y del partido que plantee
un frenazo o retroceso en la política de reformas que tiene en Janos Kadar,
máxima autoridad indiscutida en el país, su gran valedor.
El jefe de los sindicatos, Sandor Gaspar, que en el pasado
expresó reticencias respecto al desarrollo de las reformas, fue destituido en
diciembre de su puesto.
Las perspectivas económicas para el año entrante no son
buenas. El Gobierno se ha propuesto un crecimiento económico de entre 1,5 % y
2%. Espera también que la inflación no supere el 7,5% que alcanzó en 1983. Las
autoridades económicas se enfrentan a la crisis, que ha alcanzado a Hungría
con no poca virulencia, con manifestaciones de sobriedad y realismo muy lejanas
al triunfalismo que caracteriza la elaboración de objetivos económicos en varios
países vecinos. Como señaló el secretario y encargado de Asuntos Económicos del
Comité Central del Partido Comunista húngaro, Ferenc Havasi, "en las
actuales circunstancias aspiramos a mantener el nivel de vida de nuestros
ciudadanos. Nos conformamos con que no nos vaya peor".
Apertura política
La liberalización económica emprendida por el régimen de
Janos Kadar ha traído consigo una cierta apertura política, que, si bien de
forma muy tímida, afecta cada vez a más aspectos de la vida húngara. Esta
apertura viene, paradójicamente para algunos, de la mano del hombre que fue
aupado al poder por los soviéticos tras el aplastamiento de la revolución de
1956. Kadar, un adversario de todo culto a la personalidad, lleva ya más de un
cuarto de siglo a la cabeza del régimen húngaro.
Su política se ha distinguido por un alineamiento
incondicional con la Unión Soviética en la política internacional y una
política interior autónoma, de pequeños pasos y reformas
paulatinas del sistema, lejos de todo dogmatismo.
En 1983 se aprobó una ley por la que se pone fin a la
práctica de la candidatura única formada por el partido para las elecciones de
distinto. Por supuesto, los posibles candidatos opcionales no podrán defender
posturas políticas antisocialistas.
Aun insistiendo siempre en que esta apertura forma parte de
una "profundización de la democracia socialista", altos funcionarios
del partido, como el secretario del Comité Central, Mihail Korom, propugnan
"una mayor variedad de opiniones", "competencia política
legal" y "mayor participación de los trabajadores en las tareas de
gobierno", así como una "mayor responsabilidad individual de los
dirigentes".
No cabe duda de que esta política de reformas desde arriba
se ha visto favorecida por la práctica inexistencia de una oposición política
con incidencia en la sociedad. La oposición fue aplastada en 1956, y la mayoría
de sus integrantes que salieron con vida de la represión soviética eligieron el
exilio.
La pequeña oposición actual, formada en torno a un grupo de
intelectuales como Laslo Rajk, hijo del ministro del Interior fusilado por el
régimen estalinista de Mathyas Rakosi, critica al régimen en cuestiones
políticas concretas, pero no presenta una alternativa al régimen. Este grupo se
ha convertido en defensor de las minorías húngaras en Checoslovaquia y Rumanía,
que sufren una clara discriminación por parte de los regímenes de estos países.