jueves, 12 de noviembre de 2015

UN INSÓLITO EXPERIMENTO EN EL BLOQUE DEL ESTE

 Por HERMANN TERTSCH
   El País, Viena, 26.01.84

Bajo la guía de Janos Kadar, el hombre que fue puesto en el gobierno por los soviéticos tras la revolución de 1956, Hungría ha emprendido una serie de reformas desde arriba que también se han traducido en una apertura política. Si bien mantiene una diplomacia exterior de alineamiento incondicional con la URSS, la liberalización desarrollada paulatinamente en Hungría la sitúa en una posición privilegiada e insólita dentro del bloque de los países del Pacto de Varsovia. El pasado martes, 24 de enero, entró en vigor una drástica subida de los precios de ciertos productos alimenticios, de la energía y materiales de construcción, dentro de la política de adecuación de los precios de los bienes de consumo a la evolución del mercado internacional.
Un enviado especial de EL PAÍS visito recientemente Hungría.
Budapest, a principios de 1983. Por el Danubio, escaso de caudal tras un seco otoño, descienden grandes trozos de hielo. Los enormes puentes que cruzan el río, uniendo las dos ciudades históricas de Buda y Pest, se iluminan al caer la tarde. En los fines de semana, los focos hacen resplandecer en la oscuridad, de un lado, la antigua fortaleza, el palacio, la catedral y la Bastilla de los pescadores; del otro, el parlamento neogótico, con la estrella roja en su cúpula central. Mientras las capitales de los países socialistas hermanos y vecinos se sumergen en la penumbra y en el frío, y en Rumanía se amenaza con un corte total de fluido eléctrico a los hogares que no reduzcan de inmediato a la mitad su consumo de electricidad, Hungría y su capital gozan de un ambiente ajetreado en sus calles comerciales.
La calle peatonal de Vaci Utca transcurre como un símbolo entre la plaza de Roosevelt y la de Dimitrof. En los últimos años se ha convertido en el símbolo de un dinamismo comercial sin precedentes en el Este.
Los turistas checoslovacos, alemanes orientales, rumanos y polacos pasean con asombro, entusiasmo y también envidia por delante de escaparates atractivos, tiendas instaladas con esmero, vendedores atentos e incluso solícitos y, sobre todo, ante una oferta de artículos de todo tipo que no pueden soñar con encontrar en sus ciudades de origen.
A pocos metros de allí, junto al muelle de Belgrado donde atracan los barcos que remontan el Danubio hasta Viena y Passau, se alzan algunos de los mayores hoteles de lujo de la ciudad. Construidos con créditos y por empresas occidentales, son regidos ahora por cuadros húngaros. Una muestra de la amplia cooperación occidental que Hungría se ha sabido ganar para crear una infraestructura turística cuya rentabilidad ya es patente. A principios de diciembre se inauguró el hotel Flamenco, construido por una cadena hotelera española. En lo alto de Buda, junto a la catedral, funciona una de las entradas de divisas occidentales más efectivas: el primer casino de los países socialistas. Facilidades al turismo para llenar estos hoteles y otros más modernos, las autoridades húngaras no han dudado en buscar facilidades para el tráfico y entrada en el país de los turistas. Uno de los primeros pasos fue la supresión de la obligatoriedad de visados para los ciudadanos austríacos. Estas medidas se han ido ampliando constantemente. Desde noviembre, los turistas franceses que viajen a Hungría en grupo no necesitarán pasaporte, sino tan solo un carné de identidad. Es el primer caso de este tipo en un país miembro del Pacto de Varsovia. Un turismo masivo ha exigido también facilidades para el tráfico de la información. En los hoteles de Budapest se pueden comprar los más variados diarios occidentales con tan sólo un día de retraso. Están a la venta en moneda húngara, con lo que los ciudadanos de Budapest tienen de hecho acceso a estos periódicos que no se venden en los quioscos, aunque a un precio considerablemente más alto que el de la prensa nacional. Queda roto así el monopolio que ostentaban los órganos de partidos comunistas como representantes de la opinión occidental. También éste es un fenómeno en el que Hungría es pionera. En Sofía, Praga o Bucarest sólo están a la venta, normalmente de fechas muy atrasadas, el Morning Star, el Volkstimme, de los comunistas austriacos, o Unsere Zeit, de los alemanes occidentales. En Checoslovaquia está expresamente prohibido el Mundo Obrero español.
En los restaurantes de Budapest reina una actividad febril. Húngaros acomodados y turistas esperan a que quede alguna mesa libre. Los camareros cumplen con rapidez los encargos, recomiendan especialidades de la casa y cuidan hasta el último detalle. Hace 10 años, en esta misma capital, los camareros parecían eternizarse para servir cualquier plato de aquellas paupérrimas cartas. Cuando lo hacían era con hastío y convencimiento de hacerle un favor al cliente. El origen del cambio está en que hoy la mayoría de los restaurantes son familiares, surgen por doquier -privados o en régimen de arriendo a la cadena estatal- y la competencia es feroz.
Este fenómeno no sólo se percibe en las empresas de servicios, bares, taxis, como restaurantes, talleres o bufetes de abogados, que se han creado al amparo de la reforma económica del Gobierno húngaro, puesta en marcha en 1978 y cuyo fin declarado es fomentar la iniciativa privada, con el lema de competencia, ahorro de materias primas y energía, y alta moral de trabajo.
En la industria se han formado cooperativas de trabajadores que, tras su jornada laboral oficial, y previo acuerdo con la dirección del centro, fabrican piezas en los talleres para venderlas después a la empresa.
Los resultados de este experimento laboral parecen satisfacer a ambas partes. Los reformadores del régimen húngaro quieren ir aún más lejos. Para 1985, muchas de las grandes empresas húngaras podrían ser algo así como una maquinaria administrativa dedicada a los contactos con el extranjero, marketing y compra de materiales.
La producción en sí quedaría en manos de las unidades de trabajadores, que gozarían de gran autonomía y cuyos ingresos serían determinados por la cantidad y calidad de los productos. Individualmente, los obreros serían retribuidos por su unidad de producción, según su rendimiento.

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