Por HERMANN TERTSCH
El País, Viena, 26.01.84
Bajo la guía de Janos Kadar, el hombre que fue puesto en el
gobierno por los soviéticos tras la revolución de 1956, Hungría ha emprendido
una serie de reformas desde arriba que también se han traducido en una apertura
política. Si bien mantiene una diplomacia exterior de alineamiento
incondicional con la URSS, la liberalización desarrollada paulatinamente en
Hungría la sitúa en una posición privilegiada e insólita dentro del bloque de
los países del Pacto de Varsovia. El pasado martes, 24 de enero, entró en vigor
una drástica subida de los precios de ciertos productos alimenticios, de la
energía y materiales de construcción, dentro de la política de adecuación de
los precios de los bienes de consumo a la evolución del mercado internacional.
Un enviado especial de EL PAÍS visito recientemente Hungría.
Budapest, a principios de 1983. Por el Danubio, escaso de
caudal tras un seco otoño, descienden grandes trozos de hielo. Los enormes
puentes que cruzan el río, uniendo las dos ciudades históricas de Buda y Pest,
se iluminan al caer la tarde. En los fines de semana, los focos hacen
resplandecer en la oscuridad, de un lado, la antigua fortaleza, el palacio, la
catedral y la Bastilla de los pescadores; del otro, el parlamento neogótico,
con la estrella roja en su cúpula central. Mientras las capitales de los países
socialistas hermanos y vecinos se sumergen en la penumbra y en el frío, y en
Rumanía se amenaza con un corte total de fluido eléctrico a los hogares que no
reduzcan de inmediato a la mitad su consumo de electricidad, Hungría y su
capital gozan de un ambiente ajetreado en sus calles comerciales.
La calle peatonal de Vaci Utca transcurre como un símbolo
entre la plaza de Roosevelt y la de Dimitrof. En los últimos años se ha
convertido en el símbolo de un dinamismo comercial sin precedentes en el Este.
Los turistas checoslovacos, alemanes orientales, rumanos y
polacos pasean con asombro, entusiasmo y también envidia por delante de
escaparates atractivos, tiendas instaladas con esmero, vendedores atentos e
incluso solícitos y, sobre todo, ante una oferta de artículos de todo tipo que
no pueden soñar con encontrar en sus ciudades de origen.
A pocos metros de allí, junto al muelle de Belgrado donde
atracan los barcos que remontan el Danubio hasta Viena y Passau, se alzan
algunos de los mayores hoteles de lujo de la ciudad. Construidos con créditos y
por empresas occidentales, son regidos ahora por cuadros húngaros. Una muestra
de la amplia cooperación occidental que Hungría se ha sabido ganar para crear
una infraestructura turística cuya rentabilidad ya es patente. A principios de
diciembre se inauguró el hotel Flamenco, construido por una cadena hotelera
española. En lo alto de Buda, junto a la catedral, funciona una de las entradas
de divisas occidentales más efectivas: el primer casino de los países
socialistas. Facilidades al turismo para llenar estos hoteles y otros más
modernos, las autoridades húngaras no han dudado en buscar facilidades para
el tráfico y entrada en el país de los turistas. Uno de los primeros pasos
fue la supresión de la obligatoriedad de visados para los ciudadanos
austríacos. Estas medidas se han ido ampliando constantemente. Desde noviembre,
los turistas franceses que viajen a Hungría en grupo no necesitarán pasaporte,
sino tan solo un carné de identidad. Es el primer caso de este tipo en un país
miembro del Pacto de Varsovia. Un turismo masivo ha exigido también facilidades
para el tráfico de la información. En los hoteles de Budapest se pueden comprar
los más variados diarios occidentales con tan sólo un día de retraso. Están a
la venta en moneda húngara, con lo que los ciudadanos de Budapest tienen de
hecho acceso a estos periódicos que no se venden en los quioscos, aunque a un
precio considerablemente más alto que el de la prensa nacional. Queda roto así
el monopolio que ostentaban los órganos de partidos comunistas como
representantes de la opinión occidental. También éste es un fenómeno en el que
Hungría es pionera. En Sofía, Praga o Bucarest sólo están a la venta,
normalmente de fechas muy atrasadas, el Morning Star, el Volkstimme, de los
comunistas austriacos, o Unsere Zeit, de los alemanes occidentales. En
Checoslovaquia está expresamente prohibido el Mundo Obrero español.
En los restaurantes de Budapest reina una actividad febril.
Húngaros acomodados y turistas esperan a que quede alguna mesa libre. Los
camareros cumplen con rapidez los encargos, recomiendan especialidades de la casa
y cuidan hasta el último detalle. Hace 10 años, en esta misma capital, los
camareros parecían eternizarse para servir cualquier plato de aquellas
paupérrimas cartas. Cuando lo hacían era con hastío y convencimiento de hacerle
un favor al cliente. El origen del cambio está en que hoy la mayoría de los
restaurantes son familiares, surgen por doquier -privados o en régimen de
arriendo a la cadena estatal- y la competencia es feroz.
Este fenómeno no sólo se percibe en las empresas de
servicios, bares, taxis, como restaurantes, talleres o bufetes de abogados, que se
han creado al amparo de la reforma económica del Gobierno húngaro, puesta en
marcha en 1978 y cuyo fin declarado es fomentar la iniciativa privada, con el
lema de competencia, ahorro de materias primas y energía, y alta moral de
trabajo.
En la industria se han formado cooperativas de trabajadores
que, tras su jornada laboral oficial, y previo acuerdo con la dirección del
centro, fabrican piezas en los talleres para venderlas después a la empresa.
Los resultados de este experimento laboral parecen
satisfacer a ambas partes. Los reformadores del régimen húngaro quieren ir aún
más lejos. Para 1985, muchas de las grandes empresas húngaras podrían ser algo
así como una maquinaria administrativa dedicada a los contactos con el
extranjero, marketing y compra de materiales.
La producción en sí quedaría en manos de las unidades de
trabajadores, que gozarían de gran autonomía y cuyos ingresos serían
determinados por la cantidad y calidad de los productos. Individualmente, los
obreros serían retribuidos por su unidad de producción, según su rendimiento.
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