Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
24.02.02
DEBATE
La sagrada ira del pensamiento bienintencionado se halla en
plena movilización en contra del presidente del Foro para la Inmigración, el
sociólogo y antropólogo Mikel Azurmendi. ¿Qué ha hecho el pobre hombre para
merecer este ataque desde tantos y tan diversos frentes? Ha dicho que 'el
multiculturalismo es una gangrena para la democracia'. ¡Anatema!, gritan los
coros piadosos que ven confirmada su sospecha de que Azurmendi es un racista
peligroso. Y si alguno albergaba aún alguna duda sobre el carácter perverso y
derechista del individuo, han quedado disipadas, porque ha salido en su defensa
Enrique Múgica Herzog, ese criptoderechista que se hizo pasar toda su vida por
socialista y se ha quitado la careta al aceptar el cargo de Defensor del Pueblo
que le ofreció el presidente del Gobierno del Partido Popular.
Dos traidores a la izquierda atacan juntos a ese sagrado
concepto de multiculturalismo que, según sus defensores, es la gloriosa fórmula
para que coexistan en armonía y jovialidad diversas culturas foráneas y
autóctonas en una misma sociedad democrática. Todos los grupos sociales
cultivarían sus costumbres y ritos ancestrales en el más profundo respeto entre
ellos. Pero, ¡ay!, racistas como Azurmendi y Múgica quieren impedir la
regulación de todos los inmigrantes que vinieron o quieren venir y, además,
asimilar a los regularizados.
Seamos serios. La izquierda española tiene dificultades para
ofrecer conceptos económicos y políticos distintos a los que aplica la derecha
y que en el pasado fueron suyos. Pero si es una mala broma que esta izquierda
considere 'franquista' el intento de valorar el rendimiento de los alumnos en
los colegios, y grotesco que apueste por supuestos derechos colectivos de
comunidades étnicas como quienes consideran incuestionable determinación
histórica la supremacía nacionalista en Euskadi, es aterrador comprobar cómo se
lanzan a la alegría juvenil en el trato de un fenómeno tan serio como la inmigración
e integración. Malo es el faldicortismo en la presentación de cuestiones
graves. Peor alimentarse de las fuentes intelectuales del movimiento
okupa.
Azurmendi tiene razón. La falta de adaptación o, más aún, la
falta de voluntad de adaptación de los inmigrantes a las leyes, reglas y normas
sociales de la sociedad anfitriona es, a medio plazo, una bomba de relojería en
la línea de flotación de la democracia, el pluralismo y la sociedad abierta. El
multietnicismo ha sido, es y será una realidad en España que a nadie inquieta.
No así el multiculturalismo.
Se puede discrepar de las tesis de Giovanni Sartori en su
libro La sociedad multiétnica, tan denostado por quienes creen que
son las sociedades libres las que tienen que ceder ante las culturas de aquellos
a los que la miseria o la violencia incita a migrar. Pero existen certezas
difíciles de rebatir. La primera es que la sociedad democrática que otorga el
derecho fundamental al individuo es el modelo de convivencia que genera más
bienestar, más dignidad y más libertad que cualquier otro. La segunda es que
permitir que en su seno se generen células de culturas extrañas que no actúan
según los mismos principios y se rigen por códigos étnicos, religiosos o
tribales, supone una amenaza para el propio sistema. Sea el secuestro del voto
por parte de clérigos en una comunidad musulmana o el ejercicio de la
violencia, intimidación o desprecio de los derechos humanos en otros colectivos
culturales cerrados, son infinidad los argumentos en contra de la aceptación y
aún más del fomento de guetos culturales. Ni todas las culturas, ni todas las
ideas, ni todas las costumbres son igualmente aceptables. Muchas son enemigas
de la dignidad y la libertad. Las democracias occidentales han creado
mecanismos de autocorrección de los que carecen otras culturas. Ahora tienen el
reto de integrar a gentes de culturas lejanas cuya llegada es necesaria pero
genera problemas. El racismo lo generan quienes los ignoran, no quienes los
señalan.
En Estambul, hace 15 días, ministros de Asuntos Exteriores
europeos hablaban por primera vez con claridad al respecto con colegas
islámicos. Se pedía 'reciprocidad'. Vengan porque sus sociedades son incapaces
de otorgarles una vida digna y porque aquí también los necesitamos. Pero no
intenten crear en nuestras sociedades abiertas otras cerradas que reproduzcan
los fracasados, corruptos y totalitarios sistemas de los que huyeron. Los
pueblos europeos han luchado mucho durante siglos por esta forma de vida, por
esta sociedad a la que acuden los inmigrantes voluntariamente. En los clubes se
aceptan todo tipo de caracteres, pero siempre que cumplan las normas internas.
La corrección política tiende a generar pensamiento débil. Pero no podemos
dejar que, embriagada de amor, nos hunda en el caos al fomentar la dejación de
la sociedad abierta en favor de la tribu.
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