El general Wojciech
JaruzeIski impuso hace ya casi 10 años la ley marcial en Polonia, poniendo fin
a la primera existencia legal de un sindicato independiente, Solidaridad, en un
país socialista. En su país y en Occidente se granjeó por ello odios y virulentos
ataques como "dictador comunista". Sin embargo, fue el primero de los
líderes del ya disuelto Pacto de Varsovia que vio claramente que había sonado
la hora de la liquidación del sistema político al que sirvió durante más de
cuatro décadas. Hoy, muchos de sus más feroces enemigos reconocen que
Jaruzelski recurrió al mal menor en 1981 para evitar una intervención del
Ejército de Leonid Bréznev en Polonia.
Casi un
año después de ceder la presidencia de la república a su sucesor electo
democráticamente, Lech Walesa, Jaruzelski visitó Santander y Madrid para
participar en un curso sobre Europa central de la Asociación de Periodistas
Europeos. Durante una semana conversó largamente con EL PAÍS sobre el fin del
llamado socialismo real, los peligros del nacionalismo y la crisis económica,
su papel personal en la crisis de 1981 y la nueva situación europea, con una
Alemania poderosa y Yugoslavia en el umbral de una guerra.
Pregunta. ¿Considera lograda la
reconciliación nacional en Polonia?
Respuesta. La reconciliación nacional es
condición fundamental para la reforma, que es la máxima prioridad del país. Por
eso tuvo una importancia histórica la mesa redonda de Santander [en la que hizo
buenas migas con su antiguo adversario Adam Michnik], que fue punto de partida
para los cambios en Polonia y después en toda la región. Ahora entramos en una
nueva fase. Podría parecer que estamos en una situación más fácil que en el
pasado. Han desaparecido los antagonismos radicales y estamos en un desarrollo,
quizá imperfecto, pero democrático. Sin embargo, la situación es dificil. Antes
había un choque entre los sistemas de valores, entre el socialismo, por un
lado, y la democracia, por el otro. Era éste el choque fundamental, o se era
rojo o blanco.
P. ¿Cuál es actualmente la clave
del conflicto?
R. El conflicto entre los sistemas
de valores ha dado paso al conflicto de intereses, de los medios, grupos
sociales, generados en el marco de la situación económica existente. Cuanto más
dificil y dolorosa es la situación, más duros son los choques. Estos
enfrentamientos pueden ser capitalizados en la lucha política. Como carecemos
aún de cultura política, nos cuesta mucho lograr bases comunes y reglas para
todos nuestros litigios. No sé qué político francés dijo aquello de "hay
que establecer las normas en que estar en desacuerdo". Creo, por tanto,
que el periodo que nos separa de las elecciones [en octubre] va a ser muy
dificil.
Consenso democrático
P. ¿Tiene intención de permanecer
de alguna forma en la vida política, en alguna labor de mediación?
R. No tengo esas aspiraciones y
creo que tampoco posibilidades. Me he apartado de la vida política activa, si
bien tengo muchos contactos con diversos medios, partidos, con la Iglesia y
otros grupos sociales. Pero, volviendo a la anterior pregunta, no quiero que
entiendan que considero imposible la reconciliación. Le contaré por qué no la
logramos antes de diciembre de 1981 [fecha de la imposición de la ley marcial].
Entonces teníamos unas contradicciones fundamentales. El poder, el partido
comunista, dependía del régimen existente. Entonces nosotros aún queríamos
reformar aquel régimen, pero no destruirlo. Hoy, por el contrario, existe un
consenso sobre la base de la democracia y la economía de mercado. Por eso
considero que sería muy útil una nueva mesa redonda para afrontar la nueva
situación, algo como los pactos de la Moncloa. Pienso que incluso el Parlamento
democrático que salga de las elecciones próximas será transitorio, porque aún
deben cristalizarse los partidos y programas; luego sería muy útil un nuevo
encuentro para establecer las bases para una discusión más amplia.
P. En la situación de grave crisis
en que vive Polonia se habla mucho ya del peligro totalitario, de que hayan
salido de una dictadura para caer en otra. Hay continuos debates sobre la
soberanía del Estado, la separación Iglesia-Estado y la división de poderes.
¿Ve usted el peligro de un autoritarismo populista?
R. Quiero diferenciar entre dos
elementos. Por un lado está la gente que antes vivía mal y hoy vive peor, que
siente la pauperización mientras ve cómo crecen las fortunas y la ostentación
está descontenta y espera que la cosa cambie. Por otro lado está el populismo,
que creo muy peligroso. Intenta manipular este descontento de forma demagógica
para los fines de una u otra fuerza política con el fin de crear odios que
pueden ser orientados después hacia distintos blancos, ya sean los judíos, los
comunistas, los nuevos ricos. Esto puede crear una psicosis muy grave para la
economía del país y la estabilidad del Estado. La situación es propicia
objetivamente para estas tentaciones, para un Gobierno autoritario.
P. Usted llegó a representar la
imagen del autoritarismo.
R. Le diré algo que puede sonar
como inmodestia. Yo personalmente no tengo ningún tipo de inclinación
autoritaria. Sin embargo, las circunstancias en que me encontré, en una
situación explosiva, con el sentido de defender el sistema que existía, me
colocaron en una posición autoritaria. Aquello fue un gran drama personal para
mí.
P. Está usted escribiendo sus
memorias. Ahora que hace balance y nos ha hablado del gran drama que supuso
para usted la imposición de la ley marcial, ¿se arrepiente usted de algo?
R. Todo ser humano se arrepiente
de algo cuando hace balance y ve las cosas conociendo las consecuencias. Es
evidente que hay cosas que habría hecho de otra manera. Hoy soy más sabio,
entre otras cosas, porque conozco las experiencias españolas. Pero sé que me
está preguntando si me arrepiento de haber implantado la ley marcial. No me
arrepiento. Me arrepiento o lamento que se produjera la situación que me indujo
a implantarla. Yo soy responsable, el régimen, y también la oposición. Todos
fuimos responsables de que se creara aquella situación, no fuimos lo
suficientemente maduros para sentarnos en una mesa, pero eran también otros
tiempos históricos. Me arrepiento también de otras muchas cosas después de la
ley marcial. De no haber sido más consecuente con las reformas, de no haber
eliminado con mayor energía a los conservadores dentro del régimen. Pero ahí
también desempeña un papel la situación internacional, éramos un país de
herejes (en el campo socialista) y no podíamos ir demasiado lejos en nuestras
herejías, no sólo por los peligros físicos, sino también por problemas
económicos.
P. ¿Se encontraba agotado el
sistema?
R. Había agotado su creatividad..
Era económicamente incapaz. El sistema había tenido varios momentos de
paroxismo, 1956, 1968-1970 y 1980. Entre dichos momentos, el régimen volvía a
unos periodos de calma en que: había cierto progreso. Y en estos periodos el
sistema creó a sus propios enterradores, millones de personas formadas. Las
personas formadas quieren participar y eso es lo que les negábamos. Creábamos
apariencias. Les imponíamos el papel dirigente del partido, que era en realidad
su monopolio. Pero exigían ya la democracia parlamentaria.
La nueva Europa
P. Cómo ve usted, desde su óptica
de militar y estadista, la nueva situación creada en Europa, con su nuevo grave
foco de tensión en Yugoslavia, con una Alemania grande vecina de Polonia?
R. Yo creo que todos estamos
preocupados. Como militar, sé que toda explosión requiere de un detonador. No
quiero decir con eso que Yugoslavia sea ya este detonador. Pero sí nos lleva
hacia una situación en que se activan los conflictos nacionales y nos lleva a
una revisión de las combinaciones de los contactos entre los Estados. Yo no
siento alergia por los alemanes. Pero, desde un punto de vista racional, temo
que esa potente Alemania, en el nuevo fermento que se ha creado en nuestra
región de Europa (central), entre de una forma natural; no se trata de una
entrada física, mucho menos militar, sino de un incremento de su influencia, de
una tendencia a la dominación. Croacia y Eslovenia formaron parte de
Austria-Hungría y de ese concepto de Mitteleuropa.
P. ¿Tan negro ve el futuro?
R. No. Aunque todo conflicto de
este género tiene un carácter contagioso, y pienso sobre todo en
Checoslovaquia, puede también tener un efecto disuasorio en la región. Las
consecuencias de lo que estamos viendo en Yugoslavia son tan catastróficas para
su propia seguridad y sus condiciones de vida, que pueden tener este efecto. Le daré un ejemplo de nuestra propia historia. En los años
1980-1981, cuando se produce aquella explosión dirigida por Solidaridad, la
situación económica se quebró por completo. En las tiendas en Polonia no había
sino vinagre. Esto tuvo un efecto disuasorio en los países vecinos. Por el contrario, cuando, años después, logramos controlar
la situación y comenzar las reformas, éstas fueron un empuje para la oposición
en estos países. Trasladado a la situación yugoslava, quien sabe si esta
conmoción no puede tener finalmente contribuir a mejorar la situación integral
en la región.