lunes, 31 de julio de 2017

ALLENDE EL ESPEJO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Sábado, 07.09.02

LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO

Los nervios de algunos están desatados en estas postrimerías del verano. Y con razón. Porque en pocas semanas han cambiado mucho las cosas en Euskadi y quienes tan cómodamente han cosechado réditos de la situación previa, de la intimidación masiva de todas las opciones políticas no nacionalistas, de la impuesta catequesis etnicista a cargo de los fondos públicos y de la constante llamada a la complicidad o al menos generosa comprensión hacia los móviles del crimen. Están nerviosos muchos. Porque todo parece indicar que se ha acabado la larga fiesta de la impunidad del 'pim, pam, pum'. Los asesinos han ido llenando las cárceles de forma inexorable en los últimos años pero sus jaleadores, exégetas y mecenas gozaban de esa exquisita normalidad que se les negaba a todos los que discrepaban con ellos.
Joseba Azkarraga, consejero de Justicia del Gobierno vasco, está tan preocupado como Arnaldo Otegi ante la evolución puesta en marcha por la Ley de Partidos Políticos y los autos del juez Baltasar Garzón. ¿Por qué rayos acaban coincidiendo siempre estos dos personajes? Hoy el partido de Azkarraga, Eusko Alkartasuna, ha convocado una beatífica manifestación en 'defensa de las libertades' de esa asociación de delincuentes que es Batasuna, por muy honrados, que no honestos, que sean sus votantes. Euskadi ha sido Weimar durante demasiado tiempo. El suficiente para que una o dos generaciones crean que no hay alternativa a la sumisión y que es conveniente y rentable adaptarse o asociarse con quienes imponen ese miedo que emponzoña pensamiento y conductas. Ha sido más barato calumniar al judío constitucionalista que reprender al camisa parda aberzale.

Dicen el PNV y EA y el bufón minoritario de Ezker Batua, que Batasuna pasará a una clandestinidad cuasi heroica. Aseguran que decenas de miles de votantes de Batasuna se lanzarán al monte como partisanos balcánicos. Tranquilos, porque no va a pasar. Nuestros muy instalados y burgueses beneficiarios de la inmensa red de ventajismos, extorsiones y subsidios tienen casa propia, costumbre de aperitivo y relaciones muy humanas forjadas en esa propia normalidad de la que no gozan sus adversarios políticos. No van a renunciar a ello. Cuando los convocantes de una manifestación de apoyo al crimen paguen con su hacienda, los padres de menores fanatizados tengan que asumir los daños causados por sus querubines y los propietarios de los bares en Euskadi echen sin contemplaciones a quienes quieren imponerles en el local una hucha para financiar a los asesinos, saldremos, paulatinamente, del estado de excepción. Tras más de dos décadas de perplejidades, confusión y complejos, estamos asistiendo a la proclamación de la mayoría de edad de la democracia en España. Es motivo de satisfacción aunque persistan las amenazas de muerte y dolor. Aunque los nervios lleven a algunos que creíamos parte de la sociedad civilizada y democrática a saltar al otro lado del espejo.

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