Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
06.07.02
COLUMNA
Los tres partidos checos que, dirigidos por el
socialdemócrata CSSD, intentan formar una coalición de Gobierno, se muestran
incapaces de lograr un acuerdo para formar la exigua mayoría de 101 diputados
en una cámara de 200. La batalla de reproches es general. También aumenta el
conflicto entre partidarios y adversarios del ingreso en la UE ahora que el
proceso entra en su recta final. Sólo hay una cuestión en la que reina inusual
armonía y práctica unanimidad entre las fuerzas políticas checas: en el rechazo
absoluto a abolir oficialmente -como exigen Alemania y Austria- los decretos
del presidente Benes de 1946 que legalizaron la deportación y expropiación de
los alemanes de la región de los Sudetes después de la Segunda Guerra Mundial.
Austria ya ha anunciado -lo subraya el líder populista Jörg Haider en una
entrevista que EL PAÍS publicará el domingo- que está dispuesta a bloquear la
ampliación si no hay enmienda en Praga. No parece demasiado pedir a un país que
se integra en una comunidad de valores democráticos que levante unos decretos
que legalizaron vandálicas represalias contra millones de civiles por su real o
supuesto apoyo previo a la Alemania nazi. El efecto jurídico sería nulo, el
gesto generalmente aplaudido y desaparecería la amenaza del bloqueo a la
ampliación por este motivo. Pues no hay en Praga hoy ningún político dispuesto
a hacerlo.
En esto coinciden todos, desde los comunistas a los
cristianodemócratas de Vaclav Klaus. La nueva crisis de los Sudetes es la
demostración más candente de cómo el pasado puede generar fuerzas que crispan
el presente y pueden sabotear el futuro. Una educación histórica veraz, de la
que por supuesto careció la población checa bajo el comunismo, habría hecho
menos impopular una solución razonable al conflicto.
Hace unos días se reunieron en el esplendoroso monasterio
benedictino de Göttweig, junto al Danubio, en la Baja Austria, varias decenas
de políticos, académicos y analistas para estudiar en el Europa-Fórum entre
otros muchos aspectos de la integración europea el papel en la misma de la
cultura y la historia. Todos coincidieron en que las fuerzas antieuropeas,
chovinistas y radicales que están resurgiendo en toda Europa y siguen la batuta
a populistas y demagogos se nutren de aversiones basadas en una historia
sesgada, acientífica y manipulada por los políticos. Existe, se dijo, una
necesidad imperiosa de crear comisiones conjuntas entre grupos de países e
incluso paneuropeas para que las nuevas generaciones reciban una visión de la
historia veraz, global, libre de mitos, condicionamientos nacionalistas,
reduccionismos y aversiones inducidas. A principios del siglo pasado
prácticamente todos los libros de historia eran una colección de leyendas
épicas, emponzoñadas de romanticismo nacional trufado de fechas. En las pasadas
cinco décadas, especialmente en la Alemania traumatizada por la culpa del
nazismo, se hicieron grandes avances en el intento de presentar una historia
con matices y con la vocación de entender otras posturas, intereses y
sensibilidades.
Pero falta mucho por hacer y nada garantiza que el proceso
de ilustración histórica continúe en la misma dirección. La fuerza de los
medios de comunicación modernos y su utilización para propagar el mito
nacional, los prejuicios contra otras naciones o grupos étnicos, hacen tanto
más necesaria una formación histórica libre de filias y fobias del pasado. El
poder intoxicador y envilecedor de la historia manipulada o directamente inventada
quedó trágicamente demostrado durante la pasada década en los Balcanes. Allí
fueron los poderes públicos los que impusieron una visión de la historia como
llamada a la redención y a la venganza o reparación de pasados agravios. Por
desgracia, no sólo allí. En la jornada plenaria de clausura del Europa-Fórum de
Göttweig, el profesor Matti Klinge, catedrático de historia de la Universidad
de Helsinki, habló del peligro que alberga el secuestro de la formación de la
historia por parte de los políticos y puso como ejemplo el País Vasco, 'en
cuyos colegios públicos se manipula e inventa parcialmente la historia para
generar sentimientos en contra del resto de los españoles'. Por eso, añadió,
'la tendencia debe ir no hacia una regionalización de la formación histórica,
sino, en sentido contrario, hacia una europeización'. Tomen nota.
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