Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
13.06.02
COLUMNA
Israel comienza esta semana con la primera fase de la
construcción de la valla de protección, que llegará a tener 340
kilómetros de longitud y servirá supuestamente para fortalecer la seguridad de
su población. Mil millones de dólares de la decrépita economía israelí se va a
gastar en ello Ariel Sharon, aunque ya ha advertido de que no está dispuesto a
excederse en indemnizaciones por la expropiación de terrenos. Tampoco permitirá
que haya dilaciones por negociación sobre compensaciones. O se toman o se
dejan. Como las lentejas. ¿Adivinan quiénes son propietarios de esas tierras?
No, no son los colonos judíos.
Sharon ha insistido en que esta nueva barbaridad, producto
de la militarización de la seguridad en detrimento de la diplomacia, no marca
una frontera geopolítica, sino un mero dispositivo antiterrorista. Lo sabíamos.
Porque Sharon no va a trazar fronteras entre territorios que considera propios.
Su ofensiva para ganar tiempo y crear -cuando sea; se siente fuerte- las
condiciones que hagan aceptar a los países árabes la anexión de Gaza y
Cisjordania por parte de Israel no ha hecho sino comenzar. La doctrina de que
Samaria, Judea y Gaza son Israel vuelve a ser asumida por un Estado secuestrado
por Sharon en el que los demás referentes políticos -véase a Simón Peres- son
caricaturas irrelevantes. Salvo Bibi Netanyahu, que quiere lo mismo, pero
haciéndolo él. Se acabó la comedia de 'paz por territorios'. Veremos las consecuencias.
La historia dirá si Sharon acaba dilapidando no ya miles de vidas israelíes y
palestinas, sino la propia existencia del Estado que ha secuestrado.
Su primera proclamación de estas intenciones la publicó
en The New York Times el domingo. Asegura que la resolución 242
de 1967 no dice lo que dice -que Israel tiene que abandonar los territorios
conquistados en 1967- sino que al conceder a Israel el derecho a fronteras
seguras le permite establecer cuáles cumplen estas condiciones y así le permite
trazarlas incluyendo los territorios ocupados en la guerra. Luego, los
territorios no están ocupados y son ajenos, sino en disputa. Primer paso hacia
grandes ideas simples. En Washington existe tal confusión, falta de liderazgo e
ignorancia, que nadie parece darse cuenta de lo que significa la aventura
temeraria a la que EE UU se lanza con esta política de manos libres para
Sharon.
En EE UU, la histeria antiterrorista no sólo amenaza con
dinamitar unos derechos civiles que fueron ejemplo para todas las democracias
del mundo. Está nublando las mentes de quienes podrían evitar que este
presidente se convirtiera en un peligro público global. Los esfuerzos por
simular firmeza de un Bush tan obviamente débil son tan patéticos como
peligrosos para norteamericanos e israelíes, por no hablar de palestinos. En
los últimos días sobre todo. Ante el presidente egipcio, Hosni Mubarak, Bush
dijo que hay que entablar relaciones para un rápido establecimiento del Estado
palestino. Días más tarde, con Sharon sentado a su lado, dice que antes ha de
profundizarse la democracia palestina. Sharon será quien decida hasta dónde.
Y en el Jerusalem Post de ayer, tan cercano a
Sharon, Michael Freund anuncia que Israel debe dejar de disculparse por haber
conquistado unos territorios que les pertenecen por origen bíblico y conquista
en una guerra que, cierto es, Israel no inició. Luego hay que anexionar
Cisjordania y Gaza. Al fin y al cabo, ya son prácticamente inviables como
Estado soberano, surcados por vallas, autopistas y asentamientos que ocupan hoy
a más soldados que colonos tienen en su interior. Jordania, Líbano, Siria y
Egipto tienen juntos más de 60 veces el territorio del Estado judío, luego
también sitio para acoger a todos los palestinos. Así de fácil. Con un
presidente tan débil en Washington, Sharon se sabe el dueño en la Casa Blanca.
Cada vez que la pisa. Pero es tan consciente de la falta de carácter de Bush
que le ha dejado a una serie de altos funcionarios propios para que garanticen
que no vuelve a cambiar de opinión tras la entrevista que mantendrá con el
ministro de Exteriores saudí. ¡Qué vergüenza! Pero ante todo, ¡qué miedo!
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