Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
20.06.02
COLUMNA
En la política se entra, por lo general, de forma
voluntaria. Por eso no deben dar pena ni tan siquiera esos políticos que, véase
a Javier Solana o a Miguel Angel Moratinos, se dedican, con obsesión y
auténtica sed de disgustos, a deshacer entuertos ajenos, sacrificando salud,
tiempo, familia y satisfacciones que tendrían aseguradas de no mediar una
vocación por lo público que raya en lo extravagante. Pero no son muchos los que
levitan en sus ansias por el bien común en busca de soluciones amplias para
situaciones dramáticamente angustiosas que no les atañen en lo privado. No son
hoy muy buenas las vibraciones en Europa.
El faldicortismo político se ha adueñado de nuestra
política, de nuestras televisiones y por lo tanto de nuestras vidas. Aunque no
todo son malas noticias. A algunos se les nota tanto el solipsismo megalómano
que logran generar muy sanas gratificaciones cuando fracasan en sus empeños.
Caso destacado en este sentido ha sido esta semana el presidente del partido
ODS de la República Checa, Vaclav Klaus, que ha perdido su probablemente última
oportunidad de asumir la jefatura del Gobierno y ejercer -es cuestión de
carácter- como Rey Sol en Praga. Por supuesto que los socialdemócratas checos
que le han derrotado no son lo que pudiera llamarse una asociación de sabios.
Son grises, romos y encima chovinistas. Pero son, si logran arrebatar a Klaus
toda posición de poder, la menos mala de las soluciones para un país
acomodaticio y tramposo en lo político. Pero la derrota de Klaus no es sólo una
buena noticia para quienes aun creen que los ciudadanos son algo más que carne
de estadística. Es también el último gran favor que hace a su pueblo, antes de
dejar la presidencia de la República en febrero, otro Vaclav muy distinto, que
es Havel, uno de esos grandes hombres de espíritu y acción que nos otorgó el
siglo XX y que abandona la escena política y nos dejará a todos un gran vacío.
La mera consciencia de que han existido gentes como él, como
Winston Churchill, como Robert Schumann o Friedrich Ebert o el también checo
Tomas Garrigue Masaryk a principios del pasado siglo, induce hoy en día a la
melancolía. Más cuando estamos en vísperas de que se reúna en Sevilla la cúpula
de la media Europa rica y conocemos bien al elenco que allí se reunirá, bien
intencionado con seguridad, pero tan arrogante en sus ademanes como modesto y
pacato en sus visiones políticas generales.
Bronislaw Geremek, buen amigo de Havel desde los tiempos de
la resistencia a la estulticia criminal comunista en Europa Oriental, lamentaba
hace unos días en la Residencia de Estudiantes de Madrid la miseria que supone
la falta de visión política global de nuestros dirigentes europeos y los peligros
que alberga su cicatería e indecisión a la hora de enfrentarse a retos que
exigen de ellos algo más que guiños a sus electores y carantoñas a los medios
de comunicación. Geremek, historiador, gran medievalista, sabe de Europa y de
las almas diversas y enfrentadas en este continente. Y advierte sobre los
riesgos que conlleva el huir de los retos capitales por miedo a los propios
electorados, a revisar la PAC o medrar con el miedo.
La inmigración en Europa es muy necesaria pero es también un
problema muy evidente para amplias masas y un riesgo potencial para la cohesión
democrática de nuestras sociedades. Bien está por tanto que Sevilla busque
soluciones globales para una nueva situación que ha causado en todos
perplejidad y en muchos miedo.
Pero la ampliación de la Unión Europea -esa que muchos ya
quieren olvidar, según parece- no sólo es un deber histórico para con unos
pueblos del este europeo en su día abandonados ante la ferocidad totalitaria y
necia. Es también una medida necesaria para que Europa crezca en libertad y
bienestar sin verse invadida por fantasmas del pasado. Quienes crean que la ira
de sus agricultores subvencionados es más peligrosa que la ira de pueblos
vecinos frustrados y humillados serán castigados por la historia. La cohesión
democrática interna de la UE solo servirá de algo si no convertimos nuestros
aledaños en pozos de nacionalismo, pobreza, hostilidad y resentimiento.
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