Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
19.07.02
ESCALADA EN EL CONFLICTO HISPANO-MARROQUÍ
Hay quien dice que el momento elegido por Marruecos, el
pasado día 11 de julio, para presentarse en la isla Perejil ha sido
'desafortunado' porque el talante acababa de cambiar en el Ministerio de
Asuntos Exteriores de España. Cabe decir que no sólo por eso. El problema entre
España y Marruecos no ha surgido por ese mal humor proverbial del presidente
José María Aznar que regaña a españoles y marroquíes por igual como la señorita
Rothenmeier mareaba a Heidi y Clara. Aznar es como es. Pero el problema es más
serio y no se debe a formas españolas sino a fondos marroquíes.
Ahí es donde se equivocan quienes como el líder de Izquierda
Unida, un Llamazares en tan impresentable momento tras la intervención española
en el peñasco mediterráneo que induce a la piedad, creen que cualquier
circunstancia es oportunidad para encontrar aliados contra el Gobierno y quedan
en patética evidencia. Sabíamos que había escuela porque Madrazo hace lo mismo.
Quienes equiparan, como Xabier Arzalluz el miércoles, la violencia de ETA con
la 'violencia del Estado español' pueden fácilmente comparar a este mismo
Estado español con un régimen que busca sistemáticamente el conflicto externo
para no enfrentarse a su pirámide de miserias internas. Quienes lo hacen pueden
creer que hacen daño al adversario político. Puede que incluso lo logren en
algún momento. Pero que no pidan después respeto. Todavía hay quien defiende el
Pacto Hitler-Stalin como una argucia antifascista del bueno del Kremlin pero
no intenten vendernos que la aceptación de la demolición de los puestos
fronterizos polacos en septiembre de 1939 fue un acto de libertad o gallardía
democrática.
España no tiene ningún problema con aquella penosa y
ridícula roca. España tiene serios problemas con un aparato del Estado marroquí
que, en su costa norte por supuesto, vive en gran medida del cultivo y la
exportación del hachís y del tráfico humano, nutrido por generaciones de marroquíes
que saben que no tienen futuro alguno en su país, quebradas ya las esperanzas
de unas reformas que concedan una cierta dignidad y sueños de prosperidad a los
ciudadanos. De Marruecos llevan años yéndose los mejores. A cualquier sitio. Su
única referencia es dejar atrás el Reino. Y los talentos que quedan en la corte
son almas en su mayoría compradas.
Aquí sabemos que los problemas que Marruecos nos genera son
producto de los problemas que Marruecos tiene. Pero sin un mínimo de lealtad
por parte de Rabat, demostrada, nadie puede esperar que asumamos todos los
problemas de Marruecos como propios. ¿Ha empezado la crisis ahora o venía
encarrillada con la retirada del embajador marroquí y la grotesca venta
propagandística a Washington de la detención de células de Al Queda en Ceuta y
Melilla? ¿O antes? Nadie lo sabe. Pero lo veremos.
En todo caso, con los enfrentamientos políticos, ideológicos
o religiosos que se perfilan desde Oriente Próximo a Malaisia, desde Chechenia
al propio Nueva York, sólo pueden ser insensatos o canallas quienes, en Rabat,
Madrid u otras capitales próximas juegan con la convivencia de marroquíes y
españoles. España ha demostrado en aquella roca inmunda su compromiso con la
legalidad. Los límites a este juego de tolerancia con los desafíos a la ley
-tan de moda desde el fin de la bipolaridad- son más necesarios que nunca. Los
necesitamos en todo el mundo. La cooperación es necesaria. Pero las reglas
también. Para todos.
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