Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
04.08.02
CITA CON LAS URNAS EN ALEMANIA
Decía Isaíah Berlin que Dios escribe sobre renglones
torcidos. Como casi siempre, tenía razón, pensará Gerhard Schröder ahora que se
ve muy cerca de ser canciller de una sola legislatura cuando todo lo tenía a
favor para imponer, con su coalición de socialdemócratas y verdes, un
rumbo diferente al que tan espectacularmente quebró con la derrota de Helmut
Kohl en 1998.
Hace un año tan sólo, sus rivales de la CDU, CSU y liberales
del FDP estaban postrados, sumidos en querellas internas, lastrados por
escándalos de corrupción, laminados por una reforma económica que el Gobierno
estaba a punto de conseguir y lejos de cualquier esperanza.
La mayoría de los analistas y los encuestados creen que
Schröder no merece tal suerte. Él sigue, en valoración personal, superando a su
rival. Su ministro de Asuntos Exteriores, el verde Joschka Fischer,
no sólo es el político más valorado del país y posiblemente el más brillante en
su cargo junto al legendario Hans Dietrich Genscher, sino además la prueba
definitiva de que Schröder tuvo razón al aliarse en 1998 con Fischer y su muy
voluble tropa y no con el ejército de mediocres presuntuosos y demagogos del
Partido Liberal. ¿Qué ha pasado entonces para que Stoiber sea ya una amenaza
cierta el 22 de septiembre?
Ahí están los renglones torcidos. En un SPD que no ha tenido
liderazgo ni coraje para emprender unas reformas que la economía y el mercado
laboral necesitan. En un canciller que no ha sabido romper la baraja con la
vocación paralizante de los sindicatos ni transmitir imagen de solvencia
económica.
Stoiber transmite mucha antipatía, pero también esa
solvencia que tanto añoran los alemanes. Baviera es, con todo su ruralismo
tradicional empalagoso, un ejemplo de orden y solvencia. Schröder va a tener
muy difícil demostrar a los alemanes que el sistema bávaro es reduccionista,
reaccionario e inaplicable al resto del país. Si no lo logra, está perdido.
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