Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
04.08.02
REPORTAJE
El candidato democristiano parte como favorito en las
elecciones alemanas, pese al temor a sus facetas más duras e intolerantes
Bismarck se retorcerá en la tumba si un bávaro llega a
canciller por primera vez
No es que hable con doble lenguaje el candidato; habla con
creciente seguridad y rotunda convicción. Ni mucho menos que diga cosas
distintas en sitios distintos de la geografía alemana en esta campaña electoral
que oficialmente comienza ahora, pero que lleva ya meses en marcha. Pero sí las
dice de otra forma. Se le notan mucho al señor Edmund Rüdiger Rudi Stoiber,
presidente del Estado federado de Baviera y candidato a la cancillería en
Berlín, sus ingentes esfuerzos, cuando interviene en el norte y en el este de
Alemania, en reducir a un mínimo un acento bávaro que en su tierra natal parece
siempre querer exagerar. El deje puede ser para un político lo que un saco de
tierra atado al pie para un nadador.
No lo tiene fácil un bávaro para ser tomado en serio en
Renania-Westfalia o Hamburgo, en Berlín o Brandeburgo. Aunque sea un hombre tan
serio como el líder de la Unión Social Cristiana (CSU) bávara y hoy candidato
de la Unión Cristiana Democrática (CDU) alemana para desbancar al
socialdemócrata Gerhard Schröder en las elecciones del 22 de septiembre. En el
norte no le sirve el humor bávaro con sus gracejos maliciosos, y menos aún el
suyo, algo tosco, como sugiere el hecho de que su primera broma como parlamentario
bávaro en los años setenta fuera ponerle a su coche una pegatina que rezaba 'la
izquierda apesta'.
Es muy vitalista, eso sí. De pequeño, reconoce en su propia
página web, era un estudiante más bien mediocre y llegó a repetir un curso. No
era, dicen sus asesores, ese niño pelota que tantos otros adivinan en
el adulto. Lo que sí reconocen sus amigos es que era un maestro jugando al
futbolín y vencedor constante de concursos de eructos con unos solos que
impresionaban a sus rivales. Cuando ganaba, a lo uno o a lo otro, recuerdan,
solía lanzar su particular grito de victoria: '¡Ruhm, Ruhm!' ('¡Gloria,
fama!'). En fin, Edmund Stoiber era y es, como niño y como político
('estadista', se llama él a sí mismo), un ser muy decidido y nada dubitativo,
pero nadie podrá acusarle jamás de ser un alma hipersensible. Sus asesores son
conscientes de que el norte es 'muy difícil' para un católico bávaro ungido en
lo que parece el espíritu redivivo de la contrarreforma. Saben que ni siquiera
la profunda decepción del electorado ante una situación económica muy difícil y
un Gobierno paralizado como el de Schröder en los últimos meses pueden hacer
simpático a su candidato allende las lindes de su feudo bávaro, en el que, ahí
sí, su mayoría absoluta parece tener garantía vitalicia. En Renania-Westfalia,
el Estado más poblado de Alemania, la pasada semana su contrincante Schröder,
en su peor momento, le aventajaba en valoración personal en casi treinta
puntos.
Todo lo dicho anteriormente puede inducir a conclusiones muy
erróneas. Porque, pese a todo ello y a bastante más, Stoiber, 'el hacha rubia'
le llaman -'rubio martillo de herejes', diríamos aquí-, es hoy por hoy favorito
a ganar las elecciones de septiembre, dejar al Gobierno socialdemócrata en
fugaz episodio y llevar a Alemania a esa gran amalgama gobernante en Europa del
quizá ya mal llamado conservadurismo de la centroderecha, la derecha clásica,
el derechismo-populista y extremos derivados diversos. A veces estas tendencias
son difíciles de distinguir. Y en Stoiber de hecho confluyen todas. Como hace
décadas hizo feroz campaña en el parlamento bávaro en contra del nudismo y a
favor de la presencia de crucifijos en la escuela pública, hoy se manifiesta
partidario de medidas drásticas y contundentes en casi todos los campos,
dependiendo siempre, por supuesto, de cuál es su audiencia. Partidarios y
adversarios coinciden en otorgarle un instinto de poder ilimitado.
Su carrera política está jalonada por defenestraciones, en
ocasiones muy poco elegantes, de sus rivales. Ayudó en su día a Franz Josef
Strauss a liquidar a Alfred Goppel y auparlo a la presidencia de Baviera. Mandó
años más tarde al ostracismo al único intelectual y moderado liberal que
subsistía en el Gobierno bávaro, Hans Maier, ministro de cultura. Después de la
muerte de Strauss, los principales rivales de Stoiber para suceder al león
bávaro en la CSU, Max Streibl y Theo Waigel, se sumieron en el ocaso
político por filtraciones sobre sus relaciones privilegiadas con empresas
privadas y una apuesta esquiadora profesional, respectivamente. Las
filtraciones le vinieron francamente bien al hacha rubia en plena
lucha por la supremacía y el puesto de Strauss. Stoiber ganó. Tiene una vida
familiar impoluta, según todas las noticias -mujer deportada de niña de la
región de los Sudetes, como centenares de miles de electores en Baviera, tres
hijos cabales y nietos felices-. Sin mácula en sus relaciones sentimentales,
otra cosa parecen las que mantiene con la empresa privada y que le llevaron
hace poco a tener que declarar ante una comisión de investigación del
Bundestag. No hay cargos contra él, pero resulta improbable que no supiera nada
sobre la inmensa trama de corrupción, compra de favores y lodazal financiero de
la era de Strauss el que fuera su secretario de Estado y mano derecha. Pero los
techos de tolerancia en cuestiones éticas en Alemania se han elevado ya mucho,
y bajo ellos Stoiber se mueve con comodidad.
Cuando el drama que acongoja al Parlamento federal de un
país con inmensos problemas de reestructuración y reforma está en el uso de las
millas de vuelo sumadas en Lufthansa por los diputados y utilizadas en viajes
privados, es que la credibilidad de la clase política ha tocado fondo. Los
escándalos de la última década, desde el de Helmut Kohl al reciente del ministro
de Defensa Rudolf Scharping, pasan factura. Pero Stoiber, un implicado, se ve
muy paradójicamente beneficiado por este ambiente tan alejado de las
tradicionales virtudes prusianas que reinaban en la antigua y nueva capital
alemana. Nadie le ataca por ese flanco porque todos temen que se revelen sus
propias vulnerabilidades. Así las cosas, ya nadie excluye que, por primera vez,
un bávaro se haga con la cancillería en Berlín. Bismarck se retorcerá en la
tumba. Muchos adversarios de Stoiber temen que las facetas más duras,
populistas e intolerantes del hacha rubia estén aún por ver. Y ya
tienen tantos motivos como Bismarck para retorcerse.
Stoiber, durante un acto público en Paderborn, el pasado 13
de julio. AP
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