Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
02.06.02
ENTREVISTA: DAVID GROSSMAN | ESCRITOR ISRAELÍ
'La comparación entre lo que estamos haciendo los israelíes
y lo que hicieron los alemanes es demencial e irresponsable'
'Tanto palestinos como israelíes nos merecemos una vida de
otro tipo. Pero estamos agazapados en las trincheras de nuestros prejuicios y
nuestros miedos'
'Cuanto más dure esta situación, mayor es el peligro de que
el miedo y la frustración hagan de la religión el factor determinante en ambos
pueblos'
'Cuando voy a EE UU suelo ir a las comunidades judías a
animarlas a criticar la política de Sharon. Me dicen que si lo hicieran
debilitarían a Israel'
Tras casi dos años de Intifada y violencia, el escritor
David Grossman sigue apostando por la paz con la esperanza de que palestinos e
israelíes lleguen a entenderse y consigan vivir en libertad, sin que la
religión, los prejuicios ni el miedo enfrenten diariamente a las dos
comunidades
Llévame contigo es su última novela, que ahora publica
Seix Barral en castellano. Es una historia sobre dos almas jóvenes que, sin
saberlo, van hacia su encuentro en un Jerusalén tan poco percibido en las
noticias que de allí nos llegan. Es la historia de individuos, adolescentes,
que buscan vida y sentimientos propios en medio de la vorágine política.
Pregunta. ¿Cuál es el nombre exacto del libro en
hebreo?
Respuesta. Alguien con quien correr. Pero el
título español está muy bien porque expresa movimiento.
P. Es una historia de personas en desarrollo personal,
de gente joven que crece en circunstancias excepcionales que también vive el
autor. ¿Cómo se hace literatura hoy en Israel?
R. Por un lado, es muy difícil precisamente por la
brutalidad de la situación que a todos nos envuelve. Por el otro, es muy
necesario hacer literatura; para mí es esencial para poder crearme esa burbuja
hermética propia para escribir sobre aquellas cosas que nos son arrebatadas
precisamente por...
P. ¿La violencia?
R. Son tantos años ya. Parece que hace tanto tiempo de
todo. Vivimos en un país en el que todas nuestras energías se vierten hacia el
exterior de nuestras existencias, toda nuestra mente e imaginación, todas las
sensaciones, todo se concentra en la periferia de nuestra existencia.
P. Efecto de la violencia omnipresente.
R. La guerra, es estar en guerra contra alguien.
Estamos en peligro de ser como una armadura sobre un traje, pero sin caballero
porque todo nuestro ser se vuelca hacia el exterior, hacia la frontera. Por eso
intento a veces escribir sobre el caballero en el interior, la persona que se
halla dentro del traje bajo la armadura. Escribo sobre amores, sobre la
expansión y expresión, sobre tener hijos. Escribo sobre las relaciones entre
padres e hijos.
P. Usted nació en 1954, seis años después de la
creación del Estado, en Israel. ¿De dónde procedían sus padres?
R. Mi padre procedía de Polonia, en un diminuto shtetl en
Galitzia, cerca de Lvov (hoy Ucrania), y llegó a Palestina con siete años, justo
antes del Holocausto. Mi madre ya nació en Palestina.
P. No son muchos los que sobrevivieron de la región
natal de su padre.
R. No. Tuvieron mucha suerte de poder escapar. Como en
tantas otras familias, los parientes que se quedaron fueron asesinados por los
nazis, por los rusos, por los polacos y tantos otros.
P. ¿Cómo comienza a escribir en ese país extraño y en
circunstancias tan duras?
R. Para mí, desde un principio, la dificultad máxima ha
sido no escribir. Liberarme de la necesidad de escribir, seis meses, un año o
lo que sea. Si me lo impongo, suelo conseguirlo. Pero es difícil. Tengo una
familia y quiero ser activo en dicha familia, en esta vida y en mi país. Pero
cuando escribo no suelo hacer otra cosa.
P. La nueva novela puede aumentar su presencia en
Europa. Pero sus artículos siempre han estado aquí, en EL PAÍS. Escribe
regularmente en Haaretz, el diario más crítico hacia Sharon. ¿Qué
efecto tienen en esta situación de enconamiento?
R. En una situación en la que la gente se paraliza en
sus posiciones o tienden a ignorar todas las facetas de la realidad que no
concuerdan con su propia percepción del mundo y sobre todo sus miedos, un
escritor puede ofrecer ciertos puntos de vista diferentes que liberan. Cuando
yo hablo de política, intento utilizar esas habilidades de escritor para
observar la historia del país desde nuestro punto de vista, desde el punto de
vista palestino, para redimir la situación y neutralizar los estereotipos que
los políticos intentan imponernos desde ambas partes. Debemos ser conscientes
de que los políticos intentan manipularnos con el lenguaje. Usted sabe que
durante muchos años la ocupación no era denominada como tal por nuestros medios
en Israel. Cuando escribí Viento amarillo, una serie de reportajes
sobre la situación en los territorios ocupados, los israelíes se mostraron
traumatizados ante aquel fenómeno insólito de que un escritor israelí
escribiera de semejante forma sobre la ocupación de dichos territorios. El
primer ministro me llamó, con publicidad, para condenar lo que yo estaba
escribiendo en 1987, cuatro o cinco meses antes de la primera Intifada. Se
manifestó sorprendido por lo que yo escribía porque, según él, los palestinos
estaban en realidad muy satisfechos con la situación creada y habían mejorado
considerablemente sus condiciones económicas. Yo le dije que no me contara
historietas. Le recomendé que fuera allá, a los territorios ocupados, y
comprobara con detalle y por sí mismo lo que estaba pasando. Él me dijo que
sabía que los palestinos estaban contentos allí, porque su gente, sus servicios
de información, se lo decía. Yo le insistí en que se diera una vuelta por la
zona. Cuando estalló aquella primera Intifada nadie estaba preparado para ello
en el Gobierno de Israel.
P. ¿Era Isaac Shamir?
R. Sí, era Shamir. Como nadie en Israel había dicho
honestamente que existía una ocupación y que existe otro pueblo que está
oprimido y que la ocupación lo distorsiona todo, hay una enorme tendencia a
negarlo todo o a sublimarlo. Ahora los escritores no tienden ya a sublimar
estas situaciones, sino a manifestarlas para poder hacerles frente.
P. ¿Es una falta de introspección, de humildad, de
autoanálisis de gentes asediadas? ¿Qué es lo que cree que produce este bloqueo
frente a la realidad?
R. Tiene razón en alguna medida, en que son éstas las
reacciones. Pero son sólo síntomas: la incapacidad de la introspección. Pero la
auténtica enfermedad es el miedo, el hecho de vivir en miedo constante. Se
trata de vivir en una realidad en la que uno intenta minimizar la parte del alma
que está en permanente contacto con esta realidad. Es en esta realidad en la
que uno no es capaz de vivir en libertad, en la que toda prioridad está
relacionada con la supervivencia. Pero sobrevivir no es suficiente para vivir.
Si se está en un campo de exterminio o en guerra... quién sabe. Pero nosotros,
los israelíes, podríamos estar de otra forma, podríamos estar mejor. Durante
años hemos vivido en paralelo a nuestras propias vidas. Pero lo cierto es que
tanto palestinos como israelíes nos merecemos otro tipo de vida. Y, sin
embargo, estamos agazapados en las trincheras de nuestros prejuicios y nuestros
miedos y no nos permitimos a nosotros mismos percibir al otro. Hoy en día no
está nada de moda, no ya el ver y reconocer que es necesario hacer concesiones
al otro para conseguir esa otra vida mejor. Es impopular, no ya pensar que
tenemos un socio (para la paz). Lo es incluso el reconocer que tenemos
un interlocutor, necesario, imprescindible. En ambos lados son muchos los que
creen que ya no tienen interlocutor válido. Entre los israelíes, y también si
va a los territorios ocupados, lo que más se escucha es que no hay
interlocutor, no hay socio para la paz. Sólo enemigo.
P. En Israel, en los territorios ocupados, en los
campos de refugiados de Líbano se escucha la misma letanía de odio.
R. Eso es típico en todos los conflictos, y mucho más
en la fase en la que estamos nosotros de extrema agudeza. Pero sí le voy a
decir algo que puede parecerle paradójico. Posiblemente el inmenso grado de
odio existente hoy sea el primer paso para la recuperación y la superación del
mismo. Hasta hace pocos años los israelíes negaban a los palestinos de tal
forma que ni siquiera los odiaban. Los despreciaban o ignoraban. Hoy, los
israelíes están en una situación en la que no pueden ya negarlos. Hoy, los
israelíes tienen la percepción de que tienen un enemigo auténtico y como tal ha
adquirido una categoría humana que hasta entonces se les negaba. Le voy a
contar una anécdota personal. Estaba yo, durante la primera Intifada, viendo la
televisión con una mujer israelí muy derechista; hoy supongo que lo será aún
más, pero ya no tenemos contacto. Viendo las imágenes de las primeras
manifestaciones que protagonizaban las mujeres palestinas, ella me miró muy
sorprendida al ver el rostro de algunas de aquellas manifestantes y me dijo:
'¿Te has dado cuenta de lo guapas que son?'. Para mí fue una señal porque hasta
entonces los palestinos, a ojos de los israelíes, no tenían ni siquiera el
componente sexual que humaniza. Ahora los israelíes ven a los palestinos con
ojos muy distintos, como gente adulta a tomar en serio.
P. A raíz de la escalada de la violencia en los últimos
meses, ciertas voces han querido hacer paralelismos entre el sufrimiento del
pueblo palestino y el de los judíos en Alemania, que culminaron en el
comentario de José Saramago calificando de 'holocausto' la situación en
Palestina. Estaremos de acuerdo en que esto es un disparate, pero, ¿no ve
cierto paralelismo entre la percepción que tiene el israelí del palestino y la
que tenían en su día los alemanes de los judíos?
R. Si lo miramos desde un punto filosófico, el mal es
el mal y es el mal. Pero la comparación entre lo que estamos haciendo los
israelíes y lo que hicieron los alemanes es demencial e irresponsable. Israel
no lucha contra los palestinos porque tenga una firme ideología que propugna la
exterminación de los árabes. Los territorios están ocupados porque en 1967
cuatro o cinco países árabes atacaron a Israel. Lo demás es historia, geografía
y tragedia. Pero no existe una profunda ideología antiárabe en Israel. Por
supuesto que en la actualidad y tras lo sucedido ambas partes están muy
radicalizadas y hay más odio, y por tanto más racismo. Esa es la razón por la
que hay que encontrar rápidamente vías para rebajar estos sentimientos y
encontrar una solución. Cuanto más dure esta situación, mayor es el peligro de
que el miedo y la frustración hagan de la religión el factor determinante en
ambos pueblos. Y cuando hablamos de religión hablamos de términos totales, la
religión siempre implica totalidad, y si llegamos a ese extremo nos habremos
quedado sin futuro. La esperanza de Oslo radicaba precisamente en neutralizar
ese factor religioso, pero ahora se está reforzando constantemente en ambas
partes.
P. He percibido en los últimos meses en Oriente Próximo
entre los árabes un cierto resurgir de la idea -que casi había desaparecido a
principios de la década- de que la coexistencia con Israel es algo así como
metafísicamente inviable y que tarde o temprano ese Estado se extinguirá y
habrá sido un mero episodio en la milenaria historia de la región, como la
ocupación por las cruzadas. También entre los judíos en todo el mundo, según
las encuestas, crece el índice de quienes dudan de que Israel vaya a seguir
existiendo dentro de medio siglo. ¿Percibe también este fenómeno?
R. Por supuesto que lo percibo. Yo quiero vivir en
Israel y quiero que vivan allí mis hijos y mis nietos. Pero, mire, nosotros los
judíos tenemos una relación muy problemática con el futuro, siempre está
presente la duda sobre nuestra supervivencia como pueblo. Tenemos un pasado
glorioso y trágico, un presente muy agitado y vital pero un futuro siempre
incierto. Cuando se lee en un periódico español o americano que se ha hecho un
proyecto de carreteras u obras públicas para dentro de 15 o 20 años, a nadie le
extraña, es muy natural. En Israel nadie haría jamás un proyecto a semejante
plazo. Es como violar un tabú el permitirse hacer planes para un futuro tan
lejano.
P. Una herencia del éxodo, de Egipto, de Sefarad, del
Holocausto...
R. Hace 4.000 años ya teníamos que esconder a nuestros
niños recién nacidos. Hoy, cuando hay un atentado o una alarma salimos
desesperados a las calles para buscar a nuestros hijos. Los judíos tenemos todo
el calendario marcado por fechas de desdicha y muerte. Está ahí ese miedo
permanente que se transmite por el cordón umbilical. Es esa insoportable
levedad de la muerte que nos rodea. Es algo impensable, por ejemplo, aquí en
España.
P. ¿Hay posibilidad de cambiar?
R. Creo que precisamente en una paz de Israel con un
Estado palestino está la posibilidad de que nos recuperemos de nuestra
historia, no quiero decir olvidarla; pero sanar de nuestra historia, dejar de
ser extraños en todas partes, recuperarnos de esa sensación de haber sido un
pueblo percibido por el resto de los pueblos como una metáfora. Nos han
demonizado o idealizado, y ambas son formas de deshumanizar. Yo quiero una vida
normal. Quiero tener fronteras como un país normal, no quiero muros. Quiero que
los palestinos y los israelíes se expongan y entiendan los sufrimientos y
miedos del otro. Quiero que los israelíes nos disculpemos por el daño que les
hemos hecho y que ellos hagan otro tanto.
P. Tendría que haber una fase de tranquilidad.
R. No, me temo que ya no podemos esperar a una fase de
tranquilidad. Hay que empezar aunque se produzcan atentados terroristas. No
podemos seguir siendo rehenes.
P. Las relaciones entre Israel y Europa pasan por mal
momento.
R. Creo que en Europa hay mucha hipocresía. Nos miden
por diferente rasero que otros países. Y a mí me ofende profundamente esa
actitud de quienes en la prensa europea sugieren que el problema viene a ser la
propia existencia de Israel. Se olvidan de que estamos allí porque siempre nos
persiguieron y jamás nos defendieron. Eso, por un lado; por el otro está la
constante simplificación que se ve, sobre todo, en la izquierda europea. Si yo
hago esfuerzos por comprender los temores y los sufrimientos de los palestinos,
exijo que al menos se hagan esfuerzos similares por entender los nuestros.
Después está la terminología que se está utilizando en los medios y por parte
de algunos intelectuales, sólo hay que pensar en Saramago. Demuestran una
ignorancia y una falta de sensibilidad supremos. Pero además hacen un daño terrible
a cualquier posibilidad de solución. Es muy peligroso. Porque con esta actitud
sólo consiguen que en Israel se fortalezca la mentalidad del arrinconado pueblo
perseguido. Hay que criticar las políticas, de Israel y de los palestinos, pero
con la tendenciosidad que hoy se ataca a Israel desde Europa se torpedea toda
posibilidad de normalización.
P. ¿Y Estados Unidos?
R. ¡Ay, Estados Unidos! Cuando voy allá suelo ir a las
comunidades judías a animarlas a criticar la política de Sharon. Me dicen que si
lo hicieran debilitarían a Israel. Yo les digo que, por el contrario, estarían
ayudando al Estado porque su apoyo incondicional hace creer a Sharon que tiene
manos libres para todo. Ellos siempre piensan en la vulnerabilidad de Israel,
que, por cierto, exageran desde allí. Israel es mucho más fuerte de lo que
ellos creen.
P. En Israel algunos piensan en voz alta sobre
escenarios realmente sobrecogedores, más allá de los muros fronterizos, como la
expulsión de la totalidad de los palestinos de Cisjordania y Gaza hacia
Jordania y Egipto, ignorando a todo el mundo y exigiendo el respeto del
nuevo statu quo bajo la amenaza militar, y probablemente nuclear, a
los vecinos.
R. Mire, no creo estar obligado a responder a los
pensamientos de todo mesiánico que se preste, pero es cierto que existen. Son
aquéllos que prefieren una solución fácil a la propia vida porque eligen un
escenario que supondría la liquidación de Israel como Estado democrático y la
imposibilidad definitiva para que vivamos en paz en la región. Eso, en el caso
de que sobreviviéramos. Porque, ¿quién dice que Israel va a gozar siempre de la
ayuda incondicional de Estados Unidos? Además, en caso de una acción así, que
va contra todos los valores judíos, ¿cuál es el sentido de que exista Israel?
Perderíamos el alma, nuestros valores y la espiritualidad que ha marcado
nuestra existencia durante los últimos 4.000 años. Yo no quiero vivir en un
Estado así.
UNA CONCIENCIA LÚCIDA QUE CLAMA POR LA PAZ ES UNA DE LAS VOCES INCANSABLES que piden calma cuando la
mayoría exige venganza y que defiende el valor curativo de la palabra cuando
todo lo que se oye son gritos, detonaciones y chirridos de las cadenas de los
carros de combate sobre el asfalto. En el Israel de hoy, tras casi dos años de
atentados suicidas, pánico en las calles, movilizaciones de reservistas para
acciones de represalia, en los territorios ocupados no resulta nada popular
pedir a la opinión pública que entiendan y compartan los sufrimientos de los
palestinos. David Grossman lo hace con obstinación imperturbable. Nacido en
Tel Aviv en 1954, hijo de un judío que había huido a tiempo de Polonia y de la
hija de unos colonos sionistas, Grossman es una de las mentes más libres en una
sociedad que se siente atacada por el terrorismo e incomprendida cuando no
traicionada por el mundo exterior, especialmente por Europa, un continente
cuando surgieron las mayores amenazas para el pueblo judío. Desde su expulsión
de España (Sefarat) en el siglo XV y la persecución implacable en la rusia
zarista en el XIX, hasta la sofisticada operación de exterminio por parte de la
Alemania nazi contra este pueblo que las naciones europeas no supieron frenar a
tiempo. Y es uno de los novelistas más relevantes de la literatura israelí
contemporánea. Tras sus novelas Véase: amor, Chico Zig-Zag y su libro de
reportajes Viento amarillo, sobre la vida de los palestinos en los territorios
ocupados, llega ahora a las librerías en España Llévame contigo, una bella
historia del encuentro y el descubrimiento común de dos jóvenes en un Jerusalén
oscuro marcado por el drama que pende siempre como una niebla invisible sobre
la Ciudad Santa. Casado, con tres hijos, todos en edades cercanas a las de los
protagonistas de Llévame contigo, Grossman recuerda que cuando nació su primer
hijo en lo primero que pensó es que en 18 años aquel recién nacido habría de
hacer el servicio militar y quizá la guerra. Escribe columnas para pedir
sensatez y compasión a todos los implicados en la tragedia palestina, y novelas
para regenerar en sí mismo y en sus lectores esos sentimientos humanos que los
miedos y los odios amenazan con matar. Su diagnóstico ante el drama es claro,
hay que obligarse a la esperanza.
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