Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
06.06.02
COLUMNA
Señores y señoras, cuatro buenas noticias. No es poco en
esta actualidad tenebrosa. Primero: en los cafés de Viena -el café Sperl como
vanguardia- prohíben el uso de los teléfonos móviles. Retorna la tranquilidad
que tanto gozaban Karl Kraus y Kurt Weil. Más: Pavel Kohout ha publicado en
España la maravillosa novela La hora estelar de los asesinos. Después:
los ingleses se reconcilian con su monarquía, la institución que, junto a su
Parlamento de Westminster, los hizo ya hace siglos los ciudadanos más libres de
la historia. Finalmente -y es lo que nos ocupa-, los parlamentarios alemanes
hicieron ayer de su debate en el Bundestag sobre el antisemitismo un alarde de
honestidad, introspección histórica y contundencia democrática.
Quienes fueron testigos del debate sobre el antisemitismo en
el Bundestag en Berlín, convocado por todos los que se resisten allí a que las
tentaciones populistas en fase electoral se sirvan de miserias como el
antisemitismo y la xenofobia, tuvieron oportunidad de ver la capacidad de
reacción de la resistencia democrática. Quienes aquí en España, y especialmente
en el País Vasco, aún tamborilean que hacer frente a los dinamiteros amenaza
con incomodar aún más a las víctimas de los mismos, debieran pedir la grabación
de esa sesión parlamentaria.
Sin soslayar sus -a veces abismales- diferencias políticas,
todos los partidos políticos, incluido el causante del debate, el Partido
Liberal (FDP), dejaron claro que existen límites que no pueden pasarse sin
perder la decencia y traicionar la lealtad a un Estado de derecho cuya creación
y estabilidad ha costado tanta sangre, sudor y lágrimas. Resultaba ya
insoportable en las últimas semanas comprobar cómo el FDP, en su día
capitaneado por magníficos estadistas como Walter Scheel o Hans Dietrich
Genscher, se lanzaba al lodo del populismo antisemita bajo la batuta de su
vicepresidente, Jürgen Möllemann, que considera compatible su cargo con la presidencia
de la asociación de amistad germano-árabe, sin duda retribuida. Mölleman
considera que los atentados contra civiles israelíes son comprensibles y que
los judíos en Alemania son los responsables del antisemitismo porque no se
callan. Volviendo a los paralelismos, Möllemann se alía con los obispos
carpetovetónicos septentrionales que advierten a los que protestan contra las
amenazas que o callan o recibirán más.
Ayer, hasta el presidente del FDP, Guido Westerwelle, antes
ambiguo, dejó claro en el Bundestag que la higiene democrática exige el respeto
de unos límites infranqueables. En el antiguo Reichstag, en el que se dictaron
leyes criminales contra los judíos y otras minorías, los parlamentarios dieron
a una sociedad a veces adormecida una gran lección de ética y conciencia
histórica. Fue una fascinante sesión, de las que devuelven la fe en las
instituciones.
Después de Hitler y de Auschwitz, la existencia de una
comunidad judía entre alemanes es un lujo casi inverosímil. El Bundestag ayer
demostró que está dispuesto a defenderlo. Ojalá cundiera este ejemplo de
solidaridad con las víctimas, pasadas, presentes y futuras.
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