EL PAÍS Viena, 08.04.83
Manuel García Borrado, superviviente español del campo de
exterminio nazi de Mauthausen, y durante 20 años guardián y administrador del
mismo, ha sido condecorado por el presidente de la República de Austria con
motivo de su jubilación, que tendrá lugar el primer domingo de mayo próximo,
38º aniversario de la liberación del campo.
El salón de actos del
Ministerio del Interior austriaco en Viena estaba el pasado martes repleto de
altos oficiales de la gendarmería y policía en uniforme de gala y con el pecho cubierto
de condecoraciones. Cuando entró el ministro, Erwin Lanc, y todos se alzaron de
sus asientos, quedó aún más en evidencia el contraste entre sus figuras
marciales y la de un hombre más bien pequeño, de pelo cano y vestido de
paisano, que se encontraba en la primera fila. Y, sin embargo, este hombre era
uno de los personajes centrales del acto. Manuel García Borrado, que es
precisamente lo que parece, un toledano de Calzada de Oropesa, recibiría poco
después, de manos del ministro, la medalla de oro al mérito por la República de
Austria.
La condecoración le había sido
concedida a don Manuel por el presidente de la República, Rudolf
Kirchschläger, con motivo de su próxima jubilación como administrador del
antiguo campo de concentración nazi de Mauthausen. Es éste un campo de
exterminio construido por el régimen nacionalsocialista alemán tras la anexión
de Austria, en 1938, en las cercanías de la ciudad de Linz y a orillas del
Danubio. Allí fueron asesinados decenas de miles de judíos y opositores al régimen
hitleriano de todas las procedencias e ideologías.
En la Resistencia francesa
Manuel García entró por
primera vez en Mauthausen en el año 1941 con otros 10.000 españoles deportados
por los nazis desde la Francia ocupada. Muchos procedían directamente de campos
franceses de refugiados, donde habían sido internados después de cruzar los
Pirineos huyendo del Ejército del general Franco. Manuel, miembro de las
Juventudes Socialistas Unificadas, que a los 18 años había ingresado voluntario
en el Ejército republicano, se vio obligado, nada más cruzar la frontera a
Francia, a alistarse en la Legión Extranjera. Sin embargo, pronto volvería a
coger las armas por decisión propia, y esta vez, como tantos otros españoles,
en las filas de la resistencia francesa contra el invasor alemán. Después
vendría su captura, la deportación, Mauthausen.
Sólo una quinta parte de los
republicanos españoles que entraron en 1941 en Mauthausen lograrían sobrevivir
cuatro años de terror para ver, a principios de mayo de 1945, la liberación del
campo por las fuerzas aliadas. Entre ellos, Manuel García, que se propuso
dedicar su vida, que tan milagrosamente había salvado, a hacer de aquel campo
de concentración un monumento a las víctimas del nazismo y un símbolo de
advertencia para las generaciones futuras.
Su obsesión es, como dice,
"que aquello no se repita jamás". Y así don Manuel se convirtió en
algo así como el guardián de la memoria histórica no sólo de los austriacos,
sino de todos los pueblos involucrados, como víctimas o verdugos, en la
tragedia del Tercer Reich. Desde entonces ha residido allí, en el escenario de
la muerte de amigos y desconocidos; ha guiado a turistas, a grupos de alumnos y
delegaciones oficiales extranjeras por este auténtico museo de los horrores. Ha
cuidado Mauthausen con el mimo de quien está empeñado en que el tiempo no
destruya lo único quizá que puede hacernos concebir lo inconcebible, las
instalaciones originales de la industrialización del crimen.
Todos estos años -primero como
guía, y desde hace veinte años, como administrador oficial encargado por el
Ministerio del Interior austríaco- don Manuel ha limpiado las lápidas
conmemorativas, las fotos de muchas víctimas y las barracas donde dormían
hacinados los prisioneros. Ha cuidado que la maleza no cubriera los ganchos en
los que los guardianes colgaban vivos a prisioneros y ha evitado que la hierba
creciera y diera un aspecto idílico de fresca pradera a alguna de las rampas
donde se seleccionaba para la muerte a niños y ancianos. El próximo primer
domingo de mayo, en el 38º aniversario de la liberación del campo y durante la
tradicional fiesta de conmemoración oficial, se jubila don Manuel, a los 65
años y después de dedicar dos tercios de su vida a Mauthausen.
El pasado año, por deseo
expreso del rey Juan Carlos, le fue concedida la Cruz de Caballero del Mérito
Civil. Al recibir la condecoración del embajador de España en Viena, Juan Luis
Pan de Soraluce, don Manuel dijo que interpretaba aquel acto como el de
reconciliación entre los españoles. La España oficial rendía homenaje a los
muertos en el campo y a los viejos republicanos que, cada vez en menor número,
siguen reuniéndose todos los años en los actos conmemorativos.
Ahora Manuel García se retira
definitivamente. Le gustaría que el menor de sus dos hijos continuara su labor,
que sigue considerando tan necesaria como el primer día. Él seguirá viviendo
con su mujer austriaca en una dirección que, al leerse en sus tarjetas de
visita, provoca escalofríos: Manuel García Borrado. 4310 Mauthausen.
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