miércoles, 12 de febrero de 2014

UN POLÍTICO QUE COMPAGINÓ EL REALISMO Y LA UTOPÍA

Por HERMANN TERTSCH
EL PAÍS Viena, 26.04.83


"Extraigo las consecuencias de la derrota personal que supone para mí el no haber alcanzado la mayoría absoluta y dimito como canciller federal". Estas palabras, pronunciadas por Bruno Kreisky en la noche del pasado domingo, cuando ya se sabía con certeza que su partido había perdido la mayoría absoluta en las elecciones generales austriacas, pone el punto final a la larga carrera de un político brillante, gobernante mucho tiempo indiscutido y personalidad que ha marcado profundamente, no sólo la historia austriaca de la posguerra, sino también la escena política internacional. Esta carrera comenzó en el año 1926, cuando el joven de 15 años Bruno Kreisky, hijo de una familia judía burguesa, ingresaba en las Juventudes Socialistas Obreras en su ciudad natal, Viena. Ocho años más tarde, siendo estudiante de Derecho y dirigente de la agrupación socialista de la universidad, su partido es declarado ilegal. Pasa a la clandestinidad, es detenido y poco después condenado por alta traición, en un juicio escenificado por el Gobierno clericofascista austriaco. Tras 22 meses en prisión, termina su doctorado en leyes poco antes de que la Alemania hitleriana se anexione Austria.

Pronto vuelve a ser detenido, esta vez por la Gestapo, pero a los cinco meses de cárcel logra huir y llegar a Suecia, donde se han ido reuniendo numerosos militantes de los partidos democráticos perseguidos por el régimen nacionalista alemán. Allí trabaja para diarios suecos y para una revista británica, colabora en los órganos de la resistencia austriaca, y allí conoce a la que sería su mujer, Eva. Terminada la contienda pasa a ejercer funciones diplomáticas para el recién creado Gobierno austriaco. En 1953 es nombrado secretario de Estado para Asuntos Exteriores, condición que le permite, dos años más tarde, formar parte de la delegación austriaca que negocia en Moscú la restauración de la soberanía austriaca. En 1950, Kreisky es nombrado ministro de Asuntos Exteriores en un Gobierno de coalición de conservadores y socialistas. En el partido socialista, su posición se fortalece continuamente, y en 1967 pasa a ser el presidente del partido. Tan sólo tres años más tarde Kreisky ha logrado hacer del SPOE el partido mayor de Austria.

Forma un Gobierno minoritario, convoca elecciones para el año siguiente, y las gana por mayoría absoluta con el 50,04% de los votos. Comienza la era Kreisky de Gobiernos socialistas, apoyados en mayorías absolutas en el Parlamento, que se reafirman y amplían en los comicios de 1975 y 1979.

Este escueto curriculum, forzosamente incompleto, no es más que un protocolo de los pasos de un político vocacional que ha logrado durante toda su vida pública compaginar el necesario realismo con la no menos necesaria carga utópica.

Kreisky también ha tenido tiempo para los pequeños temas. Hace unos años, un emigrante español escribió una postal informal a Kreisky explicándole sus dificultades para obtener el permiso de residencia en Austria. Un amigo le había recomendado que lo hiciera y, lleno de escepticismo, la mandó. A los pocos días, el español recibía, estupefacto, la respuesta del canciller, que le informaba que su caso estaba resuelto.

A partir de ahora, Kreisky tendrá más tiempo para pasar en su casa de Mallorca, un pequeño chalé que saltó a la fama en Austria porque, según la oposición, es allí donde el canciller se esfuerza en inventar nuevos impuestos. Además, podrá cuidar la insuficiencia renal que padece y que en la pasada campaña electoral ha sido utilizada como arma electoral por los democristianos para fundar la incapacidad que achacan al viejo socialista. Con su habitual ironía, manifestaba hace pocos días a los periodistas extranejros que se encontraba muy bien de salud. "La prueba", señaló, "es que he estado recientemente en Norteamérica y he vuelto sano. Y aquello está siendo azotado por todo tipo de calamidades."

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