EL PAÍS Viena, 26.04.83
"Extraigo las consecuencias de la derrota personal que
supone para mí el no haber alcanzado la mayoría absoluta y dimito como
canciller federal". Estas palabras, pronunciadas por Bruno Kreisky en la
noche del pasado domingo, cuando ya se sabía con certeza que su partido había
perdido la mayoría absoluta en las elecciones generales austriacas, pone el
punto final a la larga carrera de un político brillante, gobernante mucho
tiempo indiscutido y personalidad que ha marcado profundamente, no sólo la
historia austriaca de la posguerra, sino también la escena política
internacional. Esta carrera comenzó en el año 1926, cuando el joven de 15 años
Bruno Kreisky, hijo de una familia judía burguesa, ingresaba en las Juventudes
Socialistas Obreras en su ciudad natal, Viena. Ocho años más tarde, siendo
estudiante de Derecho y dirigente de la agrupación socialista de la
universidad, su partido es declarado ilegal. Pasa a la clandestinidad, es
detenido y poco después condenado por alta traición, en un juicio escenificado por
el Gobierno clericofascista austriaco. Tras 22 meses en prisión, termina su
doctorado en leyes poco antes de que la Alemania hitleriana se anexione
Austria.
Forma un Gobierno minoritario,
convoca elecciones para el año siguiente, y las gana por mayoría absoluta con
el 50,04% de los votos. Comienza la era Kreisky de Gobiernos socialistas,
apoyados en mayorías absolutas en el Parlamento, que se reafirman y amplían en
los comicios de 1975 y 1979.
Este escueto curriculum,
forzosamente incompleto, no es más que un protocolo de los pasos de un político
vocacional que ha logrado durante toda su vida pública compaginar el necesario
realismo con la no menos necesaria carga utópica.
Kreisky también ha tenido
tiempo para los pequeños temas. Hace
unos años, un emigrante español escribió una postal informal a Kreisky
explicándole sus dificultades para obtener el permiso de residencia en Austria.
Un amigo le había recomendado que lo hiciera y, lleno de escepticismo, la
mandó. A los pocos días, el español recibía, estupefacto, la respuesta del
canciller, que le informaba que su caso estaba resuelto.
A partir de ahora, Kreisky
tendrá más tiempo para pasar en su casa de Mallorca, un pequeño chalé que saltó
a la fama en Austria porque, según la oposición, es allí donde el canciller se
esfuerza en inventar nuevos impuestos. Además, podrá cuidar la insuficiencia
renal que padece y que en la pasada campaña electoral ha sido utilizada como
arma electoral por los democristianos para fundar la incapacidad que achacan al
viejo socialista. Con su habitual ironía, manifestaba hace pocos días a los
periodistas extranejros que se encontraba muy bien de salud. "La
prueba", señaló, "es que he estado recientemente en Norteamérica y he
vuelto sano. Y aquello está siendo azotado por todo tipo de calamidades."
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