EL PAÍS Viena, 11.04.83
Tiene la cara enjuta de una campesina vasca y el pelo como
un punk londinense, teñido de rojo con vetas doradas. Viste pantalón vaquero
con peto y un jersei remangado, y anda descalza por las alfombras de piel de su
típico piso de estudiante de izquierdas cercano a la universidad de Viena y a
un tiro de piedra de la antigua casa de Sigmund Freud. María Theresa Escribano,
cantante, actriz, cabaretista, nacida casualmente en París, pero madrileña, de
padre gaditano y madre belga, es una auténtica caja de sorpresas. Ya lo era
hace 25 años, cuando decidió emigrar de la oscura España de los años cincuenta,
y lo sigue siendo hoy, convertida, a sus 56 años, en una de las figuras más
destacadas del movimiento cultural alternativo de Austria.
Corría el año 1958, cuando los
examinadores de las pruebas de ingreso en la Academia de Canto de Viena
quedaron estupefactos ante la perfecta interpretación de un aria por parte de
esta españolita. Hoy, con sus espectáculos político-musicales
llenos de ternura y denuncia, de lirismo y agitación, consigue asombrar
siempre de nuevo al público, en su mayoría joven, que abarrota los locales
donde actúa. "La España de entonces me agobiaba, mis padres habían muerto,
y nada me sujetaba allí". Así explica María Theresa la decisión de una
jovencita de educación religiosa de coger sus aperos e irse sin más, en aquel
entonces, a un país totalmente extraño para ella.Se fue con la firme intención
de no dejarse agobiar por nada ni por nadie, y se nota que lo ha conseguido. Y
no es que María Theresa Escribano pase. Es, por el
contrario, la antítesis de la desidia. "Me asusta la indiferencia, que
siempre va unida al desprecio y a la alienación". Todo le interesa, tiene
una curiosidad insaciable y emana disposición al compromiso. Es lo que trata de
despertar en los jóvenes que acuden a sus espectáculos. Para ello, se disfraza
de político corrupto en vacaciones, de general prusiano mutilado, cura
preconciliar o actriz fracasada y soñadora.
'Agitación pacífica'
Dice tener una vena
terapéutica que, con su fascinación por los seres humanos, hace que no ceje en
el empeño de mostrar a su público los aspectos ridículos, pero también
trágicos, de fenómenos de la vida moderna, como el consumo y el rearme, la
energía nuclear, las modas y la intolerancia. Por esta vocación antiproselitista, ya
que busca al individuo que se esconde en cada partidario de algo, abandonó una
carrera musical tradicional más que
prometedora.A los pocos años de su precaria llegada a Austria, era una de las
mejores intérpretes de la música de los Schoenberg, Berg y Von Webern, de la
escuela de Viena. Con el grupo Die Reihe (La fila) da numerosos conciertos y
graba discos de música vanguardista de Boulez, Stockhausen, Cage y Penderecky.
"Luego, estos músicos empezaron a aburrir". Después, una larga
trayectoria cantando música renacentista y medieval con el grupo Les
Menestrels. Sin embargo, cobra cada vez mayor fuerza en María Theresa Escribano
la sensación de que necesita hacer algo más que interpretar composiciones
ajenas, "La creatividad de la interpretación no me era ya suficiente,
necesitaba crear de una forma más palpable". Decide actuar. Sus primeras
piezas improvisadas, salpicadas de gags políticos y
canciones de los años veinte, entusiasman al público vienés. Pronto escribe sus
guiones, que se pueden enmarcar en la tradición del cabaré político y
literario, que tanta popularidad tuvo en la Viena de entreguerras. Canta en
francés, en alemán y español, se ríe de la banalidad de la propaganda de los
partidos, llora las injusticias y la impotencia, y reclama solidaridad. Sus
funciones son siempre un canto a la esperanza de un mundo más consciente de sí
mismo, y cree poder aportar algo, con su agitación pacífica, a
la consolidación de "un movimiento de paz, tolerancia, interés y
comprensión que está surgiendo y al que hay que apoyar".
Sus últimos viajes a España la
han llenado de optimismo. "Cuando me fui de España, lo hice algo
resentida. Hoy sé que fui injusta, que mi resentimiento no se debía a los
españoles, sino a un régimen muy concreto". Considera maravillosos los
resultados, que ha podido comprobar, de una unión del calor específico de los
españoles con una libertad que durante tanto tiempo se les negó. El pasado año,
María Theresa Escribano estuvo en los festivales de Burgos cantando canciones
sefardíes con el grupo Alondra. Este grupo, que integran, además de María
Theresa, un guitarrista austríaco y Aron, un turco sefardí, se dedica a
divulgar un amplio repertorio de canciones de los judíos expulsados de España,
recogido por Turquía, Grecia y Yugoslavia. Más de un cuarto de siglo después de
dejar España, María Theresa sigue necesitando cantar en español. "Es otra
cosa que en alemán. Canta otra parte de mi corazón".
Su vida ya está encauzada en
Viena, una ciudad tranquila, con una vida cultural muy intensa y en un país
progresista: "Apoyo a los alternativos ante las próximas elecciones en
Austria, pero quiero que ganen los socialistas"'. Su piso -con las paredes
cubiertas por telas hindúes, almohadones y partituras por los suelos, folletos
de cursos de meditación sobre una mesa de cocina de pueblo- no es provisional,
aunque pudiera parecerlo. Reina allí un desorden relajado, en el que todo,
desde la insignia feminista hasta una mermelada de extrañas bayas de bosque,
armoniza con la sosegada sonrisa de esa emigrante tan poco convencional.
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