EL PAÍS Viena, 21.04.83
Los socialistas austriacos, ante una difícil prueba / 1
El próximo domingo los ciudadanos austriacos decidirán en
las urnas si el canciller Bruno Kreisky continúa otros cuatro años al frente
del Gobierno de esta pequeña República o si, por el contrario, ha llegado el
momento de la jubilación del gobernante más veterano de la Europa democrática y
uno de los políticos más brillantes de la escena política internacional. La
campaña electoral, que externamente se desarrolla con gran tranquilidad, se
caracteriza por una dureza verbal y una agresividad sin precedentes.
La campaña electoral austríaca
ha transcurrido con una tranquilidad que poco tiene que ver con las
movilizaciones festivas y despliegues de medios que tienen lugar en otros
países europeos cuando se trata de captar el voto de los electores. Pocas
caravanas electorales, los carteles de los partidos pulcramente pegados en
vallas publicitarias provisionales, ningún edificio o muro empapelado por
la propaganda, calles limpias, mítines en locales cerrados o empresas y,
ocasionalmente, miembros de los partidos en litigio repartiendo flores y
programas.Es ésta, sin embargo, una tranquilidad aparente, ya que, como ha
reconocido la mayoría de los contendientes, la campaña electoral que ahora
culmina se ha caracterizado por una agresividad y dureza verbal sin precedentes
en la Austria de la posguerra. La crispación se debe a que, por primera vez
desde que el 21 de abril de 1970 Kreisky formara su primer Gobierno, se
plantean los austriacos la posibilidad de ser gobernados por otra persona.
De no alcanzarla el Partido Socialista
de Austria (SPOE), el 24 de abril se cerrará la era Kreisky, un período de
trece años de gobierno del dirigente socialista, de profundos cambios sociales.
Advertencia de Kreisky
Kreisky ha manifestado
repetidas veces desde el comienzo de la campaña electoral que la pérdida de la
mayoría absoluta será para él la señal de que debe abandonar la política
activa. "Yo no sirvo para coaliciones; si los austriacos quieren que siga
gobernando, que me den la mayoría; en caso contrario, me iré, sin amargura,
pero consciente de que mi tarea ha terminado".
Con estas manifestaciones, el
canciller no sólo quiere forzar una ratificación de la confianza del pueblo
austriaco en los actuales momentos de crisis, sino también evitar que muchos
electores voten a los conservadores, con el convencimiento de que, a pesar de
todo, el viejo Kreisky se lo
volverá a pensar y permanecerá a la cabeza de un Gobierno minoritario o de
coalición.
La oposición del Partido
Popular de Austria (OEVP, democristiano) ha intentado en todo momento restar
credibilidad a las afirmaciones de Kreisky. Dado que la mayoría relativa de los
socialistas es prácticamente segura, los democristianos aspiran a una
participación en el Gobierno. En la polémica sobre posibles formas de gobierno
en el caso de no alcanzar los socialistas la confianza de más de la mitad del
electorado, la única concesión de Kreisky, bajo presiones de su propio partido,
ha sido la de admitir la posibilidad de un Gobierno socialista minoritario de
transición hasta unas elecciones anticipadas en el plazo máximo de un año.
Aunque el canciller se ha resistido a descartar, en un principio toda
posibilidad de alianza con el pequeño partido liberal, los observadores
coinciden en que la intención de Kreisky de no dirigir un Gobierno de coalición
con ningún partido ha ido fortaleciéndose últimamente.
El partido socialista tiene
varias razones para temer la pérdida de su mayoría absoluta: la crisis
económica, que hasta ahora no había afectado a Austria del mismo modo que a los
países vecinos, se ha agravado rápidamente, y aunque las tasas de desempleo e
inflación son sensiblemente inferiores a las de la mayoría de los otros países
europeos, la sociedad austriaca se ha alarmado, convencida como estaba de que
sólo iba a conocer la crisis a través de las páginas internacionales de los
diarios. El anuncio de Kreisky en plena campaña electoral de nuevas presiones
fiscales para la próxima legislatura, en caso de seguir gobernando, ha dado una
baza importante a la oposición para criticar al Gobierno por estas medidas
forzosamente impopulares. Además, la firme decisión del canciller de construir
un centro internacional de conferencias junto al edificio de las Naciones
Unidas en Viena, a pesar de la oposición de gran parte de la opinión pública, y
escándalos financieros como el del Hospital General de Viena, han debilitado la
imagen del partido socialista.
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