viernes, 23 de septiembre de 2016

AUSCHWITZ, EL OCASO DE LA CULTURA EUROPEA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Madrid, 18.03.85


Hace 40 años, el holocausto acabó con la tradición judía en Europa

Europa se dispone, no sin controversias, a celebrar el final de la II Guerra Mundial, la última gran guerra desarrollada sobre su propio suelo. La contienda que se produjo entre 1914 y 1918 desmembró Europa; la de 1939-1945 provocó su división. Una de las causas más profundas de que esta contienda haya tenido consecuencias irreversibles, no sólo en el terreno político -y, por supuesto, en el humano-, sino también en el cultural, está en la extinción, simbolizada en Auschwitz, de un pueblo que actuó como aglutinante intelectual de la cultura del continente: el judío europeo.
El nacionalsocialismo alemán no tuvo tiempo ni poder para eliminar físicamente a todos los miembros de la raza hebrea. Sí acabó, sin embargo, de forma absoluta y definitiva, con la cultura judía europea. Los judíos que sobrevivieron abandonaron en su inmensa mayoría un continente al que estuvieron íntimamente unidos. La aniquilación con métodos industriales sofisticados de seis millones de judíos cambió a los supervivientes. El judío europeo se extinguió en Treblinka, Majdanek y Auschwitz. Un Menájem Beguin o un Ariel Sharon, indiferentes o cómplices en sucesos como la matanza de Shabra y Chatila, no tienen nada en común con gentes como Manes Sperber, Leon Feuchtwangler, el premio Nobel Isaac Bashevis Singer o Nahum Goldmann, que fue presidente del Consejo Mundial Judío y un clásico hombre de cultura. Todo lo más, los ritos religiosos. A finales del pasado año se celebró en Viena una gran exposición sobre aquel mundo fenecido del judaísmo en Europa central y oriental. En Viena, donde entre 1938 y 1945 el antisemitismo adquirió algunas de sus formas más canallas, este acontecimiento era un réquiem por la cultura europea, una ceremonia de reconciliación y un acto cultural de primer orden. Con este motivo fue editado el libro que lleva el título de la exposición vienesa Versunkene Welt (Mundo naufragado) y que supone un soberbio documento sobre la cultura judía y de toda la cultura centroeuropea.

Europa y el judaísmo
Textos de Heinrich Heine, Hugo von Hoffmansthal, Franz Kafka, Max Brod, Joseph Roth, Hermann Broch y Arnold Zweig, Kurt Tucholsky y Stefan Zweig, todos ellos judíos, escritores en alemán, hablan de Cultura, de Europa y el Judaísmo. Un delicioso cuento del periodista austrocheco Egon Erwin Kisch describe la búsqueda del Golem (el mítico hombre de barro, a quien el rabino Loew da vida) en la pequeña sinagoga de la calle Pariska, de Praga. Versunkene Welt incluye poemas de Paul Celan, retratos de los judíos Albert Einstein, los hermanos Marx, Sarah Bernhardt, Gertrude Stein y Sigmund Freud, creados por Andy Warhol, y muestras de la impresionante colección fotográfica de Roman Vishniac.
Roman Vishniac recorrió durante ocho años Europa oriental e hizo hasta 16.000 fotografías de la vida cotidiana en los Schtetl (pequeñas y paupérrimas aldeas de población judía) con la certeza de que grababa el testimonio de un mundo a punto de desaparecer. Así fue y sus fotografías son un testimonio excepcional de aquella vida, de la que surgieron gentes como el ya citado Manes Sperber, Elías Canetti, Isaac Bashevis Singer, Edmund Husserl, los pianistas Arthur Rubinstein y Vladimir Horowitz, el periodista y crítico Karl Kraus y los compositores Gustav Mahler e Igor Stravinski.
Especialmente el inmenso espacio cultural que abarcaba el imperio austro-húngaro, con su centro en Viena tuvo en la raza judía una fuente inagotable de creadores. Pese al antisemitismo de todos y cada uno de los pueblos que integraban el imperio, los judíos podían esperar mejor trato de las autoridades de los Habsburgo, acostumbradas al trato con minorías, que del zar ruso,muy dispuesto a tolerar los pogroms (actos de violencia masiva contra judíos y sus posesiones) por parte de los cosacos.

Fuerza ambiciosa
Aunque no sin fricciones, los judíos del Este llegados al imperio y a su capital, más o menos dispuestos a la asimilación, se constituyeron en una fuerza extremadamente ambiciosa en el terreno cultural. En los conservatorios de música, las academias de arte y la universidad la afluencia de jóvenes hebreos era masiva. Este fenómeno se convirtió más tarde en un argumento de los antisemitas para demostrar el parasitismo de esta raza. El imperio austro-húngaro se descompuso por las tendencias centrífugas de los nacionalismos decimonónicos. Eslovacos, checos, húngaros, ucranianos y polacos, serbios, rumanos, montenegrinos y también los pangermanistas dinamitaron la monarquía para crear Estados nacionales. Los judíos no quisieron ser menos y surgió, de manos del austro-húngaro Theodor Herzl, el sionismo.
Joseph Roth fue uno de los primeros en lamentarse en su novela La marcha de Radetzky.

Milan Kundera, novelista checo exiliado en París, escribe un memorable artículo sobre el hundimiento de la cultura europea en el libro Versunkene Welt, en el que califica a los judíos como el principal elemento cosmopolita e integrador de la cultura europea. Kundera concluye preguntándose: "Europa perdió con el imperio austro-húngaro su vía. ¿No perdió en Auschwitz su alma con la desaparición del pueblo judío del mapa de la historia?".

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