El País, Madrid, 18.03.85
Hace 40 años, el holocausto acabó con la tradición judía en
Europa
Europa se dispone, no sin controversias, a celebrar el final
de la II Guerra Mundial, la última gran guerra desarrollada sobre su propio
suelo. La contienda que se produjo entre 1914 y 1918 desmembró Europa; la de
1939-1945 provocó su división. Una de las causas más profundas de que esta
contienda haya tenido consecuencias irreversibles, no sólo en el terreno
político -y, por supuesto, en el humano-, sino también en el cultural, está en
la extinción, simbolizada en Auschwitz, de un pueblo que actuó como aglutinante
intelectual de la cultura del continente: el judío europeo.
El nacionalsocialismo alemán no tuvo tiempo ni poder para
eliminar físicamente a todos los miembros de la raza hebrea. Sí acabó, sin
embargo, de forma absoluta y definitiva, con la cultura judía europea. Los
judíos que sobrevivieron abandonaron en su inmensa mayoría un continente al que
estuvieron íntimamente unidos. La aniquilación con métodos industriales
sofisticados de seis millones de judíos cambió a los supervivientes. El judío
europeo se extinguió en Treblinka, Majdanek y Auschwitz. Un Menájem Beguin o un
Ariel Sharon, indiferentes o cómplices en sucesos como la matanza de Shabra y
Chatila, no tienen nada en común con gentes como Manes Sperber, Leon
Feuchtwangler, el premio Nobel Isaac Bashevis Singer o Nahum Goldmann, que fue
presidente del Consejo Mundial Judío y un clásico hombre de cultura. Todo lo
más, los ritos religiosos. A finales del pasado año se celebró en Viena una gran
exposición sobre aquel mundo fenecido del judaísmo en Europa central y
oriental. En Viena, donde entre 1938 y 1945 el antisemitismo adquirió algunas
de sus formas más canallas, este acontecimiento era un réquiem por la cultura
europea, una ceremonia de reconciliación y un acto cultural de primer orden.
Con este motivo fue editado el libro que lleva el título de la exposición
vienesa Versunkene Welt (Mundo naufragado) y que supone un soberbio
documento sobre la cultura judía y de toda la cultura centroeuropea.
Europa y el judaísmo
Textos de Heinrich Heine, Hugo von Hoffmansthal, Franz
Kafka, Max Brod, Joseph Roth, Hermann Broch y Arnold Zweig, Kurt Tucholsky y
Stefan Zweig, todos ellos judíos, escritores en alemán, hablan de Cultura, de
Europa y el Judaísmo. Un delicioso cuento del periodista austrocheco Egon Erwin
Kisch describe la búsqueda del Golem (el mítico hombre de barro, a
quien el rabino Loew da vida) en la pequeña sinagoga de la calle Pariska, de
Praga. Versunkene Welt incluye poemas de Paul Celan, retratos de los judíos
Albert Einstein, los hermanos Marx, Sarah Bernhardt, Gertrude Stein y Sigmund
Freud, creados por Andy Warhol, y muestras de la impresionante colección
fotográfica de Roman Vishniac.
Roman Vishniac recorrió durante ocho años Europa oriental e
hizo hasta 16.000 fotografías de la vida cotidiana en los Schtetl (pequeñas
y paupérrimas aldeas de población judía) con la certeza de que grababa el
testimonio de un mundo a punto de desaparecer. Así fue y sus fotografías son un
testimonio excepcional de aquella vida, de la que surgieron gentes como el ya
citado Manes Sperber, Elías Canetti, Isaac Bashevis Singer, Edmund Husserl,
los pianistas Arthur Rubinstein y Vladimir Horowitz, el periodista y crítico
Karl Kraus y los compositores Gustav Mahler e Igor Stravinski.
Especialmente el inmenso espacio cultural que abarcaba el
imperio austro-húngaro, con su centro en Viena tuvo en la raza judía una fuente
inagotable de creadores. Pese al antisemitismo de todos y cada uno de los
pueblos que integraban el imperio, los judíos podían esperar mejor trato de las
autoridades de los Habsburgo, acostumbradas al trato con minorías, que del zar
ruso,muy dispuesto a tolerar los pogroms (actos de violencia masiva
contra judíos y sus posesiones) por parte de los cosacos.
Fuerza ambiciosa
Aunque no sin fricciones, los judíos del Este llegados al
imperio y a su capital, más o menos dispuestos a la asimilación, se
constituyeron en una fuerza extremadamente ambiciosa en el terreno cultural. En
los conservatorios de música, las academias de arte y la universidad la
afluencia de jóvenes hebreos era masiva. Este fenómeno se convirtió más tarde
en un argumento de los antisemitas para demostrar el parasitismo de
esta raza. El imperio austro-húngaro se descompuso por las tendencias
centrífugas de los nacionalismos decimonónicos. Eslovacos, checos, húngaros,
ucranianos y polacos, serbios, rumanos, montenegrinos y también los pangermanistas
dinamitaron la monarquía para crear Estados nacionales. Los judíos no quisieron
ser menos y surgió, de manos del austro-húngaro Theodor Herzl, el sionismo.
Joseph Roth fue uno de los primeros en lamentarse en su
novela La marcha de Radetzky.
Milan Kundera, novelista checo exiliado en París, escribe un
memorable artículo sobre el hundimiento de la cultura europea en el libro Versunkene
Welt, en el que califica a los judíos como el principal elemento
cosmopolita e integrador de la cultura europea. Kundera concluye preguntándose:
"Europa perdió con el imperio austro-húngaro su vía. ¿No perdió en
Auschwitz su alma con la desaparición del pueblo judío del mapa de la
historia?".
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