El País, Budapest, 31.03.85
Las boutiques, con los escaparates cuidadosamente
decorados en la calle peatonal Vací, tienen muy pocos clientes de otros países
socialistas. Sin embargo, clientes húngaras agotan aquí las ofertas de vestidos
o botas de hasta 4.000 forintos. Esto es casi el sueldo de un mes, si alguien
es tan ingenuo como para pensar que estos húngaros tienen solo un sueldo.
Junto al Ministerio de Asuntos Exteriores, en la calle de
Fö, a pocos metros de los magníficos baños turcos Kiraly, que, herencia de la
ocupación otomana, siguen funcionando como antaño, incluso algún que otro
efecto árabe, está la tienda de fruta de Ida Kovacs. Una pequeña tienda, como
existen hoy centenares en todo el país. La familia se turna en atender el
establecimiento. Las cajas, cuidadosamente ordenadas en el exterior de la
tienda, muestran una enorme variedad de frutas y verduras grandes y sanas.
Alguno de los propietarios sale de cuando en cuando y moja los productos con un
pulverizador de agua para mejorar su aspecto y atractivo. Habría que ser muy
forofo de tiempos pasados y doctrinales montaraces para añorar las frutas
raquíticas y cubiertas de manchas, aquellas zanahorias que parecían fosilizadas
y que, procedentes de cultivos estatales, se vendían aquí y aún tienen que
consumir algunos pueblos vecinos más sufridos.
El aumento de la oferta y de la calidad de los productos se
ha visto correspondido por una evidente mejora en los productos y la
presentación de las tiendas estatales. Las de la cadena Kozert, llenas de
carnes de calidad, no tienen parangón en el este de Europa. Los mercados de
Budapest, algunos magníficas construcciones, ofrecen todo tipo de productos
alimenticios posibles.
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