El País, Viena, 14.02.84
El 50º aniversario del levantamiento obrero austriaco contra
el Gobierno del canciller Engelbert Dollfuss se conmemoró el pasado domingo.
Muchos historiadores lo consideran la primera revuelta antifascista en una
Europa en la que Hitler y Mussolini ya ostentaban las riendas de sus
respectivos países, cuyo fatal desenlace influyó considerablemente en el
desarrollo posterior de la política europea, que desembocó en la segunda guerra
mundial. La represión sangrienta contra la izquierda austriaca por parte del
Ejército y la policía, apoyados por grupos nacionalsocialistas y de la derecha
clerical, dejó descabezado uno de los movimientos obreros más organizados y
activos del continente. Cuatro años después de los sucesos de febrero de 1934,
las tropas del III Reich alemán invadían Austria sin encontrar resistencia
alguna.
Aún hoy, 50 años después, cuando ya resulta gratuito hablar
de reconciliación nacional -impuesta por los acontecimientos posteriores, la
derrota nacional del nazismo y 10 años de ocupación aliada-, surgen en Austria
las discrepancias cuando se trata de establecer responsabilidades en aquellos
hechos que provocaron 250 muertos en choques armados, una cadena de ejecuciones
sumarísimas y miles de encarcelamientos. El ex canciller Bruno Kreisky, que
pasó varios meses en la cárcel a raíz de su apoyo a los sublevados, ha señalado
que la superación de aquellos graves sucesos no debe implicar la pérdida de
memoria histórica. Sale así al paso de las voces que quieren repartir, por igual
la culpa entre represores y reprimidos, escudándose en el paso del tiempo.
Aunque a muchos pueda parecer ocioso a estas alturas
dedicarse a especular sobre las posibilidades que, de haber tomado allí otro
rumbo la historia, hubiera tenido Austria' de sustraerse al siniestro abrazo
del gran hermano alemán, en Austria estas conjeturas vuelven a tener
ahora plena actualidad.
Para situar en su contexto los hechos que nos ocupan hay que
remontarse al año anterior, al 4 de marzo de 1933, cuando, tras diversos
enfrentamientos entre las distintas fuerzas políticas, y por una cuestión de
procedimiento, el Parlamento austriaco se autodisuelve. El canciller Dollfuss,
que goza de la tutoría política de Benito Mussolini, aprovecha la ocasión para,
en una actuación claramente anticonstitucional, hacerse con el poder absoluto.
Cuenta Dollfuss con el apoyo del Ejército y de la policía, dirigidos por
oficiales monárquicos, de la Iglesia, la burguesía y gran parte de la población
rural, pequeños propietarios, todos ellos hostiles a la República surgida tras
la primera guerra mundial, que consideran antinatural e inviable.
Frente a ellos está el proletariado austriaco, aglutinado en
torno al Partido Socialdemócrata. Este partido, que no distingue entre
socialismo y socialdemocracia -pero claramente distanciado del comunismo
soviético-, está encabezado por destacados pensadores del marxismo, como Viktor
Adler, Otto Bauer y el radical Karl Kautsky.
Fruto de su labor de gobierno tras el advenimiento de la
República, en 1919, es, sobre todo en la llamada Viena roja, una cultura obrera
que no tiene parangón europeo.
El austromarxismo, una destacada escuela del pensamiento
marxista, se materializa en la capital austriaca entre 1919 y 1934 en un
espectacular desarrollo de la política de educación, de la medicina y de la
arquitectura y urbanismo en favor de la clase trabajadora. En las escuelas
primarias de Viena se tratan por primera vez en el mundo los aspectos psíquicos
e influencias ambientales en la educación infantil. Se crean decenas de
guarderías para los hijos de los obreros y grandes parques en los distritos
populares. El fenómeno más patente, aún hoy, de la Viena roja es su
arquitectura.
Viviendas para trabajadores
Con los ingresos de los impuestos especiales que afectan a
los sectores más acomodados de la sociedad, el ayuntamiento construye en este
período decenas de miles de viviendas para trabajadores en grandes bloques
comunales. Cuentan con zonas verdes interiores, lavanderías y guarderías y, por
primera vez en la arquitectura popular de la ciudad, con agua corriente y
servicios en el interior de las casas. La mayoría parecen fortalezas -burgos del
proletariado- y llevan nombres de destacadas personalidades del pensamiento
marxista y líderes del movimiento obrero. El más célebre es el Karl Marx Hof,
un complejo de viviendas de un kilómetro de longitud con el aspecto de una
inmensa nave acorazada.
Es evidente que cuando se conciben estos edificios se piensa
en la eventualidad de conflictos sociales armados. El Karl Marx Hof es uno de
los principales objetivos de las fuerzas del canciller Dollfuss en la represión
del levantamiento de 1934, que lo consideran un "nido de la subversión bolchevique".
Desde la cercana estación de ferrocarril, el Ejército somete al edificio al
fuego de artillería y ametralladoras pesadas. Frente a él tiene a un puñado de
militantes socialistas con mosquetones y a las familias numerosas apiñadas en
las habitaciones interiores.
Con socialistas, por un lado, organizados en milicias
obreras armadas Schutzbund, y Ejército, policía, conservadores y clericales
armados en grupos de defensa patria, y los nacionalsocialistas en continuo
avance, el orden público se encuentra a principios del año 1934 en plena
descomposición.
Tan sólo en la primera semana de enero estallan 140 bombas
en Viena. Son muy pocos los austríacos que creen en un Estado que es poco más
que un despojo del gran imperio pasado. La derecha recuerda con nostalgia a la
izquierda, o a gran parte de ella, y busca la solución en un gran Estado obrero
panalemán.
Los acontecimientos de febrero se suceden con una rapidez y
lógica que parecen extraídas de un guión de Eisenstein. En la mañana del día
12, la policía intenta registrar, en busca de armas, el Arbeiterheim (casa de
los trabajadores, local socialista) en Linz.
Los socialistas se oponen y tienen lugar los primeros
enfrentamientos. A las 11 de la mañana llegan las noticias a Viena que hablan
de luchas en Linz, con muertos y heridos. Media hora más tarde se convoca la
huelga general y la capital queda paralizada.
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