El País, Madrid, 03.02.85
CUARENTA AÑOS DE YALTA
En la Conferencia de Yalta hubo, además de la ya hundida
Alemania nazi, otros grandes perdedores. Los países del Este europeo, que
durante años sufrieron la ocupación alemana o Gobiernos filofascistas, vieron
cómo, en las postrimerías de la pesadilla nacionalsocialista, los intereses de
las grandes potencias vencedoras daban al traste con sus esperanzas en un
futuro de naciones independientes, democráticas y soberanas. Stalin consiguió en
Crimea el control total de Rumanía y Bulgaria, a cambio de dejar Grecia en
manos británicas, e impuso sus exigencias territoriales en detrimento de todas
las naciones europeas fronterizas con la URSS. Apenas dos semanas después de la
reunión de Yalta, el Ejército Rojo entraba en Bucarest e imponía al rey Miguel
de Rumanía un Gobierno comunista. Antes ya había comenzado la purga de
dirigentes no comunistas en Bulgaria.
En Yalta, como cinco meses más tarde en Postdam, Stalin aseguró
a sus aliados occidentales que no buscaba una sovietización de los países de
Centroeuropa y los Balcanes.
Checoslovaquia pudo haber sido tomada por el Ejército
norteamericano cuando las fuerzas soviéticas se encontraban aún lejos, lo que
podía haber modificado decisivamente el rumbo político del único país con
tradición democrática de la región. Pero suspendieron su avance en la frontera
occidental y dejaron Praga a merced del Ejército Rojo. Hungría corrió la misma
suerte de sus vecinos.
En Rumanía había menos de 1.000 comunistas cuando el
Ejército Rojo entró en su territorio; en Polonia, un núcleo mínimo de
militantes, lanzados en paracaídas el año anterior, fueron el embrión del nuevo
partido, y después, del comité de Lublin y del Gobierno provisional impuesto
por Stalin.
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